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Todo tiempo pasado fue peor

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Algunos dicen que la política se volvió superficial, que sucumbió ante el marketing, añoran una época en que nuestros países estaban habitados por filósofos, pero la verdad es que nunca fue mejor de lo que es ahora. Dicen que los antiguos líderes eran más sofisticados que los actuales, pero no hay ninguna razón para que eso haya sido así. Los dirigentes contemporáneos se alimentan mejor, desarrollan sus neuronas en condiciones más ventajosas y tienen acceso a mucha información a través de la radio, la televisión, los celulares inteligentes y la red, lo que los hace mejores que sus predecesores.
Los campañas actuales necesitan comunicarse con electores libres, menos esclavos de supersticiones, sectas, o personajes “iluminados”. La democracia se amplió. La mayoría de latinoamericanos quiere líderes modernos, comprensibles, seres humanos que los escuchen y que comprendan sus demandas. En las últimas décadas se conformó un enorme entramado con las comunicaciones que intercambia la gente de un país en un momento determinado: la opinión pública. No se puede controlar, manipular o destruir, pertenece a millones de personas inorgánicas. Se transforma por un permanente intercambio de fotos, frases, gráficos y mensajes que circulan a través de radios, periódicos, televisión, teléfonos, blogs, redes sociales. En ella se mezclan chismes, sexo, mascotas, informaciones sobre el cosmos, historias de ovnis, rumores de la farándula, música, youtubers.
La gente habla sin tabúes, se desnuda psicológicamente y a veces físicamente. Las elecciones se disputan dentro de esta red de interacciones, en la que la política ocupa un pequeño espacio. En varios países, la mayoría de los ciudadanos puede mencionar los nombres de cinco jugadores de fútbol pero no los de cinco ministros de Estado. La política está inmersa en esta vorágine y los electores votan estimulados por el conjunto de informaciones que encuentran en ella. Los estudios dicen que lo que más influye en la decisión del votante son las conversaciones que mantiene con sus amigos y parientes, reales o virtuales. En varios países, más del 75% de los votantes cree más a las personas de su entorno que a la publicidad de la campaña o a lo que dicen los candidatos.
Los electores usan medios alternativos de comunicación que cambiaron la forma y el contenido del mensaje político. Como dijo Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. Los discursos de los candidatos pasan inadvertidos: pocos los oyen o leen, nadie conversa sobre ellos. Casi no impactan en el resultado de las elecciones y en la gobernabilidad. Los votos no se consiguen pronunciando textos pulidos, sino comunicando cosas interesantes, que se puedan viralizar en la red. Impera la contracultura. Hay un entusiasmo generalizado por ir en contra de la corriente. En todos lados, muchos quieren cambiar de cualquier cosa a cualquier cosa. Los candidatos “ordenados”, “normales” corren en desventaja. Mucha gente apoya a ciertos políticos porque los condenan los líderes “correctos” del sistema. En algunos casos votan así para expresar una protesta, y en otros, porque les divierte votar por un candidato pintoresco, aunque sus ideas les parezcan absurdas.
Hasta el siglo pasado la comunicación fue vertical, iba del líder que conducía a la multitud que obedecía. El candidato pronunciaba discursos, los periódicos los publicaban, las radios los leían y la gente conversaba sobre ellos. Ahora los mensajes provienen de millones de emisores independientes, que interactúan usando infinidad de medios. En esa red dinámica de interacciones los ciudadanos conforman sus opiniones y deciden por quién votar. La comunicación política es horizontal, va de todos los ciudadanos a todos los ciudadanos, es emocional, variable, no respeta mitos ni patrones tradicionales de comportamiento. La política contemporánea no es peor que la antigua. Está menos sujeta a supersticiones, pero es mucho más difícil de analizar racionalmente.


*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.