Imaginan a Julio César Cleto Cobos presidente? Yo sí. Me lo imagino como a De la Rúa. No por ser radical ni por el estilo de campera que gusta usar, no por su amable urbanidad ni sus convencionales fotos de familia, ni siquiera por su parecido físico, que lo veo más atinado que sus mentadas semejanzas con San Martín, sino por mera intuición masculina.
Hoy sorprende que en la provincia de Mendoza Adolfo Rodríguez Saá ganara las elecciones del 2003 con un 37% de los votos, con una buena votación de Menem y López Murphy y una pésima de Kirchner que no llegó al tercio del ganador. Fue hace apenas cinco años, una eternidad argentina.
No deben llamarnos la atención, entonces, los cambios en la apreciación de la opinión pública no sólo mendocina que puede pasar de un extremo a otro en un tiempo mínimo. Por eso respecto de esta “opinión” los encuestadores pueden ser remunerados por diagnosticar su estado actual, pero se ven en apuros cuando vaticinan su proyección.
Cobos está de moda. Ya lo postulan para presidente. Los círculos que escalan con él le andan eligiendo un vice. Olvidan que por unos cuantos años es el vicepresidente de la Nación comprometido con el Poder Ejecutivo, y del 2008 al 2011 más de una bruja volará por nuestro cielo.
De un gobierno muy criticado por sus coprovincianos, de un acompañamiento en la Concertación que humilló a sus correligionarios que a lo sumo deambulaban por secretarías ignotas, de un rol triste y postergado es ahora la esperanza.
Duhalde aún sueña con Macri; los del campo, con Cobos. Y, otros, la mayoría de los argentinos, no sueña, porque para soñar hay que dormir, y no nos ha tocado aún el dorado reposo, son tiempos de vigilia.
Se habla de Partido Agrario; hablemos entonces de algo parecido a un partido con base en la protesta social de los últimos meses. Nace de una confrontación histórica por la magnitud de sus bases, la duración del conflicto y la resolución del mismo. Ha abierto el frente político y abundan los candidatos.
Se habla de las elecciones del 2009, y de las presidenciales del 2011; mientras tanto a la Argentina –mal que les pese a los apurados– la seguirá gobernando Cristina Fernández de Kirchner.
Por supuesto que la vigencia del período presidencial no impide la vitalidad de la vida política. De Angeli y Buzzi disfrutan de su popularidad y reciben el aliento de quienes les auguran un futuro auspicioso, pero insisten en que no aspiran a cargos políticos. Traducido al idioma de los argentinos quiere decir que sí aspiran a esos cargos. Duhalde declara que la Presidenta está obligada a terminar su mandato aunque le vaya mal; traducido nos da que no descarta elecciones anticipadas. El único creíble es Das Neves, que ya se siente presidente, aunque posiblemente nunca lo sea.
El campo afirma que sus problemas no han sido solucionados y que reiniciarán las protestas. Les puede ir mal. Para comenzar deberán hacer cola para hacerse escuchar. La economía argentina tiene algunos problemas, unos derivados de un proceso de desaceleración mundial, de inflación aún persistente por la demanda global de alimentos, de recesión en Europa, de stagflación en otros lugares, y otras cuestiones que nos atañen directamente.
De estas últimas las más acuciantes son las políticas. Las variables económicas relativas a la inflación, a los pagos de la deuda, al gasto público, a la apreciación del peso, a los réditos de la especulación financiera, a la falta de créditos; todo eso no es lo más grave. Sí lo es la debilidad de nuestra democracia. Se habla permanentemente de pactos a lo Moncloa y de acuerdos del Bicentenario, para disimular que los intereses sectoriales son los únicos que predominan. El Gobierno recibe los cachetazos de los sectores y trata de sonreír después de cada sopapo. No sólo el Gobierno nacional sino también a los que les ha tocado el mandato provincial. Comprobamos esta fragmentación en las más altas instancias. Los kirchneristas aborrecen a Cobos por considerarlo un traidor. Cobos, encumbrado por una parte de la sociedad, hace campaña. Los asesinatos mafiosos de las últimas semanas nos hablan de un régimen de terror ya conocido por países de la región. Scioli –que supone que Dios es bonaerense– dice que impedirá la “cartelización” de la provincia. Mientras tanto, en la tierra, están en duda y sospechados de complicidad dispositivos de poder y de seguridad que participan del misterio no develado de crímenes repetibles. Aníbal Fernández no dice ni sabe nada. Massa mira desde la platea a su equipo Tigre, y Randazzo debe estar de viaje.
La estatización de Aerolíneas supondrá un cambio al interior de una crisis agravada. Un aparato de Estado no jerarquizado, organizado alrededor de un único mérito que es la antigüedad, sin posibilidades de sanciones ni despidos por faltas al cumplimiento laboral, ni ascensos por mayor dedicación al trabajo; un Estado así, funciona mal. Si cumple funciones económicas, pierde plata. Y si, además, es responsable de una tarea de la que depende la vida de millones de personas, mejor viajar en carreta.
Problemas de este tipo abundan, pero todos derivan de que la presencia del Estado, y el funcionamiento del mismo no consigue consolidarse en un marco republicano. Esta falta de consistencia institucional no proviene de ahora sino de 1984, el casi cuarto de siglo de este período democrático.
Vivimos una situación nueva en la Argentina. Hasta hace poco tiempo las cartas se habían distribuido para hacernos creer que la dinastía de los Kirchner venía para largo. Dos períodos de Cristina y dos de Néstor estaban dentro de las probabilidades que nos deparaba el futuro político. Claro, si nada cambiaba, y todo cambia en la historia, más aún en nuestro país tan permeable a las sacudidas de adentro y de afuera.
Dicen que el Congreso está activo, es cierto, es un signo alentador. Fue el gran mérito de Cobos, quien con su voto y medio país bajo protesta y el oficialismo dividido, lo puso en movimiento. La dinámica opositora puede equilibrar las fuerzas luego de un período que se tildó de hegemónico. No olvidemos que esta hegemonía fue posterior a un disquicio político y una situación de ingobernabilidad.
La paridad de fuerzas puede dar lugar a negociaciones y a posibles alianzas, o a la parálisis y al resquebrajamiento de todo posible acuerdo político provocadas por la ausencia de una fuerza dominante. En términos sociales, una situación indecidible genera violencia ya que no puede responder a ninguno de los sectores que luchan por sus intereses.
Cobos no puede expresar su disidencia con el Gobierno, salvo en una situación excepcional como la que ocurrió con la crisis del campo. Lo que sí puede hacer y hace es mostrarse y dejar hablar a sus amigos que lo ungen como una vía para el renacimiento del partido radical o como esperanza nacional para el 2009.
Sus cuatro años de gobernador, sus cuatro años de alineamiento en la Concertación, no lo muestran con antecedentes ni con autoridad suficiente para un verdadero recambio.
El protagonismo le queda grande.
*Filósofo.