“Nuestro problema no es que haya militantes, no se está despidiendo a trabajadores sino a personas q hacían política en el estado”. La desafortunada manifestación de Pedro Robledo, subsecretario nacional de Juventud, desató larga reacción en Twitter, donde si bien todo es obvio y casi anónimo y se expresa más brevemente que un haiku, allí donde “que” es “q”, la miniexperiencia literaria sirve para señalar dos cosas: por un lado, el ingenio que hará falta para escribir sobre lo evidente sin caer en la ñoñería de señalar lo que ya se sabe por lógica y por razón. Y en segundo lugar, la política de odio que el Gobierno ha elegido desatar desembozadamente, dejando los globos y el amor como un souvenir mal embalado de campaña. Ante cualquier señalamiento, el activista PRO responde con poco amor, reivindicando los años de plomo, la administración del país en manos de empresarios, o la redistribución inversa a favor del que más tienen no ya como argumento neoliberal más o menos meditado, sino apenas como eslogan y berrinche.
Aduciremos, junto al 99% de tuiteros que condenan esta agraviante falacia, que es ilógico no hacer política en el Estado. Y que no hay palabra para hacer lo que se supone que Robledo y sus secuaces están haciendo. Ese 99% tiene razón y sus aclaraciones no son semánticamente muy interesantes; sus insultos, en cambio, sí gozan de ingenio y de sorpresa. Uno de ejemplar ironía le propina: “Peter, me encanta tu fanatismo macrista, ¡pero ojo! No hagas mucho ruido q te pueden echar por militante”.
Twitter no deja de ser un juego. El cruce de estocadas en 140 caracteres es un ejercicio del espíritu y de las palabras, pero en poco modifica el mundo real. Salvo que éste haya dejado de existir y el tenue reflejo de tuits en la caverna sea ahora el mundo en que militar, en que vivir.
La esquiva Cámpora tiene en este mundo de dialéctica ilusoria y pantallitas su inquietante contraparte: “La Durán Barba” es un usuario que delata –en el “la”– su voluntad de imagen especular de la militancia K. La Durán Barba ha expresado en relación con el tema que nos ocupa que: “Lo q quiso decir Piter Robledo es q había militantes que no eran oficialistas, haciendo política partidaria”. Aclarando así todo se oscurece. En una versión más refinada del eslogan, estaría muy mal visto que la política se organizara en partidos, es decir, en agrupaciones de personas con ideologías similares. Cuando prohíban los partidos políticos (bien podría ser el próximo paso de este gobierno) ya sólo quedaría una ideología legal: la que se niega como tal. Cuesta imaginar que los científicos de Arsat que han sido echados pretendieran plantar bandera K con sus cohetes en la Luna, pero allá ellos: los científicos PRO seguirán haciendo bicisendas mientras persiguen por las dudas a cualquiera que manifieste cierta habilidad o cierta inteligencia, premiando con cargos públicos a los Robledos y echando supuestos ñoquis cuyas actividades nadie ha verificado. Por cierto, se dio a conocer la planilla de asistencia de Gabriela Michetti en el Congreso y es de esperar que –para ser fieles a sus propios eslóganes– se eche a sí misma, ya que ha resultado ser la ñoqui número uno en su trabajo.
Era más o menos evidente que es un acto estéril echar a Víctor Hugo Morales: te guste o no su ideología, no es un ñoqui; trabaja para sus ideas, no debate en 140 simbolitos y era obvio que otra radio lo podría recontratar con gana y con orgullo. Pero el mensaje de este despido es más profundo y lacerante: todo es profanable. En coincidencia con el ataque al Afsca, ahora Avruj pretende deshacerse de los trabajadores profesionales del Archivo Nacional de la Memoria, aduciendo una necesaria “profesionalización” de la institución, curiosamente cuando “a lo largo de la primera y única recorrida que realizó por el Archivo expresó en más de una ocasión su asombro por la profesionalidad que le transmitían los trabajadores”, en palabras del propio Horacio Pietragalla Corti, presidente del Archivo. Lo que quiere Avruj es “otros” profesionales. El problema es que bajo el ala de su ideología es difícil que encuentre quien salvaguarde lo que el Archivo se propone rescatar.