Nunca hasta este momento se había probado la existencia de una relación tan estrecha entre la química y la política, pero Lilita Carrió la reveló. Si en química un radical libre es una molécula (orgánica o inorgánica) inestable y de gran poder reactivo, que en contacto con el oxígeno actúa alterando las membranas celulares y atacando el material genético de las células, en política obra de la misma manera, alterando la composición de las alianzas y atacando a los elementos que las componen, de tal modo que cada una de estas partes (los políticos afectados) sólo puede defenderse apelando al funcionamiento anárquico o desequilibrado de la radical libre, o apelando a principios incomprobables como su honorabilidad, o presuntamente intangibles y sagrados como sus respectivas familias.
Desde que rompió con su partido de origen y nació a la luz como diva mediática de la verdad comunicada urbi et orbi, Lilita Carrió se produjo como efecto disruptivo para la estabilidad del sistema político; el hecho de que hasta ahora no hayan sabido neutralizarla no depende tanto de la eficacia de sus denuncias, basadas sobre todo en su astuta representación de estar en posesión de una sabiduría superior y de un secreto último a punto de ser manifestado, sino de lo cambiante y calesitero de éstas.
Sin embargo, su último accionar en apariencia disolvente de una posible oposición de centro-izquierda-derecha republicana en realidad obró favoreciendo la polarización entre el macrismo y el kirchnerismo, y siendo funcional a este último, porque si Mauricio Macri llegara a ganar las elecciones presidenciales, los K podrían fungir de oposición sin cargar con la rémora del gobernador provincial, y si ganara Daniel Scioli ya se encargarían de –o pretenderían– fagocitarlo. Por eso, no se entiende la unánime reacción burlona de los K.
Lilita Carrió les ha hecho un favor enorme y se ha convertido en la mejor servidora de su peor enemigo.