Todos los que votaron por primera vez en octubre de 1983, después de ocho años y medio de dictadura, cuando vuelvan a votar una vez más, el próximo octubre, tendrán cincuenta, o más, años de edad. Entonces, Raúl Alfonsín, el líder del radicalismo, prometía investigar los crímenes de la dictadura. Italo Luder, la cara conservadora del peronismo, hablaba de la necesidad de la “reconciliación” nacional.
Alfonsín quería juicio y castigo. Luder quería legalizar la “autoamnistía” que se habían aprobado los militares para evitar ser juzgados. Se abrían locales partidarios, se redactaban programas, regresaban dirigentes, artistas, ciudadanos obligados al exilio exterior o interior, las ideas hervían en el fuego de la discusión. Había, ahí nomás, un país posible.
Y entonces, como dice una canción de Serrat, “llegaron ellos”. En este caso, “ellos” son los años.
Seis de radicalismo, veintidós de peronismo, dos más de Alianza entre peronistas y radicales. A las promesas las sucedieron los hechos, las decisiones, las relaciones de poder, lo que se podía, lo que no, la Semana Santa, el punto final, la obediencia debida, el Plan Austral. Era necesario estimular la esperanza, y a las promesas modestas las sucedieron entonces las promesas fantásticas.
Y llegaron más de “ellos”. Menem, los indultos, Cavallo, Manzano, “uno a uno” fuimos cayendo en la trampa. Y así, la Alianza, peronismo, radicalismo, Nilda Garré, Abal Medina, Débora Giorgi, Diana Conti, y otra vez Cavallo, y el corralito, y el 2001, y Duhalde, y Aníbal Fernández, y Kosteki y Santillán, y los Kirchner, y así, y hasta ahora, y Boudou, y Lorenzino, y Kunkel, y Aníbal Fernández, y Gerardo Martínez, y Lázaro Báez, y una cantidad de tipos y minas que se dedicaron después a reescribir su pasado para contarse la propia historia como un “relato” heroico del que fueron protagonistas.
Y mientras “ellos” pasaban, “nosotros” compramos y consumimos todas las versiones de la “revolución”: la del “imperio de la ley”, la “productiva”, la “ideológica” que nos vendieron los mismos que aprobaron las privatizaciones y apoyaron después la estatización, vendimos mal y recompramos al doble y se pagó con desocupación y miseria todas las fiestas del consumo, la del “deme dos”, la del “uno a uno” y ahora la del subsidio. Todas terminaron con el malestar de una resaca insoportable y hubo que vomitarlas. Que se vayan en 1989. Que se vayan en 1999, que se vayan todos en 2001, que se vayan en 2013.
Podemos vernos ahora, hoy, dispuestos, obligados casi, a elegir nuevamente, a optar, ¿entre qué?
Tenemos más prejuicios sobre los candidatos que información sobre programas o ideas. No los reconoceríamos en fotos ni podríamos siquiera deletrear el nombre completo de los frentes electorales que representan. Los que disponen de “cajas”, de dinero público o son financiados por intereses privados van a invertir fortunas en carteles, en avisos o en programas de radio o de TV por cable, previo pago “por otra ventanilla” a quien los entrevista.
Parece ser que la batalla es ahora por la Constitución. Para evitar que la reformen a gusto de los que mandan. Treinta años después, entonces, volvemos a recitar el preámbulo: “Nos los representantes” –es decir, “nosotros, hoy, aquí, ahora”–, todo lo que queremos y seguimos esperando es “afianzar la justicia”, “constituir la unión nacional”, “consolidar la paz interior”, “proveer a la defensa común”, “promover el bienestar general”, “asegurar los beneficios de la libertad” para todos los “nosotros” que quieran habitar...
*Periodista, coordinador de AM 1110 - La Once Diez, FM 92.7 - La 2x4 y el Canal Ciudad Abierta, medios públicos de la Ciudad.