Resulta que al viejito callado, honesto, trabajador y con un salario cercano a lo que debe pagar Ramón Díaz de Impuesto a las Ganancias le fue bárbaro, ganó el título, triplicó el valor de su plantel y ahora todos fantasean con repetir el fenómeno. Rentabilidad pura, plinc caja, así de fácil. ¿Cómo no se nos ocurrió antes? Acá se copia todo sin pudor; o nos sumamos al carro victorioso, ése que suele llegar con Scioli o Patricia Bullrich ya sentados en alguna parte. Son modas. Ayer, Von Hayek, neo-liberalismo, uno a uno y relaciones carnales; ahora Keynes corazón, productividad, FMI go home, gloriosa JP. Detalles.
Ignoro la historia de Fernando De Tomaso antes de Blanquiceleste. Tiene la gestualidad del empresario serio y no hace mucho lo vi con dos chiquitos en el bar de Junín y Peña donde suelo desayunar: parecía un abuelo encantador. Eso sí, en Racing ha sido infalible. Hizo todo mal. Lo recuerdo sentado, con idéntica sonrisa y gesto de apoyo incondicional al lado de Mostaza Merlo primero y del pobre Costas después, pocos días antes de que dieran el portazo y huyeran despavoridos. Entre ambos escándalos simétricos dejó ir alegremente a Simeone, justo cuando empezaba a madurar el entrenador cotizado que es hoy. Trajo una multitud de jugadores desconocidos, o conocidos del técnico, o criados en el club como el simpático Chanchi Estévez, ex campeón de 2001 y frustrado supergallo que debutó perdiendo por herida contra el camillero de Huracán la semana pasada; todos, eso sí, con sobrepeso, lesiones crónicas o problemas de contrato. Un par de excepciones –el arquero Navarro y Cáceres–, nada cambia. El resto es tierra arrasada y eso incluye a promesas como Yacob –que ya ni debe recordar de qué jugaba–, íconos como Bastía –más cómodo haciendo ficción frente a las cámaras–, o cracks de otros equipos con ataques de amnesia total o parcial como Pellerano o Cabrera. El hombre ha conseguido en poco tiempo un verdadero milagro (atento Vaticano); superar en ineficacia a inolvidables conducciones políticas del Racing pre-quiebra, un grupo de dirigentes bien capaces de cargarse una economía sólida como la de Alemania en cuestión de meses si les daban la chance. Capos.
La confusión es grande y De Tomaso –un Nerón en asado perpetuo– llama otra vez a Mohamed, guarda a Ardiles como plan B mientras especula con que Miguel Micó, un profesional serio y dedicado a las inferiores que asumió como interino, logre apagar el nuevo incendio y mute, zas, en otro Cabrero. ¿Por qué no? Sería genial. Un padre salvador, el Ghandi que necesita esa tribuna humillada, un plantel en armas. Pues no funcionará, estimado Fernando. Hay cosas que no se pueden comprar, ni siquiera con plata de otros. Si tiene un minuto, le explico. Con onda, eh.
Para empezar Lanús no es el Líbano; Racing sí. Además, detrás de esa fórmula hoy exitosa hay dos décadas de puro esfuerzo y dedicación. Como en España, hubo un Pacto de la Moncloa, sus dirigentes dejaron de jugar al caníbal y se juntaron a trabajar para el club. Así, respetando una línea de conducta –cumplen lo firmado, no se regalan a grupos inversores, apuestan a la estética– esta gente creció hasta consolidarse como referentes de su comunidad. No, no es Racing.
Apostar por un outsider fue muy audaz, aun para ellos. Les salió bien, pero no por casualidad. Ramón Cabrero puede parecer Lassie, sobre todo comparado con ciertos colegas suyos, pero no lo es. El hombre planifica, conduce, pone límites. Bien lo sabe Archubi, figurita borrada del equipo por indisciplina; o Leto, que aun vendido al Liverpool jugaba sólo si él lo veía bien. Así, todos tuvieron su chance. Hacia afuera tuvo la misma firmeza para sostener a los cuestionados Bossio y Maxi Velázquez cuando todo venía mal en las tres primeras fechas. Cero demagogia. País normal, suele decirse en política. No ha sido, en general, el caso de Argentina.
Ojalá Lanús repita el fenómeno de Argentinos Juniors en los 80, conquiste títulos internacionales y les gane siempre a clubes vidriera o gerenciadoras. Se lo merecen. Sin embargo no soy optimista, lo siento. Intuyo que el Gran Sistema, voraz, impiadoso pero jamás estúpido, habrá tomado debida nota de los escuálidos 13,4 puntos de rating que hizo Fútbol de Primera el mismísimo domingo de la vuelta olímpica. Pocos se deprimirán si algo baja de un hondazo al simpático clubcito. Más temprano que tarde, esas imperfecciones del negocio suelen ser neutralizadas. O domesticadas, como pasó con Elvis, que nació sacudiendo pelvis y prejuicios para horror de los padres de la posguerra y terminó gordo y con esos espantosos trajes blancos llenos de flecos, ay, cantando God bless America en Las Vegas. Destino cruel.
Habrá que resistir, parece. La mejor de las suertes, entonces, para el consagrado Cabrero y el valiente Micó, nuevo cruzado para esa Armada Brancaleone que hoy es mi amado Racing. Eso sí, hay algo que tiene que quedar bien claro. El secreto de Lanús es la semilla, no el fruto; como bien dice el bigotón –Friedrich, no La Volpe–, allá arriba en el acápite. ¿Capisci? Atenti con eso, amigo De Tomaso. Tome nota, por favor, a ver si todavía le sale una y nos salvamos.