La última elección de medio término en México dejó un saldo que requiere un análisis profundo sobre el sistema de partidos mexicano. En primer lugar, la reactivación del “movimiento anulista”. A diferencia de 2009, no hubo organizaciones que llamaran al voto nulo ni se formaron algunas con ese fin. Lo que hubo fue, por un lado, intelectuales que por las redes sociales llamaron a anular el voto. Esas expresiones coincidieron con quienes pidieron no votar o boicotear los comicios, entre ellos gremios de docentes junto con los padres de los 43 estudiantes de magisterio desaparecidos en septiembre pasado en Iguala. El saldo, en realidad, favoreció a los partidos en el poder porque quienes recurren a esa modalidad son votantes de la oposición, principalmente desilusionados con el centroizquierdista PRD. Como dicen los politólogos Javier Aparicio y Rodrigo Salazar Elena, el voto nulo no hace otra cosa que castigar a la oposición y no al que gobierna.
En segundo lugar, el debut electoral de Morena (una escisión del PRD), el partido recientemente fundado por Andrés Manuel López Obrador. Si bien a nivel nacional sólo obtuvo en promedio 10% de los votos, en el Distrito Federal consiguió cinco delegaciones hasta ahora en manos del PRD, que gobierna el centro político del país desde 1997. El parcial éxito electoral de Morena confirma el liderazgo de López Obrador en el espacio de centroizquierda, reinstalándolo como uno de los posibles candidatos a la presidencia por cuarta vez, tal y como lo valoró The Economist. El duro golpe asestado al PRD en el DF convierte a este partido en el gran perdedor de la jornada electoral.
En tercer lugar, la reforma electoral de 2014 tuvo su efecto inmediato al permitir la presentación de candidaturas ciudadanas o independientes, exigiendo un simple requisito, que es la obtención del 3% del listado nominal de firmas. Dos casos quizá sean los más notorios.
Uno es el triunfo en el distrito 10 de Jalisco del joven Pedro Kumamoto (25 años), quien se impuso a los partidos tradicionales sin presupuesto y casi exclusivamente apoyado en las redes sociales. El otro caso es el de Jaime Rodríguez Calderón, “el Bronco”, que conquistó la gobernación de Nueva León con el doble de los votos que el PRI y el PAN juntos. Rodríguez Calderón es un hombre de campo, que usa una vestimenta clásica del norte del país (sombrero texano, jeans y botas de cuero), adinerado, con el respaldo del empresariado local y un discurso antipartido. Se presentó como candidato independiente aunque, a diferencia de Kumamoto, en sus 33 años de militancia en el PRI fue diputado y presidente municipal. El Bronco –en Argentina sería una mezcla de Massa y De Narváez con la estética del radical santiagueño José Zavalía– le dio un duro golpe al tradicional bipartidismo regiomontano.
La irrupción de Morena y la emergencia de los independientes expresan alguna fisura en el andamiaje de mediación de los partidos, como dice el politólogo José del Tronco, pero no indica una crisis de representación. Los partidos tradicionales siguen representando bastante bien a una porción importante del electorado. Quizá muchos vean en la apertura a las candidaturas independientes un remedio a la supuesta enfermedad: la crisis de representación de los partidos.
La presión por permitir las candidaturas independientes es más un síntoma, o el efecto de un problema, que la solución en sí. Con las candidaturas independientes el sistema se abre, puede dar la impresión de una renovación política pero dificulta organizar la fragmentación que produce. Además, agrega a escala nacional estas preferencias dispersas.
Es cierto, los partidos son cuestionados y es necesario responder a ello, pero hay elementos del sistema tradicional de partidos que vamos a extrañar.
La elección en México abre este interrogante.
*Profesor de Ciencia Política en la Universidad de San Andrés.