Una pregunta: ¿qué grado de omnipotencia es necesario para actuar del modo en que lo hicieron el matrimonio Kirchner y sus amigos? Supusieron que una red de relaciones comerciales y financieras truchas iba a permanecer sin ser investigada hasta el fin de los tiempos. Estaban convencidos de que seguirían en la sala de control, apretando botones y cambiando pantallas, sin temer consecuencias, como cuando estaban en el cenit. Un año antes de las elecciones, esa tranquilizadora ilusión se resquebraja.
Hoy, la Presidenta tiene capacidad para perjudicar a quien pueda ser candidato del PJ, pero no tiene todos los medios para que ese potencial candidato se consagre a asustar a la Justicia para que no siga investigándola. Ubicó a un par de camporistas en el Consejo de la Magistratura, aunque no puede estar segura de que le será fiel su nueva presidenta, que acaba de votar una sanción contra el juez Bonadio, para darle una tregua judicial a Cristina. Pero, ¿jugará su carrera judicial dentro de algunos meses?
A Cristina Kirchner le resulta más fácil hacerle hoy la vida imposible a un sucesor que obligarlo mañana a frenar las investigaciones sobre su fortuna en medio de un escándalo. Ese sucesor sabe que no le conviene enfrentarla ahora, pero seguramente no está dispuesto a inmolarse como víctima de las vicisitudes tribunalicias de sus antecesores. Paradoja: la presidenta saliente probablemente pueda incidir bastante en la elección de su sucesor y bastante poco en que éste, sea quien sea, le pare los procesamientos y evite el penoso espectáculo de un elegante campamento, con mochilas Vuitton, en la explanada de Comodoro Py.
¿Por qué habría de hacerlo? Hay un motivo para que un sucesor proveniente del PJ le dé amparo judicial a la Presidenta: que La Cámpora conserve tanto poder en el aparato del Estado y en el Parlamento como para condicionarlo y exigírselo. Por eso, no son solamente razones ideológicas las que llevan a centenares de nombramientos en lugares clave de la administración (incluida, según denuncias gremiales, la Justicia). No son solamente razones ideológicas las que obligarían a la omertà. La épica del modelo queda subordinada a la tragicomedia de las defensas judiciales.
Por otra parte, nada garantiza que jueces que ritmaron sus intervenciones según cómo veían fluctuar sus propios intereses, y respondieron al teléfono que los instruía, no piensen que un nuevo presidente implica un cambio de situación y, salvo que el Consejo de la Magistratura consiga mayoría para enjuiciarlos, ahora que algunos se han vuelto celosos ejecutores de sus deberes, sigan siéndolo. Y además, ¿por qué los miembros del Consejo de la Magistratura volverían a quemar incienso (y su propio futuro) en el altar cristinista? En los últimos veinte años hemos visto patinajes políticos de toda especie. A la misma Cristina no es necesario recordarle esta historia de cambios de devoción por un modelo u otro.
Sin embargo, queda una duda. El kirchnerismo sabe mucho sobre los ciudadanos argentinos. Sabe que el menemismo no fue desplazado por su corrupción, sino cuando terminó el efecto adormecedor de la bonanza económica para capas medias y comenzaron a sentirse los efectos de la desocupación y la miseria en las grandes ciudades. Antes, en 1995, cuando ya se lo cuestionaba y habían sucedido algunos escándalos, recibió el alborozado apoyo de las capas medias, y digo capas medias porque sin ellas no se llega al 50% de los votos. No fueron la Banelco ni la renuncia ética de Chacho Alvarez lo que llevó al desastre a De la Rúa, sino la ingobernabilidad de factores económicos y la defensa idiota del 1 a 1.
La corrupción todavía no volteó a nadie. Eso lo supo Néstor. Todo el mundo cree que los políticos son corruptos y punto. Macri, que sintoniza tan perfectamente con los votantes de capas medias, no habla nunca de corrupción, como si viviera en los anillos de Saturno. Quizá por eso, Macri sea el perfecto sucesor para los intereses judiciales de Cristina: como no formó parte de los negocios de Báez y su banda, cree tener la autoridad moral para no empeñarse en su denuncia. No es su batalla, y los votantes, al parecer, no le exigen eso.
De probarse lo que está en la Justicia o inevitablemente llegara a formar expediente, hubo un soberbio ejercicio, un ejercicio excesivo, de la impunidad. Se dio la combinación de poder ultraconcentrado y soberbia. El escenario recuerda al menemismo y sobre todo a la desmesurada confianza de su jefe. Algo así como “a nosotros no nos va a pasar porque tenemos la vaca atada”.
A Francisco Franco, Caudillo por la Gracia de Dios, le gustaba decir que había dejado todo “atado y bien atado” cuando eligió como sucesor a Juan Carlos de Borbón. No calculó ni a Santiago Carrillo y ni siquiera al que tenía que cuidar los nudos de la soga: Adolfo Suárez. Como Franco, Cristina puede encontrar su Adolfo Suárez, que no quiera ser enterrado como el más fiel mosquetero del modelo, sino como un hombre digno. También como Franco, que comenzó con sueldo de militar, ella y su esposo dejan algunos millones a sus herederos.