El 90 por ciento de las violaciones sexuales es perpetrado por hombres. Desde una lógica grotesca y primitiva se puede decir que el problema es de las víctimas. Esa lógica no es rara. Existe y se la escucha. Es la lógica del prejuicio, de la indiferencia, del machismo subliminal instalado en el inconsciente colectivo y a menudo disimulado por declaraciones políticamente correctas y moralmente hipócritas, como suele ocurrir con lo políticamente correcto.
Sin embargo, las violaciones y la violencia contra las mujeres (y entre varones) es un problema de los hombres. Cuando seis imbéciles, canallas cobardes e imperdonables, violan a una chica en un auto en pleno Palermo y a la luz del día, como ocurrió el 28 de febrero, no solo la mancillan a ella, sino a la masculinidad como condición de todos los varones. Convierten a cada varón en sospechoso y culpable (hasta que demuestre lo contrario) de esa masculinidad tóxica profundamente instalada en la sociedad a través de mandatos familiares, de ejemplos transmitidos mediante frases hechas o de mensajes publicitarios que, aunque se disfracen de otra cosa con trucos ventajeros y oportunistas, siguen mostrando a las mujeres como objetos o presas de cacería sexual. Es un machismo persistente en la política (miren la conformación de los gabinetes, miren las fotos de reuniones de funcionarios, de los encuentros entre conmilitones y verán pocas o ninguna mujer, y las que están o se han masculinizado o se ven incómodas). Un machismo vigente en el deporte sea en el campo de juego o en la tribuna, y ni hablar de las barras bravas. Un machismo persistente en los negocios y las empresas. Respiramos machismo, y así como el pez no piensa en el agua porque le es natural, no pensamos en él salvo en ocasiones como la ocurrida el 28 de febrero. Y entonces se escuchan y leen opiniones y condenas de ocasión, para la tribuna, para la familia, para las cámaras, para los oyentes circunstanciales. Así hasta la próxima brutalidad. Pero por debajo de la que sale a la superficie, en la Argentina se denuncian casi cinco mil violaciones anuales, según cifras oficiales. Y es imposible conocer cuántas no se revelan, sea por miedo o por desaliento, ya que muchas veces la denuncia es el preludio de una segunda violación, ésta vez burocrática y moral, habitualmente a cargo de quienes deberían apoyar a la víctima. Esta cruda realidad se maquilla con discursos, pero está ahí, vigente, dolorosa.
Por cada macho tóxico que entra en acción es mancillada la masculinidad fecunda y nutricia de miles de hombres que aman con buen amor a sus parejas, hijas, hermanas, madres, amigas, compañeras, hombres que en el sexo proponen placer compartido y consentido, que en sus trabajos y en sus vidas abren espacios de equidad y bregan por una sociedad mejor, menos violenta, más igualitaria en todos los campos, no solo en cuanto a género sino a respeto, valores, educación, alimento, retribución económica, etc. Hombres que ejercen una paternidad presente.
La primera barrera, la más potente, contra los machos tóxicos, la debemos poner los varones, porque la violación y la violencia es un problema de los hombres, del cual las mujeres son las víctimas. El silencio, la indiferencia y la pasividad de los varones es complicidad. No se puede llamar de otra manera. Y no es necesario sentirse culposo de lo no cometido ni declararse feminista para actuar (los varones feministas no agregan nada). Se trata de asumir una masculinidad amorosa y vigorosa (un mundo en guerra y en guerras necesita de ella), de experimentarla y actuarla. Es una cuestión de coraje y testosterona espiritual. El silencio masculino deja espacio a un feminismo intolerante, excluyente y discriminador, que obtiene visibilidad porque en una sociedad agrietada vende. Aunque solo se haga presente cuando se trata de la propia tropa (como se vio esta semana con su ausencia en el caso de la violación de Palermo) y olvide al resto de mujeres violentadas de distintas maneras. Salir del silencio y la pasividad es para los hombres un desafío a participar en la creación de espacios de encuentro, de prevención y de amor.
*Escritor y periodista.