Los alemanes son tan fanáticos del fútbol como nosotros. Por eso el partido de hoy genera tanta ansiedad y expectativa como acá, sumado a que allá es verano, como en aquel por ellos recordado y por nosotros maldecido 2006, del que incluso se hizo una película (Alemania: Un cuento de hadas de verano, versión teutona de Héroes, pero con los protagonistas terminando en el tercer puesto). Y sumado también a que vienen de ganar el Eurovisión, algo así como el Festival de la Canción de Viña del Mar, quizá hasta un poco más sórdido y deprimente, pero que los alemanes festejaron como un mundial, luego de que les fuera esquivo durante décadas.
Casi ningún alemán creía seriamente en el equipo antes de que empezara el campeonato, pero desde entonces todas las dudas se fueron despejando, incluso la de que pueden recuperarse tras una recaída (nosotros todavía no lo sabemos, lo cual es bueno, siempre y cuando no nos toque averiguarlo hoy en el segundo tiempo). Con su estilo canchero y relajado, más italiano o francés que alemán, Jürgen “Jogi” Löw armó un equipo juvenil que logró ir entusiasmando a una sociedad tradicionalista y envejecida.
Lo ayudó, como a Diego la ausencia de Riquelme, la lesión de Ballack, ese jugador más bien mediocre que antes del amistoso de marzo dijo que los argentinos eran unos pícaros para luego proceder a romperle la cara a Demichelis de un rodillazo (por supuesto que sin querer, cómo le pegás si no con la rodilla a la altura del ojo a un tipo que mide casi lo mismo que vos). Eso descentralizó el juego y le dio más libertad a los auténticos talentos, como Lahm y Özil o el sorprendente Müller.
De todas formas ya se encargaron de reemplazar al bocazas de Ballack, ahora con Schweinsteiger (la primera parte del apellido significa “cerdo”, así que la segunda está de más). Lahm y Löw salieron al cruce, pero la terminaron embarrando todavía más (al estilo “yo tengo un amigo judío...”). Meten púa con la excusa de que el teatro es patrimonio “gaucho” (la palabra les encanta), y amparados en el prejuicio igual de falaz de que ellos son puntuales y rectos, aunque después protestan y fingen como cualquier jugador de fútbol. Hazle fama al otro y échate, así le ponen amarilla.
¿Estarán realmente nerviosos? Un poco puede ser, si bien tras la goleada a Inglaterra llegan con el ánimo tan en alza como nosotros en baja tras la efectiva aunque no tan convincente actuación contra México. De ahí que se vean banderas alemanas por todos lados, un elemento nacionalista más bien tabú desde el fin de la Guerra, y al que los mismos alemanes bienpensantes miran con poco cariño. Pocas insignias patrias me provocan tanto rechazo, y sin embargo me gusta verlos pintarse la cara de los colores de su remera y escucharlos gritar ese himno de historia tan oscura. No sé si existe un nacionalismo sano, pero intuyo que de la represión constante del nacionalismo deportivo no puede surgir nada bueno.
Todo lo cual no quita que quiera que pierdan, amargamente como Brasil de ser posible. Sería una venganza simétrica a la que nos proporcionaron en el ’90, si son tan estructurados como dicen deberían ser los primeros en aceptarlo. El problema es que Low viene rompiendo las estructuras casi tan sistemáticamente como Maradona. En general estos dos entrenadores que parecen tan distintos han formado equipos bastante parecidos, o en todo caso igual de ofensivos. Gane quien gane, al quedarse sin uno de ellos tan temprano el que más perderá será sin dudas el Mundial. Pero qué poco nos va a importar si los que seguimos somos nosotros.
*Escritor argentino. Vivió seis años en Alemania.