La guerra entre titanes y dioses que caracteriza la lucha por el poder en la mitología griega, más onírica y truculenta que la galáctica de Hollywood, ofrece modelos semejantes en la escena política argentina. Sea por la titanide (femenino de titán) que, a pesar de no postularse este 25 de octubre, igual compite con el terceto principal de Scioli, Macri y Massa.
Es Cristina un cuarto participante fantasmal, con preferencias y venganzas, más un Zeus que un coloso; aunque, como todo el mundo sabe, titanes y dioses siempre eran lo mismo en Grecia, se rotaban en la cúpula fantástica del poder. Igual que los políticos argentinos. En tren de semejanzas libres, hoy Daniel Scioli personifica a un sucedáneo cabal de aquellos tiempos: Prometeo encadenado (eternamente, a una roca del Cáucaso). Castigo de Zeus, justamente, por haberles entregado el fuego a los mortales, con el adicional de que un águila le comería el renovado hígado todos los días. A pesar de que nadie admite ningún acto de generosidad de Scioli con los mortales, hay sinonimias entre él y el fenómeno literario de Esquilo, parte de la leyenda que acompaña al candidato Prometeo, por ejemplo, que piensa tambien llegar a la Rosada como nunca pudo otro gobernador bonaerense o vicepresidente de la Nación. Misma fantasía debutante para Mauricio Macri, hoy lustrando una corona imaginaria para el león que simboliza el sello de su colegio (Cardenal Newman), tan influyente en su entorno, que habrá de colocarla en la cabeza de la fiera por primera vez si llega a la presidencia. Así está escrito el reconocimiento. Más lejos de ese folclore, Sergio Massa persigue otra hazaña: alcanzar la presidencia a través del escalón del ballottage, hacer leyenda por sí mismo, remontando desde el subsuelo.
La cuarta en disputa, mientras, se consagra a reforzar su núcleo (¿30, 35%?) para ganar en principio la gobernación de Buenos Aires, un distrito santuario, reservado para el cada vez más cristinista Aníbal Fernández. Esa es la prioridad de Ella: a Prometeo, en cambio, no le guarda tanta dedicación, más bien habilita la custodia de su espacio a pretores como Carlotto o Conti, le condiciona la estabilidad de su eventual gobierno, desea conservarle despacho a Carlos Zannini en la Casa Rosada, tal vez oficina también en Olivos, intimida a sectores urbanos que podrían votarlo, le muerde el hígado aun sin hambre y hasta cuestiona con rabia la actividad proselitista de su pareja, Karina, en el interior del país, una Rabolini que suma y jura ser mansa y verticalista. Ha confesado Cristina su molestia por este ejercicio de la otra dama, requirió contra ella sanciones orales a punteros y devotos, siempre objetó a esta ex modelo venida ahora a la política. Quizás sospeche que hay otra titanide en gestación, un inevitable desafío a Zeus, alguien más frontal que Daniel, dispuesta con su inacabable memoria femenina a recordar, si le toca en suerte, las afrentas padecidas en los últimos doce años. Casi un anticipo de nuevas mitologías y la repetición de ciertas prácticas políticas que desarrolló el otrora matrimonio del sur. A ver si en 2019, en lugar del Cristina 3, se viene el Karina 1.
Unidos. Tanto Scioli como Cristina hoy parecen envueltos contra un enemigo común, menos apasionado él que Ella en ese conflicto. El objetivo los reúne: Jaime Stiuso. Tuvo el candidato más de una querella con el ex patrón de la ex SIDE, luego de que la Bonaerense abatiera como a un criminal a un colaborador de Stiuso, a cargo –decían– de una pesquisa mayúscula sobre el narcotráfico en la Provincia. Como si fuera una devolución, un día apareció en la tele el propio Scioli captado en un viaje privado a Miami; nadie dudó de la autoría de la nota. Debía saber que lo estaban mirando.
Tensa la relación, pero mínima ante la ofensiva actual de Cristina por descubrir dónde vive el ex espía desde que lo despidió luego de que le sirviera para todo tipo de operaciones durante más de una década. Hasta amenazó a los Estados Unidos por albergarlo en apariencia, mencionó escandalizada a Stiuso en Naciones Unidas como si fuera más conocido que Messi cuando, en la Argentina, no lo registran por apellido ni foto. Muchos supusieron que ese ataque de las últimas horas obedecía a una prevención por supuestas maquinaciones tramadas por este ex kirchnerista antes de las elecciones para dañar al Gobierno. Precaución ante un escándalo.
Sin embargo, la búsqueda y el propósito de devolverlo al país datan de hace más de dos meses, cuando elementos de la ex SIDE reclamaban en los juzgados que algún magistrado exigiera su comparecencia por la causa AMIA, la muerte del fiscal Nisman o alguna multa de tránsito. No hubo fortuna: nadie firmaba un requerimiento, ni la tontería última del certificado de domicilio, sin disponer de una prueba o indicio legal para hacerlo. Ni los jueces más amigos, que son casi todos. Hasta que, gracias a ese sorteo que siempre favorece a Norberto Oyarbide en las causas sensibles a la familia Kirchner, éste optó por estampar un pedido de paradero como si en el pasado se lo hubiese demandado el propio Stiuso. Curiosidades de la vida.
Justo trascendía que el fiscal Guillermo Marijuan se opuso a esa exigencia por contrariar el derecho, lo que motivó un comentario desdoroso del jefe de Inteligencia, Oscar Parrilli, contra Marijuan. Dijo: parece un defensor de Stiuso. Lástima que no se pronunció en el mismo sentido cuando el fiscal investigaba las coimas de la ex ministra Felisa Miceli, a quien logró condenar, y le llovían amenazas personales por su vida y la de sus hijas (le precisaban, por ejemplo, recorridos y horarios para ingresar al colegio). Stiuso y el Gobierno, entonces, no podían alegar ignorancia. Por lo menos.
Siembra de fuego entre mortales, heredado de Prometeo, lucha de titanes, titanides y dioses que no parece concluir el próximo 25 de octubre. Con ballottage o sin él.