El viernes 20 de enero, Donald Trump, ya investido presidente, preguntó a la multitud: “¿Quieren que siga usando Twitter? Quieren, ¿verdad? Porque a ellos les molesta...”.
Un par de días previos al traspaso del poder, Trump subió a su cuenta de Twitter una fotografía que capta el momento en el que, supuestamente, escribía su discurso de investidura.
Trump posa mirando fijamente a la cámara con los ojos empequeñecidos, ojos del que piensa en algo diferente a lo que ve. Detrás del escritorio, en la pared, se agrupan mayólicas con incrustaciones de oro en su mayoría y en una hilera vertical, a la derecha del magnate, se repite tantas veces como mayólicas caben en la columna la leyenda “plus ultra” escrita en oro, por supuesto, con el eco magnánimo de Carlos I por España y V por el Sacro Imperio Romano Germánico, apodado el “César”. A la izquierda de Trump, un águila lo observa posada en un tronco también de oro. El oro es prácticamente incorruptible, es decir, no cede ante el tiempo ni ante los elementos, y este carácter puede ser uno de los atractivos que ejerce sobre Trump ya que debe ser lo único que se le resiste a su pulsión invasiva. Por otra parte, no le es ajeno el rol mítico del oro como elemento grato a los dioses y, en tanto resplandor del poder, productor de temor.
Si observamos su cuaderno, está alzado a una altura justa, mínima, para que no podamos mirar los apuntes. (El tuit puede verse en @realDonaldTrump.)
Esta foto es parte de un tuit y el discurso en el que nos dice encontrarse trabajando en ese momento, al ser pronunciado ante el mundo sorprendió por contener una rigurosa antología de los tuits que fue emitiendo durante la campaña.
“Los políticos han prosperado pero los puestos de trabajo han desaparecido y las fábricas han cerrado”.
Mediante un sofisma básico, Trump inaugura su presidencia erradicando la política de la Casa Blanca: es la política la que ha cerrado las fábricas.
Barack Obama fue el primer presidente que alcanzó el poder con la ayuda de las redes sociales; Donald Trump es, a su vez, el primero que gobierna, literalmente, desde ellas.
El diseñador Otl Aicher dudaba mucho del mundo digital. Ponía como ejemplo extremo la primera invasión a Irak o la incidencia de las reformas económicas implementadas y controladas digitalmente: se nos devuelve el dato de las bajas o los costos en términos estadísticos, el destello verde en la pantalla informando que la munición alcanzó con éxito el target no habla de muerte, habla de eficacia.
El número de desempleados expresa con ajustada exactitud datos técnicos, no humanos. Si la gente no es una variable atendible para este mundo, si quedan fuera, si se excluye la condición humana, no es un mundo exacto, sino erróneo. La vida no aspira a la exactitud sino al intercambio, al desarrollo, al acuerdo.
En una democracia esto se hace a través de herramientas políticas que resuelvan los problemas de la comunidad, interactuando entre los sujetos con sus puntos de vista y sus razones particulares. La red social, como herramienta de comunicación, sólo es un punto de encuentro pero no de reflexión; una estación de paso, no un destino.
Trump, como todo gestor no político, aspira a la eficacia. No busca ningún acuerdo, pretende el asentimiento. El capitalismo financiero, también.
Trump no dialoga, sentencia desde Twitter; no sugiere, ordena. No lo vive como un puente, sino como un espejo que le devuelve su imagen dorada.
El problema es que no abrirá las fábricas, no generará puestos de empleo para todos y no conseguirá –si es que va en serio con esto– aislar la economía norteamericana en un frasco dentro del océano financiero.
Si la izquierda, a día de hoy, no tiene una hoja de ruta clara para ese fin, no es confiable que Trump la tenga. Como en la foto del tuit, en esto también levanta el block de notas para que no veamos que ha escrito.
*Periodista y escritor.