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Un artista insospechado

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En Conversaciones con artistas contemporáneos, de Hans Ulrich Obrist, una publicación de la prolífica Universidad Diego Portales, aparece Marina Abramovic, la reina de la performance, que en estos días alborota Buenos Aires con su presencia y sus talleres. En la primera entrevista del libro, Abramovic se encuentra con Gregory Chaitin en Japón y lo sorprende diciendo: “Descubro que usted es muy poético y tiene una energía erótica enorme”. Uno se podría imaginar a Chaitin pintando medio desnudo como Nick Nolte en aquella (mala) película de Scorsese, pero Chaitin es matemático. Sin embargo, su apareamiento con Abramovic no es caprichoso, porque ambos están en el límite de sus disciplinas.

Aunque el libro no lo menciona, Chaitin vivió de chico en la Argentina (es una especie de Viggo Mortensen de la ciencia) y estuvo por aquí unas cuantas veces más. De hecho, en su página de internet se lo puede ver en una foto con Hernán Lombardi, el ministro de Cultura macrista caído en desgracia, en un reciente festival de matemática. Yo lo conocí hace mucho más tiempo, cuando estudiaba en Ciencias Exactas y un día apareció un tipo bajito que hablaba un extraño spanglish y que demostró el teorema de Gödel utilizando herramientas de computación. En la clase siguiente, Chaitin dio otras dos demostraciones del teorema de Gödel; en la posterior, otras cuatro, y no sé cuántas clases hubo. Como a mucha gente, siempre me atrajo el famoso teorema de Gödel sobre la incompletitud de la aritmética y la existencia de proposiciones verdaderas pero indemostrables, aunque sólo entendí su trabajo muchos años más tarde, en un seminario con Carlos Lungarzo en la Facultad de Filosofía cuyo otro alumno era Horacio Arló, quien murió hace poco en Estados Unidos.

Chaitin cuenta su propia historia con la demostración de Gödel (a la que considera pobre en ideas), en un libro que acaba de aparecer bajo el título El número omega; límites y enigmas de la matemática, y que es de lo mejor que la divulgación matemática puede ofrecer, en las antípodas de un cuentito engañoso como el de Simon Singh sobre el teorema de Fermat. El número omega es un libro extraordinario: permite hacerse una idea del trabajo de Chaitin como pionero de la Teoría Algorítmica de la Información, de los números aleatorios, de la parada de Turing, del lenguaje de programación LISP, de la matematización de la teoría de Darwin y de muchas cosas por fuera de lo técnico, como de su brillante defensa de Leibniz contra Newton (y contra Voltaire) o de una concepción de la matemática que privilegia la búsqueda sobre la demostración rutinaria y el paper.
Chaitin se ganó siempre la vida trabajando como investigador para IBM, lo que le permite un notable grado de libertad para hacer matemática y para hablar sobre ella, un poco por fuera del mundo de sus colegas, entre quienes despierta distintos grados de rechazo. Como en el caso de Abramovic, Chaitin se preguntó si su disciplina no podría ser otra cosa de lo que se suponía. Pero mientras que las artes visuales admiten la disidencia como parte esencial de su evolución (como también ocurre en la física y las ciencias naturales), es raro que alguien suponga que la matemática podría ser de otra manera, como se sugiere en este libro tan singular, apasionado y personal.

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