Asistimos a una batalla mediática, la ciudad está empapelada con cruces diversos entre el gobierno y algunos medios (¿o es siempre el mismo?); el enfrentamiento de grandes poderes históricamente establecidos se reduce a la simplificación “el campo” contra “el Gobierno”, etc. Este mismo periódico (que por algún amable motivo pone a mi disposición este espacio) publicó el domingo una amplia nota sobre el changuito de Cristina. Casi me muero de la risa.
Supongo que estamos de acuerdo en que nos están robando de todos lados. Acordamos en que la manipulación del INDEC debe tener intereses muy concretos. Hay guerra de intereses, de grandes intereses tradicionales. Hay inflación. Vaya primicia. Es alta. El Gobierno no lo admite. Punto.
Las infografías parecen inventos muy recientes. Tanto que aún no se les ha descubierto un uso periodístico concreto. Se ve que somos animales muy visuales, y que ante una noticia cualquiera los ojos van directo al dibujito que resume el largo texto argumentativo en íconos y números y colores. La infografía se nos presenta con la contundencia de la matemática; las palabras tienen una carga subjetiva mayor o menor, tienden al objetivema o al subjetivema, pero las formas geométricas presuntamente no. Cuando fallan las palabras, tendemos a dejarnos convencer asombrosamente por cifras y circulitos.
En esta nota de PERFIL (espero que sus autores no se ofendan) aparece Cristina empujando un changuito lleno de cosas ricas. Ante cada delicia (matambre, nalga o yogur) se nos presentan dos globitos. Uno con el precio máximo que declaran Cristina y el INDEC y otro con el que paga la Casa Rosada para alimentar a sus moradores. Un tercer globito nos muestra lo que realmente interesa en una infografía: la variación porcentual, es decir, cuánta chantada hay cuando se dice “el dulce de leche estaría costando $ 3,72” cuando en realidad Cristina –y todos los contribuyentes– lo pagamos $ 3,76. Pero algo debe haber salido mal: la variación porcentual que aparece al lado dice 11%. Mis matemáticas son muy básicas, muy intuitivas. Pero creo que 11 no es ningún porcentaje de ninguna de esas cifras. En todo caso, la diferencia entre lo que pagó Cristina, por regla de tres simple, es de $ 0,04; es decir, del 1,07%. Lo mismo con sus otros productos. ¿Es objetivo calcular así?
Seguramente yo estoy equivocado en cómo se obtienen esos cálculos, y alguien ya me corregirá. Pero créanme: las infografías –como las palabras– pueden también ser tendenciosas. Corporizan un mundo que era invisible, sí, pero al elegir “verlo” con variables y proporciones de manera descocada, sólo sirven para impresionar al ojo en vez de convencer con argumentos. ¿Cristina prefiere un yogur frente a otro? Mmh... Podríamos discutir –si quieren– a quién le toca pagar ese goloso caprichito. Yo también voy y compro el yogur más rico, si puedo.
Más curiosidad que estos cálculos medio mal hechos me trae el contenido del changuito: mi costado voyeur se satisface perversamente viendo qué comen mis gobernantes: roast beef, pollo entero, zapallo anco. Ahá. ¿Y para cuándo el lomo cordón blue, el caviar ruso? ¡Ese changuito se parece mucho al mío! Claro que nos roban de idéntica manera. Pero me desilusiona un poco que la denuncia que promete el colorido gráfico tenga un costado tan tenue. ¿Ni siquiera estamos pagando langostinos para la Rosada? ¿Sólo yogur, apenas unos bifes anchos?
¿Y si mejor atacamos por donde valga más la pena?
¿Siguen presos sin pruebas los presos políticos de Las Heras, provincia de Santa Cruz?