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Un candidato llamado Scioli

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En 2003 no faltó quien dijera: “¿Vice de Kirchner? ¿Y qué va a hacer? Desaparece en menos de un año”. Cuatro años después, los diarios titulaban que ese mismo hombre había sido elegido como candidato a gobernador de la provincia de
Buenos Aires.

“Mmmm, le pusieron un barón del Conurbano de vice (Alberto Balestrini): entre los intendentes, el kirchnerismo y el duhaldismo se lo devoran”. Es el año 2011; Cristina Fernández de Kirchner se presenta para un nuevo mandato, y Daniel Scioli hace lo propio en su provincia. “Fijate, le metieron a Mariotto; listo, ya está, lo tienen agarrado”.

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Comienza el clima de campaña presidencial. “Vas a ver que a Scioli lo dejan de a pie; no llega, se baja, no resiste; no le da la fuerza para ser el candidato”.

Y allí está. No sé si podemos encontrar en la historia reciente otro hombre o mujer cuyo destino político le fuera negado tantas veces con la palabra, mientras él acumulaba en la dirección contraria de esas voces.

A estas profecías no cumplidas debemos sumar otras: tanto en 2009, luego de la derrota a manos de De Narváez, como en 2013, con Sergio Massa, Scioli debe haber recibido tantos llamados que su teléfono se habrá saturado. Muchos lo hicieron público: “Es el momento para saltar, que aproveche ahora que se complicó el escenario y puede beneficiarse con eso. Si se queda nunca va a ser candidato”.

Para que la frase fuese más contundente, acompañar a Néstor Kirchner en la lista de candidatos a diputados de 2009 habría sido el salvavidas de plomo del que no podría deshacerse.

La política está construida de complejidades; en ellas algunos optan, para sortearlas, por las oportunidades y otros por los procesos.

Pareciera que a lo largo de todos estos años Scioli fue un hombre que privilegió siempre el proceso por encima de las oportunidades fortuitas.

Asumió los espacios que supo ganarse, porque el azar tiene un límite: si llegó a gobernar ocho años la provincia más grande y difícil del país, debe ser por ciertas razones; y esperó. Todos imaginamos que el día que asumió la gobernación tenía un ojo mirando a la Rosada. Acaso si hubiera acelerado la copa en aquellas veces que lo tentaron, hoy no estaría en un ballottage cuyo resultado está abierto.

Llegó. Y llegó hasta aquí, y quizás ingrese por la puerta de Balcarce 50, siendo siempre Scioli. Esa parece ser una de las características más notables de un hombre que, proviniendo del mundo del deporte, lleva más de veinte años en la política.
Nunca apuntó a las rupturas. Uno no se lo imagina pateando mesas para marcar la diferencia, para decir “acá vengo yo”.
Por el contrario, Scioli pareció asumir cada momento político difícil, en el objetivo presidencial que se propuso, como una curva sólo para bajar la velocidad.

Cuando creyó que en las PASO tendría que enfrentar a un candidato, digamos “kirchnerista”, siguió camino y el que quedó fue él. Hay, en toda esta construcción, una sensación de terquedad, bajo la imagen de un tipo que parece no enojarse nunca.

A tal punto esto ha sido así que ahora, en el momento más duro de la campaña electoral, Scioli, como ha dicho él mismo, se “scioliza”: esto es, fortalece el hombre del proceso por encima de la oportunidad. Así es como él ha elegido marcar diferencias.

Y entonces nos encontramos con una campaña donde Macri rehúye hablar de política, y habla de deseos, de clima de cambio, pero poco de medidas que le correspondan; mientras Scioli ha comenzado un camino de pragmatismo: cada día pronuncia propuestas que implementará si es presidente; lo que va a dejar y lo que quiere cambiar, y no necesita sobreactuar ese equilibrio entre cambio y continuidad: es el mismo que recorrió estos años.

Quién hubiese dicho que el hombre que siempre estuvo al borde de ser “anulado” finalmente arriba a la instancia electoral final, manteniendo ese estilo.  

 

*Politólogo UBA/UNAJ/Flacso.