Por un lado tenemos el punk, ese sonido que de mediados a fines de los 70 cambió la esencia de la música rock para siempre. Y, por el otro, el movimiento punk, una amplia revolución cultural hecha de impureza, mezcla y yuxtaposición, que modificó hábitos y costumbres de la juventud de buena parte del mundo con epicentros en Londres y Nueva York: trajes rotos, corbatas de colores, alfileres de gancho, iconografía nazi y anarquista, crestas, alcohol, drogas duras, violencia contra los agentes de poder y una buena dosis de nihilismo. El movimiento punk como el costado visible (fácil de imitar y asimilar, para luego ser empaquetado y vendido) de un cambio musical profundo de cuyo cimbronazo se desprenderían las bandas más importantes de la década del 80 y principios de los 90, de Joy Division a The Pixies, The Cure o Nirvana. Estas dos caras del punk son perfectamente visibles en The Punk Rock Movie (1978), una película filmada en Súper 8 por Don Letts, el disc jockey del club The Roxy durante el único año en que el local estuvo abierto, y que acaba de distribuirse en DVD en la Argentina.
El montaje que eligió Letts para su película es simple: actuaciones en vivo de grupos en su mayoría ingleses (Sex Pistols, The Clash, Generation X, The Slits, Siouxsie and the Banshees, Eater) y alguno americano, como The Heartbreakers. Las performances están captadas con sonido ambiente y las imágenes son sucias, pero todo cumple a la perfección su cometido; es decir, retratar la esencia del punk en vivo y en directo. Antes y después de estas presentaciones (queda claro que pocas bandas eran realmente buenas, y no por nada el film abre y cierra con los Sex Pistols) vemos al movimiento punk en su punto de ebullición: jóvenes bailando pogo vestidos con trajes de látex o maquillados como felinos, gente inyectándose en los baños de los clubes o cortándose el pecho con una gillette, chicas semidesnudas y chicos con esvásticas pintadas en la cara, aburridos y llenos de fiereza, en medio de la profunda crisis social y económica que atravesaba por entonces la Inglaterra de Margaret Thatcher.
Tal vez lo mejor que tenga The Punk Rock Movie no sea precisamente la calidad de su realización, sino su valor sociológico, ya que funciona como un perfecto registro de época. Uno puede advertir cuánto de pose y cuánto de genuina rebeldía implicaban los contradictorios ideales punk (el “no hay futuro”, el “hazlo tú mismo”) tanto para los integrantes de las bandas como para sus seguidores. Cuán importante era la crudeza del sonido y el volumen de los amplificadores, y también el rol fundamental que cumplían la ropa y el maquillaje como elementos sociales diferenciadores. Hay una escena que lo sintetiza todo. En el medio de un ensayo de The Slits, un grupo conformado íntegramente por mujeres, las chicas discuten porque una de ellas no puede seguir el ritmo, y es acusada por las demás de estar sólo preocupada por la fama. Mientras se gritan y pelean, se van pasando de mano en mano un cepillo con el que arreglan sus peinados. Ese es el punto en el que esta película se vuelve fundamental: el haber estado en el lugar y en el momento justo con una cámara, para captar la carga de energía, desenfado, sinsentido, juventud y estupidez que hizo del punk tal vez la última gran revolución de la cultura rock.