Cada vez que se acerca un viaje largo y busco qué llevarme me acuerdo de Fogwill, que en sus últimos años se ufanaba de no tener biblioteca, de vender o regalar sus libros después de leerlos. ¿Cuántos libros se puede leer durante un vuelo de más de diez horas? ¿Cuántos por semana durante las vacaciones, cuando hay más tiempo libre? ¿Es mejor acarrear varios libros cortos o elegir de entre esos que un año tras otro vamos separando por distintas razones (los clásicos esquivos, los que demandan una lectura demasiado atenta, aquellos intocados que clausuran la obra de un escritor admirado que queremos seguir leyendo siempre) hasta armar una pila de volúmenes condenados a un futuro de dilaciones? Esta vez la elección fue tan rápida como irreflexiva: agarré los tres que estaban encima de la montaña de los no leídos. Y entre ellos se encontraba Mire al pajarito, una antología de cuentos de Kurt Vonnegut (1922-2007), el autor de la célebre Matadero cinco y de Cuna de gato y El desayuno de los campeones. Como se sabe, uno de los escritores más incorrectos y críticos de la cultura estadounidense (y que, dicho sea de paso, salió bastante parecido a Fogwill en la foto de la solapa, y se mató al golpearse la cabeza después de una fuerte caída, como muriera Miguel Briante).
Mire al pajarito fue publicado por la editorial mexicana Sexto Piso el año pasado, y está compuesto por 14 relatos inéditos publicados en inglés después de la muerte del novelista. Y lo primero que habría que decir es que la promesa del inicio (como prólogo hay una interesante carta de Vonnegut, que había abandonado poco tiempo antes su trabajo de relacionista público en General Electric para dedicarse de lleno a la literatura, donde escribe: “Estoy convencido de que nadie consigue un carajo en las artes si se vuelve amablemente razonable, viendo todas las facetas de un problema y perdonando todos los pecados”) queda rápidamente defraudada, porque salvo por Confido, el cuento que abre la selección y uno de los dos muy buenos del libro, el resto parecen ser los ejercicios de un escritor en ciernes. Y más allá del juicio de valor, efectivamente eso es lo que son: textos que se remontan a principios de la década del 50, los primeros esbozos de un autor que no había dado aún lo mejor de sí, para lo que habría que esperar todavía más de una década y media. En el libro hay de todo: vueltas de tuerca y finales sorpresa, realismo sórdido, textos de fantasía más o menos elaborada, otros de un registro irónico y urbano, un policial, alegorías de trazo grueso y uno de factura clásica (Hola, Red), que tal vez sea el mejor de todos. Más allá de algunos aciertos, que existen (las descripciones físicas de los personajes ya muestran de lo que Vonnegut era capaz), el volumen es una especie de irregular laboratorio de ensayos ficcionales de un autor al desnudo.
Y entonces vuelve la pregunta de siempre: ¿cómo leer la obra de un escritor que otros decidieron publicar después de su muerte? ¿Habría decidido mostrar Vonnegut a sus lectores (teniendo en cuenta que en 1997 había resuelto dejar la ficción) estos cuentos de juventud? Nunca lo sabremos. Lo único que es seguro es que los lectores morbosos (esos que se regodean con las debilidades de un escritor, o necesitan hurgar en sus textos primerizos) tendrán lo que buscaban, y los admiradores de Kurt Vonnegut se verán, sin dudas, algo desilusionados.