Alejandro Romay murió esta semana. Pero el modelo de televisión que encarnó ya había muerto hace 25 años. Romay fue un arquetipo de la televisión generalista de producción nacional en una industria cuya conducción era artesanal, intuitiva y de liderazgo fuerte, fronterizo con lo autoritario (de ahí el apodo de “zar”). Hasta 1990 los canales de televisión estaban integrados verticalmente, producían y distribuían sus propios contenidos. Eran pocos y eran potentes. Sus dueños marcaban no sólo la línea editorial sino que ejercían, también, como programadores, productores y decisores estéticos.
Romay fue el único de los licenciatarios de televisión que continuó por vía judicial la demanda por la expropiación de canales y productoras dispuesta por el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Por eso, después de la dictadura, Raúl Alfonsín tuvo que reintegrarle el Canal 9. Ese fue su momento más expansivo, ya que tuvo la ventaja de ser el único canal privado de Buenos Aires y, en la competencia con la gestión estatal del resto de las emisoras (7, 11 y 13), alcanzó una audiencia masiva con un estilo de demagogia audiovisual, linealidad narrativa y gran volumen de producción propia. Con ese sello Romay se distinguió como empresario radial y del teatro.
Romay había sido pionero de la nacionalización de los contenidos televisivos en 1965, al convertir al Canal 9 en el primero de los canales privados en renunciar a la tutela de las productoras norteamericanas que guiaron los inicios de la gestión privada en la tv criolla. Tras renovar la pantalla con programación local, lo que fue premiado por el rating,
en los años siguientes conoció la competencia de Héctor Ricardo García
y Goar Mestre. Esa época es recordada como un glorioso semillero de actores y libretistas. Aquella industria paternalista de escasos canales que eran auténticas usinas de imágenes y sonidos hoy ya no existe.
La televisión multiplicó su oferta a partir de la década de 1990 con una lógica multicanal que, en la Argentina, además significó un modelo arancelado (tv cable y satelital) difusor de numerosas señales internacionales; tercerizó su programación convirtiendo los viejos grandes estudios en piezas de museo; modernizó su factura técnica y estética; profesionalizó la gestión; concentró y “anonimizó” la propiedad (sociedades anónimas con participación de capitales financieros) y, más recientemente, digitalizó sus procesos de producción, edición y distribución de contenidos.
Romay es una figura prehistórica para la televisión actual, pero representó un eslabón esencial de su cadena evolutiva.
*Especialista en medios;
en Twitter @aracalacana.