En la noche del miércoles 10 de septiembre de 2014, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, anunció una serie de decisiones de neto corte militar, consagradas a hacer frente al desafío terrorista que representa la presencia de un grupo de salvajismo inconcebible en grandes tramos de lo que supieron ser Irak y Siria, o sea, en el corazón de la milenaria Mesopotamia del Medio Oriente. Quiero analizar esta decisión y no ocultar mi punto de vista editorial, como corresponde a este espacio.
Efectivamente, el mundo asiste a un desafío que no es nuevo, sino que se va reciclando año tras año. En este mismo día, 11 de septiembre, se recuerdan los 13 años del ataque de 2011 cuando la banda Al Qaeda declaró la guerra al territorio continental de los Estados Unidos. Ese ataque dejó un saldo de, por lo menos, tres mil muertos, al ser destruidas las Torres Gemelas de Nueva York, y ser también atacado el edificio del Departamento de Defensa, el legendario Pentágono. Trece años después de la acción de guerra más audaz que se protagonizó en territorio norteamericano, la amenaza del terrorismo, lejos de ser un fantasma inventado por trasnochados ideólogos derechistas, es una realidad.
Hay varios puntos que es necesario subrayar respecto de los anuncios que ha hecho Obama. La política exterior de Obama en el caso de Siria ha sido realmente catastrófica. Siria es un país en el que gobierna una dictadura familiar desde hace más de cuatro décadas. El actual dictador es el hijo del anterior dictador, vale decir: Bashar Al- Assad es el hijo de Hafez al-Assad. Entre ambos cubren más de cuarenta años de sangrienta historia en Siria, un país que hoy es el escenario de una brutal guerra civil.
Durante la presidencia de Obama, la actitud norteamericana respecto de Siria ha sido confusa, zigzagueante, contradictoria, y empapada del temor a intervenir demasiado, después delfracaso estrepitoso que fue la política y la estrategia norteamericanas en Irak. Ese fracaso estrepitoso de la política en Irak incluyó, en 2003, la invasión norteamericana a ese país, con el supuesto objetivo de destruir armas de destrucción masiva que no existían. Efectivamente, fue derrocado el régimen de Saddam Hussein, que meses más tarde fue detenido, procesado y ejecutado. Pero Irak no mejoró esencialmente.
En el caso específico de Siria, el rechazo que el presidente Obama formuló a la propuesta que le hacían dentro de su propio gobierno para apoyar a las facciones sirias más moderadas, terminó siendo la peor de las soluciones. Porque ese rechazo a apoyar en su momento a los grupos moderados que todavía tenían peso específico, terminó con una consecuencia trágica, le dio poder a este invento del “Estado Islámico en Irak y Siria”, el ISIS, y también al propio régimen de Al-Assad. Se necesita claridad en esta materia: la tragedia de Siria, de Irak, y las de tantas naciones árabes, habituadas al derramamiento de sangre, no es la culpa de Obama o de ningún presidente norteamericano en particular. Claro que hay responsabilidades de Washington. Pero las responsabilidades más importantes y trascendentes son de los sirios, de los iraquíes, de los yemenitas o de los somalíes, una nación islámica del Cuerno del África convertida en estado fracasado.
Los Estados Unidos habían sido hasta ahora pasivos – hay quien dice “dolorosamente pasivos” – ante lo que estaba sucediendo. Ya han muerto más de 200.000 sirios en la guerra civil de ese país, y los tres millones de refugiados que han huido de Siria son en sí mismo un sinónimo de desestabilización para las naciones fronterizas, porque esto ha producido el casi colapso de Irak, así como situaciones realmente inaceptables en Jordania y otros países. A todo esto, en las últimas semanas, y esto fue lo que precipitó la decisión del presidente Obama, el descabezamiento, la tortura inimaginable de la decapitación de dos periodistas norteamericanos, cuyas cabezas fueron seccionadas por un salvaje yihadista, las atrocidades masivas contra las minorías religiosas, los cristianos, los yazidis, y el creciente riego que hoy representa este terrorismo para con objetivos europeos y norteamericanos, han desencadenado esta decisión, muy meditada y compleja del presidente Obama.
Es una decisión que a mi juicio no merece ser cuestionada. No se trata de iniciar una nueva guerra ni de desembarcar tropas en suelo sirio o iraquí, sino de llevar adelante una estrategia antiterrorista, la que corresponde al desafío que hoy presenta ISIS o el autodenominado Estado Islámico, que como dijo el presidente Obama, “ni es estado, ni es islámico”. No se trata de una guerra total, no repite los trágicos errores de la administración Bush, pero hay que ser en este punto muy realista: es muy poco probable que la estrategia militar norteamericana, tan precisa y quirúrgica, termine de destruir a la banda terrorista, algo que tampoco ha sucedido con el Talibán en Pakistán ni con los yihadistas en el Yemen.
Hay que llegar a una conclusión bastante amarga, pero desafortunadamente muy tangible y concreta. En el mundo de 2014 hay más conflictos que soluciones en las relaciones internacionales. Nadie tiene una solución rápida para un tema que tiene incluso proyecciones culturales; estos yihadistas, que consideran que la decapitación es la manera adecuada de solucionar los problemas del siglo XXI, estas bandas para las que la única salida es la aplicación de la más ortodoxa, retrógrada e inhumana teología medieval, son un enemigo de cuidado. Ante este enemigo hace falta tener una mezcla muy sabia de cautela y de decisión.
Yo pienso formalmente que los Estados Unidos tienen derecho a expandir, junto a sus amigos en la región, su acción militar contra estas bandas terroristas, no solo en Irak, sino también en Siria. Pero también hay que decir que la historia de los últimos quince años por lo menos, demuestra que los Estados Unidos deben obrar con prudencia y proponiéndose objetivos modestos, porque se trata de enfrentar un grupo terrorista que bajo ningún concepto va a poder ser eliminado del todo. Este es un dato de la actualidad, de los tiempos que vivimos: en el mundo hay una tormenta cultural e ideológica muy fuerte y grupos resueltos que están decididos a empujar la marcha de la humanidad hacia soluciones medievales. Parece un acto de barbarie, un disparate inconcebible, y sin embargo esto es lo que está sucediendo.
El presidente Obama ha pronunciado un discurso que no duró más de 14 minutos. Fue puntual, específico, explícito y dijo lo que se esperaba que dijera. Se supone que va a trabajar, ya lo han adelantado desde un punto de vista explícito como favorables a la medida, junto a gobiernos como el de Arabia Saudita, cuya política interna desde luego que es archirreaccionaria, pero que en el escenario internacional de Medio Oriente, en el ajedrez de esa atormentada zona del mundo, hoy puede ser un valioso apoyo dentro del mundo islámico a la lucha contra estos secuestradores del islamismo que se han convertido en la voz dominante.
Volverá, en consecuencia, la rutina de los bombardeos a los objetivos de un grupo por definición agresivo y beligerante. No hay que hacerse ilusiones ni cabe la ingenuidad de pensar que se puede lograr la supremacía los valores civilizatorios que apreciamos en la lucha contra este tipo de enemigos solo con la persuasión, o con las buenas palabras de las almas bellas. No hay almas bellas. Lamentablemente, no han dejado otra alternativa que ir hacia su descabezamiento político, militar y estratégico, quizás como la única manera de protegerse del desafío a la vida cotidiana que representan estos salvajes.
No es una buena noticia, pero es la que corresponde mencionar como parte del mundo que vivimos. Es de desearle a Obama y a las tropas norteamericanas esa cautela y modestia indispensables para llegar adonde deben llegar, sin dar un paso más que comprometa al mundo, como sucedió con los casos especialmente de Irak y en cierta medida también, de Afganistán.
El ruido de las bombas, en consecuencia, vuelve a sonar en esa zona del mundo, una zona de la que se había hablado en términos de una “primavera democrática” que parece ser más bien un invierno beligerante.
(*) Emitido en Radio Mitre, el jueves 11 de septiembre de 2014.