La ultraderecha en Europa es un fenómeno que crece progresiva e ininterrumpidamente desde hace más de una década. Francia con Front National de Marine Le Pen, Holanda con el PVV de Geert Wilders, Italia con la Lega Nord e Inglaterra con el UKIP son sólo algunos de los países del Viejo Continente en los cuales los partidos de ultraderecha ganan terreno y mejoran sus rendimientos electorales. Hasta hace cuatro años la ultraderecha en Alemania no era más que un grupo minúsculo de partidos y organizaciones con muy poca injerencia en la vida política. Parecía que luego de la experiencia nacionalsocialista en el país germano ya nunca más iba a haber lugar para una nueva ultraderecha con poder real en el espectro político alemán. Una fuerza política con expresiones xenófobas, antisemitas y ultranacionalistas ya no podría ganarse el voto de los alemanes. Sin embargo, algo ha cambiado en Alemania.
La creación del partido Alternativa para Alemania (AfD) ha marcado el retorno de la ultraderecha al escenario político alemán. Con él, no sólo se ha quebrado un tabú en la sociedad, sino que se han puesto de manifiesto los problemas de un sistema de partidos políticos que para muchos alemanes está en deuda con su población. El descontento y el descreimiento hacia los otrora partidos mayoritarios han sido aprovechados por los ultraderechistas de AfD. Y lo han hecho con gran éxito. Luego de quedar al borde de ingresar al Parlamento Federal en 2013 (obtuvo el 4,7% de los sufragios), AfD participó en 11 elecciones regionales y en las europeas. En todas logró la representación parlamentaria cosechando resultados que llegaron hasta el 24% de los votos. Actualmente los ultraderechistas poseen 154 diputados en dos tercios de los parlamentos regionales alemanes.
Frente a este panorama, las preguntas claves son: ¿por qué la ultraderecha experimenta este crecimiento y cuál es la perspectiva a futuro? En el libro El retorno de la ultraderecha a Alemania se marcan dos elementos fundamentales para entender el crecimiento y la consolidación de AfD. El primero tiene que ver con la conformación del arriba mencionado clima de malestar en un sector de la población germana. Si bien el desempleo apenas supera el 7% y la economía es bien valorada por los alemanes, incluyendo su propia situación económica, existen muchos que se ven a sí mismos como los perdedores del sistema. Son los que piensan que ya no son escuchados, los descontentos, los descreídos, los que ya no confían en la política ni en los políticos, los que sufren el miedo de perder lo que tienen. Son los indignados. Históricamente, este grupo se ha refugiado en el abstencionismo o en opciones políticas marginales. Y es justamente por ello que para los partidos políticos tradicionales nunca se habían presentado como un problema. Hasta ahora.
El segundo elemento que marca el ascenso de AfD consiste en su capacidad para percibir la existencia de este grupo y en elaborar una comunicación política muy eficiente que le permitió capitalizar ese descontento social. Los ultraderechistas son muy hábiles para identificar temas que preocupan a muchos alemanes. Y además poseen la astucia para definir los términos en los cuales se discute sobre ese problema. Esa capacidad de ejercer el framing, es decir, de imponer marcos interpretativos sobre los temas de agenda, ha sido clave para erigirse como “el único partido que dice lo que los demás no se atreven a decir”. Esto los ha llevado en reiteradas ocasiones a sobrepasar los límites de lo políticamente correcto y quedar expuestos frente a la opinión pública. Así fue como el líder de AfD en el estado de Thüringen llegó a decir que el monumento a las víctimas del Holocausto en Berlín era una “vergüenza”. La líder del partido Frauke Petry también cruzó esa línea cuando se manifestó públicamente a favor de abrir fuego contra los refugiados que crucen la frontera porque “así lo marca la ley”.
Tales expresiones ya no reciben la condena social unánime que hace al menos cinco años hubiesen recibido. Hoy en Alemania existen otros problemas más urgentes, al menos para el 10% de la población que, según las encuestas, votarán a AfD en septiembre próximo. Inmigración, refugiados, islam, terrorismo, crisis europea, criminalidad son algunos de esos temas. Todos ellos fueron hegemonizados comunicacionalmente por AfD.
Para los partidos políticos tradicionales, especialmente para los mayoritarios, el crecimiento de la ultraderecha ha sido un verdadero dolor de cabeza. La Unión Demócrata-Cristiana (CDU), el partido de la canciller Angela Merkel, ha sido el primero en sufrir por el nacimiento de AfD. En principio, por competir detrás del mismo objetivo: el electorado conservador. Pero en especial, por las consecuencias del debate en torno a la llegada masiva de refugiados en 2015. El trasvase electoral desde la CDU hacia los ultraderechistas fue tremendo. Incluso en algunas regiones de la ex RDA.
AfD llegó incluso a superar al partido de la canciller. Actualmente la imagen de Merkel se está recuperando y con ello los votos de los que huyeron hacia la ultraderecha hace dos años. El otro partido mayoritario, el socialdemócrata (SPD), tampoco salió ileso de la llegada de AfD. Si bien fue un efecto algo posterior en el tiempo, el impacto no fue menor ya que golpeó el orgullo socialdemócrata: algunos votantes decían inclinarse por AfD porque creían que defendían mejor la bandera de la justicia social. “AfD no soluciona los problemas, pero al menos los menciona”, reza una frase con la que concuerdan más del 50% de los alemanes. Con ella dejan de manifiesto que el SPD, otrora partido de los trabajadores, olvidó sus raíces y sólo defiende sus intereses corporativos.
El panorama es complejo. Existen grandes chances de que se reedite la gran coalición, es decir, la alianza entre conservadores y socialdemócratas, y por consiguiente gobiernen por cuatro años más. Esto beneficiará a la ultraderecha ya que legitimará su discurso de campaña: “Son todos lo mismo, la verdadera alternativa somos nosotros”. Con ello reforzaría su condición de imán para el descontento. Este escenario abona la teoría de que el fenómeno del retorno de la ultraderecha a Alemania no es algo temporal. Será entonces un desafío para los partidos políticos tradicionales recuperar el pulso social y replantearse su forma de hacer política y su comunicación con los ciudadanos.
*Consultor en comunicación y residente en Berlín desde hace siete años. Coautor del libro El retorno de la ultraderecha a Alemania.