Paradojas extraordinarias. U ordinarias, más ciertamente, ya que corresponden a la Argentina. El año 2010, que tal vez sea mejor en términos económicos que 2009, cantará victoria gracias al aporte del campo. Una contribución –seguramente no deseada– del sector agropecuario al Gobierno que lo hostiga, lo reprende y cercena (hasta imaginó lanzar aviones no tripulados para controlar a los campesinos).
Gracioso este favor al enemigo, al menos en la jerga oficial. Además, el salvavidas para restituir los números del Presupuesto viene por una cosecha récord de soja, ese “yuyo” –de acuerdo al diccionario de la Casa Rosada– para el cual los Kirchner aplicaron medidas para reducir en extensión y crecimiento, lanzaron inclusive atemorizantes campañas públicas planteando el peligro de la “sojización”, como si este fenómeno para el hombre común fuera una epidemia superior a la gripe A. Realidades de una vida al revés, en la que por pelearse hasta se olvidan de sus propios intereses.
La plata es lo primero
No sucede esto con quienes disputan en la política y dicen vivir con la preocupación de la pobreza; no les quita mucho tiempo esa inquietud, pues hoy operan con otra prioridad: una futura reforma política que elimine candidatos y confirme a dirigentes políticos como dueños electorales del país (en ese objetivo no habrá diferencias entre los Kirchner y otros popes del interior). Mientras, el duhaldismo hace medir a Roberto Lavagna en Capital y Provincia, y el oficialismo, al ahora poco feliz Martín Redrado en el ámbito porteño, atento el Gobierno –luego de mil derrotas– a que un exponente progresista (Telerman, Filmus, Heller) quizá rinda menos en ese electorado que un presunto liberal como el titular del Banco Central.
Delicias de la trastienda, como la renovada porfía Clarín-Kirchner, en la que los dos bandos –sin enrojecerse un instante– persiguen el favorable voto de Carlos Menem para sus propósitos, ya que en el Senado la nueva Ley de Medios tropezaría con más dificultades para ser aprobada o negada que en la Cámara de Diputados. Lastimoso el reclamo de ese favor al riojano por parte de quienes, durante casi una década, inflaron su propia camiseta –política y empresaria– a costa de la piel del ex mandatario, objetándolo, burlándose, convirtiéndolo en sinónimo de vergüenza, a pesar de que gracias a él unos ampliaron las fronteras de su negocio (Canal l3, el cable y otras permisividades) y sus ahora rivales se beneficiaron con la privatización de YPF, al extremo de que un día lo proclamaron héroe en Santa Cruz. Todo sea este sacrificio humillante, claro, por la preservación de la libertad de prensa que, a su modo, pregonan los dos bandos. La vida al revés, sin importar escarnio: la plata es lo primero.
En este juego de poderes, puede entenderse el pavor de la sociedad política por los desafueros de Kirchner, el miedo que inspira el interior imprevisible de ese hombre, sea porque en la guerra incorpora el desprecio y la ofensa públicos a un cronista de Clarín que le hizo una pregunta obvia o el envío de un contingente de inspectores impositivos a la matriz del medio (también al de otros opositores, como Francisco de Narváez en La Rural, donde la Mesa de Enlace parece que juntaba dinero para resguardar futuras acciones políticas). Repudiable esa ofensiva total contra el enemigo (¿cuándo viene la operación sobre el rol dominante del Grupo Clarín en Papel Prensa?), aunque estas experiencias ocurrieron antes y, por supuesto, pocos se enteraron y, mucho menos, se escandalizaron (Clarín incluido).
¿O acaso en tiempos del poderoso Domingo Cavallo no ingresaron batallones de la DGI en Crónica o Ambito Financiero, repentinamente, más inquietos por lo que expresaban estos medios opositores que por presuntas anomalías tributarias? ¿O se desconoce que esos métodos repugnantes se impusieron hasta en los studs de San Isidro con la obvia búsqueda de intereses turfísticos de un economista que impugnaba el rumbo del ministro, al que calificaba de gastomaníaco?
Nadie dijo nada, menos Clarín. Más cercano, también, ha sido el silencio colectivo ante la afrenta que Kirchner le propinó a un movilero de América TV, previo a las elecciones, a quien casi agrede físicamente gritándole: “Yo sé quién te manda a vos, sé a quién respondés, lo que buscás. No voy a hablar con vos, no te voy a contestar”, mientras algún “culata” oficial lo pisaba al desprevenido muchacho. Tal vez algo cambia para bien –hoy, por la razón que sea, se desaprueban esos métodos–, pero la vida sigue al revés.
Lecturas obligadas
Como ocurre con el escándalo desatado por un juez al que, en un obituario –dedicado a la muerte del cuestionable militar Mohamed Alí Seineldín–, se le ocurrió mencionar en su oración a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange española. Hubo rasgamiento de vestidos, togas y enaguas, el progresismo al desnudo amagó iniciar piquetes para derribar al atrevido magistrado, incluirlo en la nómina de los execrables para el Consejo de la Magistratura por haber utilizado una frase del abogado español que asesinaron los republicanos, como si alguno de los dicentes hubiera leído sus obras completas. O alguna de ellas. Cuando de él sólo repiten el marbete “fascista” y, con alguna generosidad, quizás alguno haya repasado un Lerú de sobaco en torno a sus escritos.
Igual que los ultramontanos solían hacer con Carlos Marx, atribuyéndole cargos de todo tipo sin haber visto una página de los Grundrisse (tarea ciertamente comprensible, ya que esos textos económicos resultan demasiado herméticos). Hasta un octogenario miembro de la Corte Suprema, Carlos Fayt, cuestionó el mensaje necrológico invocando a Primo de Rivera y, por supuesto, también al juez al que se le ocurrió la mención (Eduardo Vocos Conesa), incitando quizás a su destitución. Se horrorizan en mayoría los acólitos del kirchnerismo contra el magistrado, justo el que hace tres meses dictaminó contra Telecom Italia, abriéndole el camino para que el “capitalismo de amigos” (del poder, claro) y del matrimonio pueda ingresar a esa empresa. Más de la vida al revés, por no citar la ignorancia.
Notable este cuestionamiento a Primo de Rivera mientras, en Olivos, gracias a la búsqueda de apoyaturas técnicas para explicar las conductas del Gobierno, se han embriagado con los mandamientos expresos de Carl Schmitt, un nazi o afiliado al nacionalsocialismo hitleriano –se supone que menos tolerante que otros fascistas peninsulares-, duro polemista y también abogado, quien escribía en la poderosa Berlín del siglo pasado sobre la naturaleza inevitable del amigo-enemigo en el ejercicio de la política.
Ningun descubrimiento histórico de Schmitt (esos ensayos ya habían aparecido entre los griegos), aunque esos materiales hoy sean suficiente respaldo para la contagiada y cotidiana práctica de enfrentamiento que desarrolla la pareja presidencial, el justificativo de su hostilidad como consecuencia del pensamiento y no como inherente a su forma de ser. Se menciona que hasta el propio Néstor Kirchner, de escasa propensión a este tipo de lecturas, con emoción ojea u hojea algún libro de ese jurista aleman (en verdad, resumen de textos encontrados en Internet o papers minúsculos sobre sus ideas que elaboró algún amante literario de la corte), que podría hacer entender el fundamento de su estrategia y táctica al frente del poder bajo el concepto ineludible de enemigo-amigo. Como si Schmitt, para los Kirchner, fuera el Kautsky de Raúl Alfonsín.
El salvajismo de Néstor
Curiosas estas andanzas por los libros. Primo de Rivera es veneno, reprochable, condenable, seguramente no por lo que escribió sino porque lo enterraron al lado de Francisco Franco (¿habrá sido ése su deseo?) para elevar la estatura del Generalísimo y, seguramente, debido a que en alguna ocasión se dejó tentar por la moda intelectual del Benito Mussolini que seducía en los treinta a Europa (en rigor, a Occidente todo) y cuyo club de fans –para entender la propagación de ese éxito en aquellos tiempos–, desde Londres, lo presidía la esposa de Winston Churchill (moda a la cual, como se sabe, luego adhirió tarde como siempre Juan Domingo Perón).
Hundir a Primo de Rivera es la consigna oficial; preferir en cambio al Schmitt sometido del nazismo, quien socavó la república de Weimar, casi un teólogo –del cual cierta izquierda piensa que le vendría bien una mano de pintura con manto revisionista–, el del Estado total, quien –vaya a saber por qué extraña lucubración– puede ser hoy un modelo a observar en el subdesarrollo sudamericano, casi una revelación argentina, tipo dulce de leche o el colectivo, para encuadrar intelectualmente el salvajismo vulgar que en ocasiones despliega Néstor Kirchner, es la premisa.
Tarea pudorosa que maquinan algunos de su entorno, con la importación teórica del alemán, para otorgarle a los actos de los Kirchner cierta verosimilitud razonable. Al menos, desde los libros de otros, emprendimiento de colaboracionistas a la carta o del mundo, puertas, ventanas, bolsillos u ojos abiertos para que el ex mandatario no se reduzca a un simple D’Elía primitivo. Cuando, en rigor, a Kirchner sólo lo guía una elemental frase de un veterano gobernador peronista, quien describía: si se dispone del poder y no se lo utiliza para abusar, no se entiende para qué sirve el poder.
Gente que al decir de otras máximas utilitarias, caso del Giulio Andreotti italiano, entiende que si “el poder desgasta”, mucho más desgasta no tenerlo. En eso nada está al revés, como puede comprobarse en los pisos del Savoy donde “persuaden” legisladores para un lado mientras, los del otro, acercan al Congreso archivos, filmaciones o recuerdos íntimos: la política en plenitud.
Clarín, el enemigo público
Si es por antiliberal y adverso al capitalismo, Primo de Rivera podría encajar mejor que Schmitt en los criterios kirchneristas. Inclusive el eslogan “patria, pan y justicia”. Aunque se supone que el español jamás imaginó derivaciones de su cabeza para el actual oficialismo argentino, menos para comprender un sistema judicial que dominan los Kirchner.
Tampoco su inclinación por el movimiento obrero organizado, su expectativa y crecimiento, podrían ser sueños a emparentarse con la contundencia protagónica de Hugo Moyano y su familia (tanto en su red de copamiento sindical a costa de otros gremios compañeros como en la participación de negocios ajenos a los trabajadores o la pretensión de ubicar a uno de sus hijos en la expectante herencia de Julio Grondona en la AFA, a través de un poco conocido club Alvarado de Mar del Plata; misma intención confesada, para ser justos, del ahora opositor empresario de medios Daniel Vila, desde el modesto Independiente de Mendoza).
No se enredó Primo de Rivera, es cierto, en la categoría amigo-enemigo desarrollada por Schmitt, esa relación imprescindible de la política –más bien sustantiva de ella– que incluye, para el pensador alemán, también otra distinción clave para entender (o que se haga entender) a Kirchner: diferencia también aquel pensador (cuyo nazismo no alcanzó a la discriminación y defendió a más de un judío, alguno famoso luego en la administración del último Bush) entre el enemigo privado y el público. A uno se lo odia, se lucha para que desaparezca, mientras al público se lo combate para vencerlo pero sin exterminarlo. “Enemigo es sólo un conjunto de hombres –señala Schmitt en El concepto de lo político– que eventualmente, de acuerdo a una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público”.
Quizás, para Kirchner, el Grupo Clarín –luego de haberlo idealizado durante tanto tiempo y hasta quererlo comprar por interpósitos mensajeros, fruto natural del conflicto que finalmente hoy se desarrolla– sea el enemigo público de la colectividad que él representa, al que debe jibarizar en aras del bien común, desde el Estado o el Gobierno (confusión de la que no desea salir) al que representa.
No le faltan argumentos, claro, si uno acepta una discusión eterna, aunque se sabe que aparte de teorías importadas, el nudo de esta publicitada confrontación no transcurre por la libertad de prensa o el acceso más democrático a las fuentes informativas, sino que encierra la continuidad de un negocio armado por el grupo mediático durante más de dos décadas, prebendario en muchos sentidos, del cual los argentinos se distrajeron aun pagando.
Del otro lado aparece el criterio amigo-enemigo como pantalla, mientras se persigue el dominio de los espacios del aire, la telefonía, la programación, avanza el secretario-chofer Rudy Ulloa sobre Telefe (¿Telefónica ignora lo que ocurre a su alrededor?) y ciertos aliados económicos tal vez se integren a Telecom. También, en la pugna, se alinean aspirantes o beneficiarios de la política, ya que frente a Kirchner se alinean Eduardo Duhalde y seguidores, también radicales, quienes gracias al conflicto han encontrado un lugar en el mundo del que antes no disponían, por no hablar de una asegurada difusión en los próximos meses.
Para un político, ése es un carísimo plan de rejuvenecimiento. Se supone que esa nueva misión emprendida se ampara en un freno al autoritarismo, a la avaricia por ciertos intereses sureños y al extremismo conceptual de amigo-enemigo que vuelca el iluminado Kirchner sin consentimiento de Schmitt, un contrario al individualismo como Primo de Rivera, controvertido y casi bélico.
Ya que buscaron excusas en esos tiempos pasados, en esos predios alemanes, en lugar de Berlín hubieran indagado en la cátedra de Friburgo, en uno de los mayores filósofos de la historia, Martín Heidegger, quien quizá podría proveer ciertas nociones de la existencia que requiere una sociedad al revés. Y al mismo Kirchner, que arrojaría Ser y tiempo por la ventana de Olivos.