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Un debate muy actual

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¿Mi cuerpo es mío? No me parece. Eso sí, ¡qué más quisiera! Si mi cuerpo fuera mío, según se dice, podría yo disponer de él, tomar mis decisiones y hacérselas obedecer, convertirlo en un instrumento dócil de mis deseos y de mi voluntad. Si fuera mío, si hiciera caso, no podría resistirse ni tampoco confundirme ni tampoco contradecirme. Si fuera mío, si me perteneciera por completo, Yo el Sujeto Soberano le impondría mi dominio sin concesiones y sin trepidar.

Envidio a los que lo logran, porque mi vida no transcurre así. Mi cuerpo a mí se me retoba a cada rato, cada dos por tres quiero una cosa y él quiere otra, yo quiero algo y él no, no quiero algo y él sí. No soy su dueño, para nada; y a menudo, por el contrario, tiendo a quedar a su merced. Yo propongo y él dispone. Pero dispone con tal determinación, que puede hasta hacerme dudar de lo que yo mismo propongo, de si deseo lo que creo que deseo, de si temo lo que tiendo a creer que temo.

Hemos coincidido en ocasiones. Pero en general no se trató sino de eso, de alguna feliz coincidencia, apenas una feliz coincidencia. No de que mi cuerpo fuera mío, no de que me hiciera caso, sino de haber querido los dos lo mismo, un mismo día y en un mismo momento, lo cual nos habilitó a hacer algunas cosas los dos juntos. Si se me diera por llevar un diario o un blog, cosa imposible, debería llevarlo por duplicado: el suyo y el mío; lo mismo que si se me antojara, cosa imposible, escribir mi autobiografía: son dos vidas las que tendría que historiar, la mía y la suya, sus eventuales superposiciones, sus habituales discrepancias.

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Será por eso que soy tan poco proclive a concebir al cuerpo como certeza, ni al deseo como certeza, ni al cuerpo como posesión sin más. No obstante, y por convicción, estoy decididamente en contra de las intromisiones políticas de los dispositivos de poder sobre los cuerpos. Sólo que me inclino a pensar que a esa política se la contrarresta con otras políticas, y a ese poder con un contrapoder, que no provienen para mí de ningún craso individualismo (menos anarco que burgués), ni de la presunta autarquía del yo, ni de la presunta mismidad del cuerpo, ni de la presunta consustanciación del cuerpo y el sujeto.

La lucha que distingo, a mi leal saber y entender, no es entre políticas (ajenas, intrusas) y cuerpos (fortificación personal, propiedad privada), sino entre distintas políticas del cuerpo. Por caso: contra los biologicismos preculturales, contra las definiciones misticoides de la vida, contra la pretensión de que todo el mundo piense igual y haga lo mismo, contra los excesos en la generalización de Dios, contra el reduccionismo tramposo de pretender que lo que se discute es si se escoge por la vida o por la muerte, para luego pronunciarse por la vida, como si a favor de la muerte (y no de otra definición de vida) hubiese alguien, votase alguien.