La diferencia entre el éxito colectivo y el individual ya quedó presentada en esta columna el domingo pasado. Mientras en Argentina Macri tiene cada vez más en riesgo su reelección, incluso si le tocara ir a un ballottage con Cristina Kirchner (el escenario ideal para Jaime Duran Barba), porque la ex presidenta mejora en las encuestas en proporción a lo que empeora la economía, en Estados Unidos todos los presidentes del último cuarto de siglo fueron reelectos, incluso George Bush, y ahora se cree que lo sería hasta Trump. Que sea más fácil tener éxito como presidente –y en cualquier función– en un país poderoso como Estados Unidos que en otros más débiles como Argentina promueve muchas reflexiones.
La relación con el éxito como con el fracaso está condicionada por la memoria. ¿Cuántas veces nuestra sociedad se ilusionó con la llegada de un nuevo presidente y revivió la esperanza de “ahora sí, la Argentina despega”? No es la misma relación con el éxito de los norteamericanos, ni con los exitosos, sea Trump o su más famoso deportista y artista, como en Argentina es con Macri, Messi y Darín, las tres mayores celebridades de la política, el deporte y los artistas, quienes simultáneamente fueron cuestionados esta semana: donde el éxito no abunda, se es menos tolerante con los exitosos.
Que MSCI nos pase de mercado fronterizo a emergente fue vivido igual que el triunfo de Nigeria ante Islandia
Estoy subinformado sobre fútbol pero me resultó paradójico ver cómo los analistas deportivos el día antes del partido con Croacia hablaban con mucho optimismo y explicaban por qué eran lógicos los pronósticos positivos y al terminar el partido en derrota, explicaban lo contrario. De la misma forma que hicieron los economistas en diciembre con las proyecciones sobre inflación, precio del dólar y crecimiento del producto bruto, y lo opuesto en mayo/junio. El método de juicio emocional era el mismo, solo cambiaba el objeto de análisis. Se podría decir algo parecido sobre las consecuencias posteriores al debate sobre el aborto en el Congreso y cómo sus efectos en las cuestiones de género pueden hacer pasar el simbólico falo del hombre a la mujer con la misma fuerza del sunami que aumentó el dólar o cambió el humor sobre la selección de fútbol.
Hay un texto, viralizado en las redes, en defensa de Darín, cuyos argumentos son tan plausibles como los que se usan en su contra, y demuestra el grado de emocionalidad exaltada que nos caracteriza. Su autor es Coni Cherep, quien se define como “periodista en licencia” y “opinador serial”, calificación esta última que representa a tantos argentinos (ver: No, con Darín no).
Idéntica subjetividad hiperbólica pasa del espectáculo a la política y al deporte, tres actividades unidas por la misma matriz de la fama. Cuando Morgan Stanley Capital International subió la calificación de los mercados de acciones de Argentina de fronterizo a emergente después de la megadevaluación, fue sentido como el triunfo de Nigeria ante Islandia tras la derrota de nuestra selección de fútbol con Croacia. “Ahora sí, nuevamente, podemos”.
Un párrafo aparte merecen las calificadoras de riesgo y Morgan Stanley Capital International (MSCI), cuya arbitrariedad no es una excepción, al igual que los consultores económicos argentinos. En junio del año pasado, la economía argentina y la popularidad de Macri estaban mejor que hoy; sin embargo, el año pasado MSCI no aprobó la mejora de calificación porque “había que esperar a ver que las reformas que había producido Macri no fueran reversibles”, o sea: que no volviera el populismo, riesgo que hoy no es menor. Son calificaciones tan discutibles como que ya éramos país emergente mientras estábamos en default antes de 2009, cuando nos bajaron de categoría. En todos los casos por cuestiones políticas.
“Lo verdadero es solo conveniente respecto de nuestro pensamiento, exactamente como lo correcto es solo conveniente a nuestra conducta”, escribió William James en Pragmatismo y El significado de la verdad. O como lo hizo Hilary Putnam en Realism with a Human Face: “Lo que llamamos realidad es el proyecto de vernos a nosotros mismos como cartógrafos de algo”.
Paradojas tan viejas como la humanidad, como la vieja lucha por reducir sensaciones a conceptos, o la reducción inversa que intentó el empirismo. Opinadores de todo lo que sentimos, somos malos alumnos de Aristóteles, quien sostuvo que el “conocimiento de” era anterior al “conocimiento de que”; y de Kant, para quien “las intuiciones sin conceptos son ciegas”. Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi es o no patriota, y Macri es o no competente o bien intencionado, y luego construimos conceptos que sostengan nuestra creencia. Viendo el comportamiento de los mercados y las opiniones de los economistas, habría que disculpar al público y a los opinadores mediáticos por una carencia que también afecta a las “mentes más elevadas”. Nada nuevo: Richard Rorty, en La filosofía y el espejo de la naturaleza, explica cómo los problemas son los mismos, solo que se renuevan modificando las palabras, porque no cambian las creencias sino el vocabulario ya que no existe una relación permanente entre lo correcto e incorrecto, como entre los electrones y los protones. No pocas veces los problemas parecen nuevos solo por desprendernos de una terminología obsoleta: lo que hay son mitos antiguos para prejuicios modernos. Siempre se refuerzan las maniobras intelectuales que permitan la conservación del mito, tan difícil de erradicar (también para bien) como las enseñanzas de nuestros padres.
Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi patriota o no, y Macri bien intencionado, y luego argumentamos
Jaime Duran Barba, simbólico presidente del club de fans latinoamericanos de Yuval Noah Harari, es él mismo tan especialista en mitos como su admirado historiador israelí, autor de best seller mundial Sapiens: de animales a dioses. La política, el deporte y el espectáculo, que comparten el mismo sistema conceptual mitológico, son ideales para los traficantes de paradojas, que mantienen en vilo a la audiencia para que crea que suceden situaciones diferentes.