Ayer, temprano. Timbre. Una encuesta. Acepté. ¿Qué le parece Fernández? ¿Cuál?, pregunté. ¿Nacho, el de River, Leandro, el de Vélez, Paul, el que juega en Racing? Se miraron, sorprendidos. ¿No se enteró? Les serví café mientras me ponían al día con las noticias. Al parecer, los cardenales peronistas que participaban de la fumata se estaban aspirando hasta la yema de los dedos por la ansiedad de saber si Notre dama bajaba del altar y los salvaba a todos. El humo de las papelinas salía negro hasta que...
Llegó carta de Perón, dije. ¿Quién es Perón?, ¿qué cosa es una carta?, preguntó uno de ellos. Es como un casete pero escrito, aclaré. ¿Un qué? Me vi en sus caras divertidas, inocentes. Les iba a recordar, a hacer la lista. Perón, Montoneros, Cámpora, Perón, Gelbard, el Rodrigazo, Isabel, López Rega, la Triple A. El horror. Nada, nada, dije, sigamos, pasa que esta ya la viví muchas veces. Es repicante eso “abuelo”, cuente, cuente, alentó el más joven. Dudé. ¿Me llamaste abuelo, pibe?
Vamos de nuevo. ¿Fernández? Hice un gesto de desprecio. ¿Forro? Ponele, dije. ¿Cristina Kirchner? No la conozco. ¿No sabe quién es?, se sorprendieron. Sí, pero de ahí a conocer a una persona. ¿Considera que son ciertas las acusaciones? No soy quién para juzgar, dije. ¿Pero usted qué cree? Supongo que esperaban una definición terminante. ¿Creer?, pregunté. Tiraron las biromes sobre la mesa, se echaron hacia atrás en las sillas. Creer es una cuestión de fe, aclaré. Esto se trata de justicia. Si hay testimonios, documentos, pruebas, quiero juicio y sentencia.
¿Los detenidos y procesados son presos políticos? Las acciones en contra de la ley, el robo, el crimen, son delitos comunes, no políticos, contesté. Bien, murmuró uno de ellos, y tildó algunos casilleros. El otro se acercó y le habló al oído. El que escuchaba, asintió. Vamos con Macri, dijo. ¿Gato? Perro. ¿Fracasó? Hasta ahora no ha cumplido con lo que prometió en la campaña electoral, reducir la inflación y la pobreza, pero valoro otras cosas. ¿Cuando hace su balance toma en cuenta cómo estaba el país y las condiciones internacionales? No, dije. ¿Por? Las promesas fueron anteriores a todo lo que sucedió después. ¿Y qué tiene que ver eso? No deben hacerse promesas si uno no está seguro de que las podrá cumplir, respondí. Prefiero la verdad.
Los noté molestos. Parece que resiste el chamuyo, ¿no odia a ninguno?, preguntó, intrigado, el más joven. ¿Debería? Para hacernos más sencillo el trabajo, sí. Lo incluimos en uno de los tres tristes tercios y listo. ¿Tristes? Desencantados, digamos. Pero no podemos obligarlo a elegir, intervino el otro, así que lo vamos a incluir en el de los indecisos. No soy un indeciso, dije, con cierto fastidio. Ah, ¿no?, preguntó, irónico, el que tildaba en las planillas. He vivido y visto suficiente como para saber lo que quiero y lo que no. Se miraron, sonrientes. A nosotros nos cabe cualquiera, sabelo (dijo “¿abuelo?”). Una noche tendríamos que salir de gira, invitamos las birras.
Vea man, dijo el que parecía encargado de tomar la decisión, la opinión de la sociedad está dividida en tres tercios. Si no odia a uno u otro, tendrá que elegir entre los otros. ¿Que serían quiénes?, pregunté. Bueno, hay bocha de candidatos, Massa, Scioli, Agustín Rossi, Lavagna, el que propone Duhalde para que indulte a los empresarios procesados, los que apoyan Moyano, Barrionuevo. Me sobresalté al escuchar los nombres. Ni en pedo, esa es la resaca, dije, indignado.
Ah, ah, ah, con que ni en pedo eh, ¿así que entonces odia? No a las personas, a lo que representan, aclaré. ¿No le cabe ni uno de esos? No. Me recalienta mucho escucharlos, como a ese Fernández, que ahora dice todo lo contrario de lo que pensaba ayer. Tranquilo, ¿tomó la pastilla hoy?, lo vamos a incluir entre los nuestros, los que se la bancan. Gente joven como usted que está medio fisura pero todavía se repone. ¿Y qué sería lo que tenemos en común? Se volvieron y me sonrieron, cómplices. Los que exigen justicia y verdad, ¿o no es eso lo que usted y todos queremos?
*Periodista.