Notre dama les había advertido. Pícara, sonrisa a medio hacer y tonito de madre de La Cámpora que mira a los pibes y piensa: “¿A quién estarán traicionando, o en qué choreo andarán ustedes?”, recomendó a los máximos dirigentes del partido “que se suturen el orto”. Les dio tiempo para pedir hora en un “ortorino” que ofrezca dos por uno, suturación y rinoscopia. Maestra en la administración del miedo que le tienen, un día cayó de sorpresa. Hizo dejar los celulares para evitar selfies comparativas de la vergonzosa suturación ajena y ordenó a los muchachos peronistas: “Bajensé los pantalones”.
Con los codos sobre el escritorio, Gioja se sostuvo la frente en las manos. Gemía. Sentado a su lado, Felipe Solá se inclinó hacia él. ¿Qué pasa, te duele todavía?, le dijo al oído. Gioja movía la cabeza de un lado a otro, desconsolado: “No me lo suturé”. Felipe Solá chilló, asustado: ¡No te lo suturaste! Gioja apartó las manos de la cara, lo miró como si de pronto recordara quién era y le dijo, molesto: “¿Sos o te hacés, Felipe, qué te acabo de decir?” Solá, dudó. Depende, explicó, en general soy un suturado de toda la vida, pero si hay que suturarse de nuevo me suturo. Gioja hizo una mueca que no llegó a ser sonrisa y lo despreció con un gesto como si fuera un Parrilli más.
A medida que se enteraban, los suturados se acercaban a Gioja para consolarlo. Scioli, dijo: “Mirame a mí”. Gioja alzó la cabeza, sorpendido. ¿Qué querés, que además me corte un brazo?, le dijo. Todos rieron. No, aclaró Scioli, hacé la que hago yo, entregalo y que te lo suture cualquiera. Gioja resistía los consejos. Ustedes porque son más jóvenes, les reprochaba, pero mi piel es un papelito tan fino y transparente que no se banca una suturación más, son muchos años de suturaciones acumuladas. Les dio pena verlo así. El “Chino” Navarro, solidario, le palmeó el hombro. “A mí me quedan cuatro o cinco suturaciones más por lo menos, te juro que si fuera posible me suturaría por vos”. Y, yo, y yo, y yo, dijeron, a coro, los demás. Sin otra que hacer o decir, le cantaron la Marcha. Algunos, en tono de broma, como para alegrarlo a Gioja, cambiaban la letra: “Los muchachos suturistas/ todos unidos suturaremos/ y como siempre diremos/un grito de ay! qué dolor...”.
Los cronistas acreditados, espalda contra espalda, preguntaban si ellos también deberían someterse a la suturación en caso de que los suturados cumplieran con su amenaza de volver a suturarse. Algunos, con el culo entre las manos, se hacían los cocoritos y se atrevían a más. ¿A De Vido, José López, Ricardo Jaime, Schiavi y Baratta, entre otros, les van a mandar a suturar todas las bocas de salida de la cárcel? ¿Cuántas suturaciones se hizo Alberto Fernández y quién las pagó? Beatriz Rokjes de Alperovich les gritó: “¡Qué se creen vagos, yo tengo diez mansiones y estoy acá como una humilde suturada!”. Agustín Rossi y Hugo Moyano, con la suturación ardiendo todavía, se levantaron con cierta dificultad de sus asiento para calmarla. Un tal Plaini que quería salir en la foto le ofreció su suturación a Hugo para que se parara sobre ella y desde ahí amedrentara a los cronistas.
La difusión por canales de noticias y redes de los discursos que prometían suturación para todos, aterrorizó a la población. Los jueces de la Corte Suprema se apresuraron a pedir el expediente de suturaciones anteriores para actualizar los porcentajes de comisiones, que deberán pagar los ciudadanos en caso de querer evitar suturaciones forzadas. Los suturados de siempre, sindicalistas, empresarios, Diana Conti, Pino Solanas, De Mendiguren, Aníbal Fernández, que salió del baúl de un auto, levantaban los brazos mostrando los certificados que probaban suturaciones recientes.
La gente en las calles respondía a las consultas de los movileros con aire resignado, pero optimista. Uno de ellos, dijo que sí, que estaba “saturado” de Menem, de Duhalde, de los Kirchner y de todos los ladrones que siguen impunes. Cuando le aclararon los términos, se envalentonó aún más: “Si vienen de a uno, mano a mano me los suturo a todos”.
*Periodista.