Entre 1988 y 2011 la mitad del crecimiento de los ingresos mundiales fue al 10% más rico de las personas y de los países del planeta, según lo documenta, entre otros, el ensayista indio Pankaj Mishra en su revelador trabajo La edad de la ira, en el que muestra las inquietantes similitudes de los finales del siglo XIX con las dos décadas iniciales del XXI. En ambos casos la democracia liberal aparece incumpliendo sus promesas, diseminando desesperanza y nihilismo, expandiendo desigualdades y creando condiciones para que las peores serpientes pongan sus huevos. En los dos momentos históricos crecen los populismos nacionalistas, aumentan los desplazamientos masivos de quienes huyen de un destino sin encontrar otro, mueren las utopías y se reproducen reservorios de resentimiento, odio y violencia que ya no necesitan siquiera de justificación política, sino que se manifiestan cotidiana y crecientemente en las interacciones entre las personas en cualquier ámbito y a cualquier nivel. En nuestro país esta realidad alcanza un nivel que asusta y emerge como femicidios, infanticidios, sangrientas y mortales riñas callejeras por cualquier motivo, robos acompañados de asesinatos y una naturalizada violencia verbal y gestual instalada en todos los ámbitos, actividades (la política está siendo un escenario cada día más propicio para esto) y niveles sociales, culturales y económicos. La morbosa habitualidad con que la mayoría de los medios difunde e ilustra estos episodios, sin filtro, sin elaboración y sin interpretación que ayude a entender el fenómeno, contribuye a esa naturalización.
“La vida política y económica parece no tener remedio para los trastornos emocionales y psicológicos que ha desencadenado”, dice Mishra. Y recuerda el concepto de “solidaridad negativa”, que aplicaba Hannah Arendt a estas situaciones. Cuando la realidad se convierte masivamente en una carga insoportable, apuntaba la filósofa alemana, sobrevienen la apatía política, el nacionalismo aislacionista o la rebelión desesperada contra todos los poderes establecidos. Más de dos mil millones de los habitantes del planeta tienen entre 15 y 30 años y viven en ciudades “uberizadas” o “deliverizadas”, con la única esperanza (?) de trabajar por tarifas increíblemente bajas, recuerda el pensador indio.
En ese contexto el periodista argentino Diego Fonseca, residente en México, donde es director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor y maestro de la Fundación Gabo, apunta en un ensayo publicado en The New York Times en septiembre pasado, que la izquierda latinoamericana es de derecha. Y sostiene sus argumentos: “No ha generado propuestas de crecimiento, solo de redistribución de la pobreza. No piensa el futuro desde el presente, vive pertrechada en un pasado rancio, encerrada en dogmas desde los que pontifica con superioridad moral”. En un párrafo que parece dedicado a la Argentina enamorada de los Maduro, los Ortega, los Díaz Canel o los López Obrador, señala: “Gusta de los gobiernos fuertes, descree de los acuerdos y no tiene imaginación cuando se queda sin dinero”. Esa izquierda, subraya Fonseca, no acuerda, impone, no dialoga, arenga, no da la mano, sube el dedito. Cuando debe negociar, fractura y en vez de proponer, solo se opone. Es intelectualmente mediocre y políticamente infantil, según la define este ensayista. “Jamás procesó la victoria del neoliberalismo (no como modelo económico sino como construcción cultural que baña las decisiones de las personas) y desde allí falla en todo, del diagnóstico a la planificación y ejecución”.
Fonseca rememora: “A mí me enseñaron que la izquierda representaba la cúspide de los valores humanistas e intelectuales. Solidaridad, inclusión, equidad. Creatividad e inteligencia. Honestidad. Defensa de la democracia igualitaria. Diálogo. Vocación por el cambio”. Ausente esa izquierda, y remplazada por populismos retrógrados, carentes de visiones trascendentes y convocantes más allá de lo inmediato y elemental, y conducidos por corruptos irredimibles, no será de allí de donde provendrá alguna luz en el oscuro túnel del presente.
*Escritor y periodista.