Hay algo entre gracioso y patético en cierta insistencia del periodismo cultural, que pretende reforzar el atractivo de un artículo o captar la atención del lector poco entendido (es decir, el menos interesado en leer suplementos literarios o revistas de cultura) presentando a un escritor como “eterno candidato al premio Nobel”. Un poco por el carácter azaroso de la afirmación, pero sobre todo porque esa leyenda no significa, a esta altura, absolutamente nada. Al parecer basta con tener una obra de alrededor de diez libros, alcanzar los cincuenta o sesenta años y no haber cometido errores graves en materia de corrección política para convertirse, de modo casi automático, en pretendiente al millón de dólares que reparte el premio. Por eso es que las declaraciones que hizo hace un mes el presidente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, causaron tanto revuelo: aportaban algún indicio acerca de la manera en que piensa ese enigmático e inexplicable jurado. “Los escritores estadounidenses son demasiado sensibles a las tendencias de su cultura de masas, lo cual arrastra consigo la calidad de su trabajo. Ese país está demasiado aislado, es demasiado insular. No traducen lo suficiente y no participan en el gran diálogo de la literatura. Esa ignorancia les limita. No se puede soslayar el hecho de que Europa es el centro del mundo literario… no los Estados Unidos”. Es decir: el cuerpo de policía literario sueco, al parecer, detesta la actual narrativa estadounidense, a pesar de que los nombres de Thomas Pynchon, Don Delillo, John Updike y Philip Roth (foto) figuren, cada año, en las apuestas de los medios especializados en literatura.
Esa percepción equivocada logra a veces, por fortuna, efectos secundarios benéficos. La obra completa de Roth (tal vez el escritor estadounidense más admirado de las últimas décadas) viene publicándose y reeditándose en la Argentina sin respiro. Así, aparecieron por Mondadori Sale el espectro, El profesor del deseo y Elegía, y en Debolsillo novelas discontinuadas como La mancha humana, Operación Shylock y Pastoral americana. Ahora se distribuye en España Lecturas de mí mismo, libro de 1961 que recoge ensayos, entrevistas y escritos diversos de Roth. Aquí están, reflejadas en conversaciones y artículos de prensa, todas las obsesiones de su universo narrativo: la política exterior e interna americana, la familia y el sexo como instrumentos de poder y sometimiento, los problemas de la condición judía y los malentendidos que genera el contenido aparentemente autobiográfico de sus libros. Si bien puede ser dudoso el interés de los lectores actuales por piezas que pertenecen en su mayoría a las décadas del 60 y 70, hay algunos hallazgos, como la entrevista de 1981 en Le Nouvel Observateur, en la que un Roth atípico va perdiendo la paciencia pregunta tras pregunta. O los ensayos Escribir narrativa norteamericana y Escribir sobre los judíos, en los que reflexiona sobre dos de sus preocupaciones centrales.
A veces contradictorio, casi siempre lúcido, Roth señala en este libro su interés y desinterés por los lectores, la mayor responsabilidad de un autor (“mantener la integridad de su propio discurso”), y describe, en pocas líneas, su método de creación: “Las ideas se me presentan con el aspecto de puro accidente. Aunque una vez finalizado el libro veo cómo lo que ha tomado forma se engendró en la interacción entre mi narrativa anterior, la historia personal reciente no digerida, las circunstancias del entorno inmediato, la vida cotidiana y los libros que he estado leyendo. La relación cambiante de estos elementos de experiencia centra el tema, y entonces, meditando en ello, encuentro la manera de asirlo”.
*Desde Barcelona.