La Argentina necesita crecer para solucionar sus problemas. Pero no de cualquier manera. Lo que tenemos que lograr es algo que no hemos logrado durante décadas, a pesar de haber implementado modelos de política económica muy diferentes: crecer de manera sostenida en el tiempo, inclusiva y sustentable.
El camino hacia esa sustentabilidad incluye tres senderos que deben transitarse en paralelo. Primero, la estabilización de variables económicas y financieras; segundo, la elaboración coordinada de una política macroeconómica integral para el agregado de valor; y tercero, la puesta en marcha de un plan productivo.
Estabilidad y coordinación. Nada se puede construir cuando el piso se mueve. El primero de los niveles propone un desafío de corto plazo: tener previsibilidad cambiaria, bajar la inflación y lograr una mejora gradual pero sostenida del consumo y el crédito.
La estabilidad es dinámica pero tiene que ser capaz de evitar los cimbronazos que vivimos en los últimos años, causados porque nuestro país no tiene las capacidades para generar los dólares que viabilicen el funcionamiento de la economía. En ese marco, el país tiene que sortear la falsa dicotomía entre consumo e inversión y evitar los cambios pendulares que nos han caracterizado. Ninguna empresa invierte si no tiene márgenes y previsibilidad en el tiempo. Pero tampoco si la proyección de ventas cae sistemáticamente.
El tipo de cambio es una variable importante, pero no es la única ni tampoco es una alquimia que pueda, por sí sola, acomodar al resto. Para los que invierten, arriesgan y producen, la clave es poder planificar con un horizonte claro de estabilidad.
En paralelo a esa nivelación del terreno, es preciso diseñar y poner en marcha una estrategia económica integral cuyo objetivo central sea uno solo: fomentar el agregado de valor en nuestro país y para el mundo. Con esa premisa se mueven las demás: la dinamización del mercado interno y el despliegue de una estrategia exportadora audaz, moderna y eficiente. Esta es la base para la creación de empleo y la sustentabilidad del crecimiento.
Todas las discusiones geopolíticas actuales se refieren, en última instancia, a lo mismo: dónde se va a agregar el valor, qué país va a generar los mejores empleos y la mayor riqueza para su sociedad. Las políticas públicas de todo tipo –monetaria, cambiaria, fiscal, de ingresos, de educación, de ciencia y tecnología, entre otras– deben que tener como norte único potenciar las capacidades productivas, que Argentina tiene y en cantidad.
El tercero de los niveles para que el crecimiento argentino sea constante es la implementación de una estrategia productiva, ligada a una de inserción internacional. ¿A quién le vamos a vender qué? ¿Qué oportunidades tenemos en el mundo de hoy? ¿Qué sectores pueden apuntar a crecer hacia afuera y cuáles hacia adentro?
Eso implica avanzar pormenorizadamente sobre los potenciales productivos del país, que también son muchos. La agenda incluye la profundización del desarrollo de todas las regiones, el fortalecimiento del entramado pyme, una mejora integral de la competitividad sistémica que reduzca costos y el incremento de la productividad sectorial a partir de los desafíos de la cuarta revolución industrial.
La industria está hoy en el centro de la economía mundial, liderando una nueva etapa del desarrollo a escala global. Es algo más que un sector: es un concepto que atraviesa la producción de bienes y servicios; es el agregado de valor con la innovación y los avances tecnológicos como ejes. En el mundo actual está todo hecho y todo por hacer, y en Argentina estamos frente al desafío histórico de diseñar una estrategia de inserción internacional inteligente que transforme todos estos avances en activos para el país.
Un estudio reciente que realizamos en la UIA, junto con Cippec y BID, muestra que nuestras empresas dialogan con los desafíos de la cuarta revolución industrial. La mitad de las empresas argentina adoptaron e incorporan adelantos tecnológicos a sus procesos productivos, y un 6% de ese porcentaje ya están en la vanguardia. Pero resta mucho por hacer: la otra mitad naufraga frente a las crisis financieras recurrentes y no llega a dialogar con el mundo 4.0. Las crisis macroeconómicas recurrentes son parte de esa carencia de innovación: en el 76% de las pymes son directamente los dueños los que atienden directamente el día a día financiero de sus empresas con los bancos, según una encuesta que hicimos en la UIA junto al BICE. Generar un proceso virtuoso requiere fijar metas y activar el liderazgo del Estado en lo que refiere a las políticas de I&D. En este campo, no avanzar con fuerza implica retroceder, dado lo que están invirtiendo los países con los que nos tenemos que comparar.
Los muros conceptuales que separaron históricamente a los sectores de nuestra economía se borran: hay industria en la manufactura, en el campo y en los servicios. La agenda de ese crecimiento es compleja y requiere un conjunto de consensos arduos pero imprescindibles entre los diferentes actores, políticos, empresariales, sindicales, sociales.
En la UIA presentamos durante el proceso electoral nuestra visión en un plan sistemático que incluye estos ejes, plasmados en 11 áreas articuladoras con más de 150 medidas concretas de acción. Es un aporte que estimamos valioso y sometemos a discusión abierta y franca, para que entre todos alcancemos más temprano que tarde el desarrollo económico y social que los argentinos perseguimos desde hace décadas.