La escena se hizo famosa. En el aserradero entraban al mismo tiempo Gendarmería, Policía Federal, creo que el Grupo Halcón, la policía de Santa Fe, algún comando especial adicional y un vecino con una escopeta. Todos rodearon, con la vigilancia extrema de los medios de comunicación, una chapa que había que retirar para ver, si el Lanatta todavía prófugo, estaba allí.
En esa combinación furiosa de fuerzas, nadie parecía comandar la entrada a ese lugar. Escopetas, revólveres de calibres que no comprendo y ametralladoras, eran llevadas en cuerpos que se solapaban unos con otros sin monopolio; y mientras tanto, se elevaba la diversión a través de las placas imposibles de un canal de noticias de cable.
Cuando los sociólogos empezamos a estudiar sobre esta profesión, una de las primeras complejidades con las que nos topamos son las definiciones de Max Weber, de las cuales una de ellas es su obsesión por definir la especificidad del Estado moderno. El Estado puede ocuparse y ser muchas cosas, pero lo que lo define en nuestra era es el reclamar con éxito el monopolio del uso de la fuerza dentro de un territorio determinado. Nadie más que él está autorizado, si el caso lo requiere, a golpear con dureza el desvío. Los gobiernos, para lograr control y dominar sobre un territorio, necesitan ser los únicos amenazadores. El ingreso multitudinario al aserradero deja demasiadas evidencias de dudas sobre algún tipo de monopolio en esta dirección. ¿Quién lidera la seguridad total de nuestro país?
La población hoy se encuentra expuesta a una cantidad variada de uniformados y a casi todos ellos los puede encontrar en la calle patrullando. Es difícil saber hasta qué punto con esto también compiten las compañías de seguridad privada, pero su presencia agrega complejidad. Todo ellos, al mismo tiempo, compiten o son resultado de desprestigios cruzados. Los hermanos Lanatta y Schillaci no se disfrazaron de lo primero que se les ocurrió; adaptaron una camioneta simulando ser la fuerza de seguridad que mejor imagen tiene para la opinión pública.
Según nuestra última encuesta sobre las fuerzas de seguridad, los extremos de confianza para la ciudadanía los representan Gendarmería y la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Para Gendarmería, siete de cada diez argentinos dice confiar mucho o algo en esa fuerza, mientras que en la Bonaerense ese valor es sólo de tres de cada diez. Hay en realidad un caso peor que el de la policía que hoy intenta dirigir María Eugenia Vidal, y es el Servicio Penitenciario (también lo intenta dirigir), algo lógico luego de semejante escape.
La combinación de “buenos” y “malos” hace que la Policía Federal acompañe el grupo de la desconfianza, y que el Ejército y la Prefectura se sumen a la zona de los que la gente confía. En este mercado de la seguridad desmonopolizada, los ciudadanos y los políticos tienen con quién elegir intentar jugar el juego del control territorial. Sin embargo, esa instancia de selección entre opciones, contiene a su propio problema: cada nuevo gobierno reagrupa a su fuerza de agresión o inventa incluso, una nueva. Para Macri no hubo tiempo de elegir, y por eso el aserradero fue un caos.
Visto por regiones, Gendarmería es la primera en Cuyo, el NEA, el Conurbano, en Ciudad de Buenos Aires y la zona Pampeana. En el NOA y en Patagonia el Ejército es el primero. El Servicio Penitenciario tiene la menor confianza en todas las regiones con excepción de la Patagonia donde ese lugar lo ocupa la Policía Federal, y en la Ciudad de Buenos Aires que posiciona allí a la Bonaerense. Cada territorio presenta un desafío adicional a esa ilusión del monopolio. En cada zona pasa algo diferente, y en cada lugar se espera algo diverso del poder central.
Debe ser ameno para las sensaciones de Vidal que la gente piense, igual que ella, sobre la policía de su zona. Eso otorga legitimidad para tomar acciones de reforma. Lo que casi nadie sabe, es qué es lo que opinan estas fuerzas de seguridad de sus jefes políticos, tampoco de sus condiciones de trabajo y demás cuestiones. En algún momento con dar órdenes, los policías te seguían para hacer tu monopolio efectivo, hoy parece que hay que charlar con ellos un ratito. No es bueno empezar diciendo que son narcos, pero cada uno tiene su estilo.
(*) Sociólogo. Director de Ipsos-Mora y Araujo.