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milagros extremos

Un correctivo

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El ya no tan flamante papa Francesco anunció que los ateos podrían llegar a entrar al Paraíso si se esforzaran en hacer el Bien. O algo así, la traducción del inglés es mía: “El Señor nos ha redimido a todos, a todos, con la sangre de Cristo: a todos, no sólo a los católicos. ¡A todos! Padre, ¿a los ateos? Incluso a los ateos. ¡A todos!”.

No sé en base a qué descubrimiento (científico, arqueológico o poético) se funda la noticia. El anuncio parece más bien una manifestación de populista generosidad, un ejercicio cuasiperonista de inclusión de opuestos, una exploración desesperada en un nuevo mercado gigantesco: el de los infieles. La Iglesia de Roma, no obstante, salió a contradecir rígidamente a su máximo emisor: Thomas Rosica, vocero del Vaticano, dijo: No, no. Eso no puede pasar. Los ateos, por definición etimológica, no pueden ni podrán ingresar al Paraíso de los otros. Y allí parece haber acabado el debate teológico al respecto.

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Es difícil hacer noticia de algo tan viejo que se funda en añosas Escrituras. Y como lo que no es noticia no se ve, tal vez esta discusión abstracta sirva de desviación a otras más corpóreas: de dónde proviene el dinero del banco Vaticano, o cómo se comprende una religión para los pobres basada en la ostentación del lujo suntuario y la acumulación de cosas doraditas, de imágenes de santos y de qué sé yo cuántas otras cosas que al protagonista de esas Escrituras le habrían parecido condenables.

La discusión me parece de todos modos fascinante. Como dice mi amigo Santiago Sánchez Santarelli –buscador, librero de viejo, siempre atento al devenir de las almas y las materias que las tratan–, “desde la óptica de un católico es, efectivamente, una discusión cerrada desde hace varios siglos y en la que Francisco no lleva la razón. Desde la óptica de un ateo, es una discusión de candente actualidad que sintetiza las tensiones que atraviesan la posmodernidad: se trata de saber si, una vez que dejamos de existir, iremos o no a un lugar que no existe”. Pese a la señal correctiva enviada al inexperto Papa, los ateos podemos sentirnos algo más tranquilos. ¡Se trata de hacer el Bien y no de aceptar unas fantasías giratorias que son difíciles de sostener si no es en el aire ligero de la fe!

Tal vez hacía falta esto –un Papa argentinísimo– para hacer posible el milagro coruscante que fuera capaz de unir los extremos de una contradicción dialéctica a punto de ceder a la rimbombante elasticidad de sus tensiones internas no resueltas.