Los que nacimos bajo los acordes del orden industrial recordamos sociedades construidas según la tendencia al pleno empleo y su derrame: la capacitación escolar o artesanal, la condición de asalariado por todo el tiempo útil de una vida, el acceso a una jubilación. Pero la ciencia no es neutral. El avance de la tecnología y las nuevas formas de comunicación, portentos como la robotización de la línea de montaje, la nueva tecnología de los materiales y hasta la manipulación genética produjeron cambios que transformaron el horizonte de los seres humanos, a condición de que envejezca y muera la tendencia al pleno empleo.
En esta nueva época en la que la red todo lo decide, crece una tensión ideológicamente poderosa. Por una parte, la humanidad enfrenta problemas globales como el cambio climático, los desafíos de la biopolítica, o las crisis financieras ecuménicas y el desempleo que éstas agravan. Por otra parte, las instituciones principales que deben enfrentar estos desafíos todavía son los Estados nacionales que provienen de una etapa anterior de la historia económica de la humanidad.
Hasta hace poco tiempo, predominaba en el mundo la tendencia a suponer que la historia se había detenido; una ilusión de pensamiento único. Esta elusión ideológica –que pretendía no ser una ideología– nos dejaba desnudos en la red. No había espacio para la voluntad de transformar la realidad. El hombre, los países, los mercados estaban destinados a aceptar fatalmente el lugar y la importancia que una mano invisible les asignara.
Como siempre ocurrió, las crisis vinieron por turnos a sacar al hombre de su alucinación. En nuestro país, fue la debacle de finales de 2001; en el mundo, la hecatombe financiera de 2008.
En la dimensión del trabajo, las cifras de la crisis son ruinosas. El director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavía, advirtió hace días que debían generarse cerca de 300 millones de nuevos puestos de trabajo hasta 2015 sólo para compensar el crecimiento vegetativo de la población mundial económicamente activa. En cambio, estamos confrontados a una evaporación de empleos a escala colosal: quizá 15 millones se pierdan en el curso de este año, ha expresado el presidente Lula en la Cumbre sobre la Crisis Mundial de Empleo que se realizó en Ginebra esta semana. La última actualización del Informe sobre Tendencias Mundiales del Empleo, de mayo de este año, pronostica un nivel de desempleo mundial oscilante entre el 6,5 y el 7,4%, reservando a América latina el segundo lugar en el ranking por regiones después de Africa.
El empleo, además, es la herramienta más democrática para distribuir el ingreso en una sociedad. Medido en términos de ingreso, el 42% de la población mundial económicamente activa vive con dos dólares por día. De ese total, 550 millones de personas sobreviven sólo con un dólar diario. Y hay aún otro criterio de análisis para fruncir más el ceño. Ese empleo escaso y mal pagado que se describe tiene una calidad institucional muy baja. Los parámetros mínimos de lo que se denomina calidad institucional del empleo son la garantía de una indemnización en caso de cese de la relación de trabajo y el devengamiento de alguna forma de jubilación para después de la edad productiva del ser humano. El fenómeno mundial de precarización, en el que se basa el mercado global de empleo, nos deja la impresión de que la cifra de seres humanos con trabajo estable que no sean pobres es decepcionante. Cálculos audaces estiman que una de cada siete almas sobre el planeta tendría el raro privilegio de tener empleo, gozar de cierta formalidad y no ser pobre.
Pues bien, es a este escenario a donde viene a dar la crisis económica mundial. Detrás de las tendencias fundamentales al empleo vulnerable, basadas en el cambio tecnológico, ahora el mundo asiste a un escenario que amenaza una nueva aceleración de la concentración económica y la destrucción laboral. Los gobiernos han corrido estremecidos a Londres, el 2 de abril, a la Cumbre del Grupo de los 20, en el que participa la Argentina. Allí se bosquejó un Foro de Estabilidad Financiera (FSF) que hasta ahora ha quedado diferido en sus investiduras regulatorias a la acción concreta de los bancos centrales de los países involucrados. Esta potencial anomalía global fue advertida el mismo día de las conclusiones de la Cumbre de Londres en un comunicado por la Conferencia Sindical Internacional (CSI) y el Comité Sindical Consultivo ante la OCDE (TUAC-CSC). En esa oportunidad se señaló la conveniencia e importancia de que la OIT participara de algún modo del seguimiento de las acciones recomendadas en Londres y cuya continuidad debe asegurarse en la próxima reunión del G-20 en septiembre en Pittsburgh.
La presidenta argentina Cristina Fernández propuso esta semana en Ginebra que el presidente Barack Obama, como anfitrión de la próxima reunión del G-20, incorpore a la OIT como participante del encuentro; no hay razón para que Obama no lo acepte. La Cumbre de la OIT no se despidió sin registrar el apoyo de Somavía y de los presidentes de Francia y Brasil a la propuesta argentina.
En una sintonizada síntesis, el francés Nicolás Sarkozy expresó que se trata de “emparejar a nivel mundial los sujetos económicos y financieros con los sujetos sociales”. Esta hora infausta, que nació en las finanzas y se ha esparcido como una pandemia por la economía real, reclama una mirada atenta y una voz distinta, que puede aportar la OIT en las agendas del G-20.
Son horas difíciles las que transcurren en el mundo, que superará este trance. La Argentina seguirá exhibiendo sus ventajas naturales: sus alimentos, su minería, su turismo; pero también su industria en el magnífico espacio geopolítico del Mercosur, y su capital humano. Ese capital humano, eufemismo estadístico que sencillamente habla de la suerte laboral de millones de argentinos, debe ser defendido por todos. Hay poco trabajo en el mundo, pero mucho que hacer. Desentenderse de esta dimensión indivisible de los problemas puede ser una manera de recaer en la desesperanza del pensamiento único. Y cuando los pueblos que trabajan y esperan un futuro se desentienden de los problemas de su hora, con frecuencia acaban impensadamente acompañando a sus verdugos al lugar donde estos hacen lo que mejor les sale y lo que más les gusta.