COLUMNISTAS
La sociedad alberto-cristina

Un resultado merecido

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Pacto. El acuerdo de AF y CFK fue hijo de la necesidad, para ganar la elección. Pero la frazada era demasiado corta en ambos casos. | NA.

Cuando conocí a Alberto Fernández, durante el primer año de la presidencia de Néstor Kirchner, me llevé de aquel almuerzo organizado por Julio Barbaro una impresión favorable. A mitad de la comida, Cristina Kirchner se incorporó a la mesa, y le dio una clase de historia argentina a Tulio Halperin Donghi, que era el otro invitado. Cristina conocía quién era Laclau, pero no quién era Halperin. A la salida, atravesamos juntos la Plaza de Mayo y Tulio Halperin me dijo: “Volvería, si me invitan de nuevo, a hablar con Fernández. Pero no con la señora, porque hay que saber mucha historia para mantener el hilo de la conversación”. Una ironía del más grande historiador argentino, que nunca sonaba pedante como la interlocutora que acabábamos de conocer. Alberto, en cambio, a Tulio le pareció ubicado, inteligente y razonable. No manejaba todavía el estilo fuerte y afirmativo, un poco inflado de retórica sin sustento, que hoy lo caracteriza. Eso pasó hace casi dos décadas.

Seguimos caminando y Halperin, cuyo pensamiento no descansaba jamás, agregó una máxima que hoy parece profética: “Es más difícil ejercer el gobierno que obtenerlo”, dijo. Cualquier argentino, que no tenga amnesia, mencionaría los ejemplos de Juárez Celman, Yrigoyen, Frondizi y Cámpora. Ninguno de ellos completó su primer o segundo mandato. Habían sido buenos jefes de sus campañas políticas y habían introducido cambios importantes, pero eso no fue suficiente obstáculo para que un golpe, de diferente índole, los desplazara. Gobernar bien es una condición necesaria, pero no la única. Equivocarse en el gobierno en cuestiones fundamentales es casi un boleto sin tramo de retorno.

“Es más difícil ejercer el gobierno que obtenerlo”, era una máxima del historiador Halperin Donghi

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Halperin no se equivocaba con su observación sobre que es más difícil gobernar que llegar al gobierno. En aquel entonces nos faltó conversar sobre las circunstancias que hacen difícil gobernar. Durante una peste es más fácil ser electo que resolver los problemas que los votantes encomendaron al elegido. El actual Presidente no es una excepción. Se creyó que sus mayores dificultades tendrían como sede el Instituto Patria. Error. El enemigo está saturando camas y unidades de terapia intensiva en todo el sistema de salud.

Imposible culpar a Cristina por la pandemia. Imposible designarla como única responsable del tercer lugar, después de la India y Brasil, que la Argentina ocupa en la lista de los países más afectados del mundo. Las causas componen un siniestro abanico donde se unen la imprevisión y la mala gestión sanitaria de varias décadas. Todo condujo a equivocaciones de diversa índole.

Nicolás Maduro
Venezuela. La moderación argentina hacia Maduro es un ejemplo del peso de CFK en política exterior. (Foto: EuropaPress)

¿Qué quiere decir equivocarse? En primer lugar, sobrestimar la propia fuerza y, en consecuencia, subestimar los enemigos. En segundo lugar, confiar en que las lealtades o los apoyos duran más que la voluntad de quienes los ofrecieron en una elección. Para que duren más allá de la victoria, se necesita la fuerza del liderazgo o la organización de los partidos. En tercer lugar, el error más grave es pensar que un éxito garantiza el futuro. Y creer que se posee la fuerza suficiente durante el tiempo necesario.

La realidad deshace los teoremas. Muchas veces demuestra que la misma hipótesis no conduce al mismo resultado. Lo que puede llamarse “fuerzas suficientes” cambia, precisamente porque son fuerzas sociales que no firman garantías de por vida. Por eso, entre otros motivos, las acuerdos políticos son inestables y pueden disolverse no solo porque quienes los suscribieron traicionen el momento inicial del pacto.

Todo esto lo sabe Fernández. Pero algo diferente sucede con el acuerdo de presidencialismo bicéfalo firmado por Alberto y Cristina. Ese pacto tuvo como origen una conocida predicción, en la que acordaban encuestadores y analistas: ni Alberto ni Cristina ganaban por separado. El pacto fue hijo de la necesidad. La frazada era, en ambos casos, demasiado corta.     

Ante la pandemia se ve un siniestro abanico de imprevisión y mala gestión sanitaria de varias décadas

Contrafácticos. ¿Y si Alberto hubiera ganado solo, con el auxilio de los desastrosos resultados del gobierno de Macri? Los cientistas sociales llaman contrafáctico a una situación o acción que no tuvo lugar realmente, pero que no es completamente inverosímil. El contrafáctico sirve para pensar las alternativas que existieron y se desaprovecharon; o de qué modo lo que no sucedió, pero pudo suceder, hubiera cambiado el rumbo.

¿Si Cristina hubiera decidido hacer una carrera internacional y convertirse, como Michelle Bachellet, en un mujer de referencia en la política no solo de un país pequeño y poco importante como el nuestro, sino de la escena internacional? Cristina, a pesar de su inteligencia y de su pedantería, quizá adivinó que le faltan algunas destrezas en esos escenarios, donde no se considera que son cualidades el autocentramiento y la soberbia.

El pacto con Cristina fue hijo de la debilidad política. Y también de otra dimensión más profunda y amenazadora: ¿el kirchnerismo dentro del Partido Justicialista le hubiera permitido a Alberto prescindir de Cristina? Y si no se lo hubiera permitido, ¿cuáles habrían sido las consecuencias? Alberto podía imaginar calles con movilizaciones permanentes, cuyos reclamos jaquearan sus carencias, porque es un hombre sin fuerza propia. Por eso, el pacto no consistió solamente en lotear el número de funcionarios y funcionarias de alto rango en favor de Cristina.

Efectos. Sus consecuencias se revelan cuando la Argentina abandona el Grupo de Lima, y abandona también toda crítica al gobierno de Maduro. Los derechos y la democracia ya no son un tema cuando se piensa la posición argentina respecto de Venezuela. Quienes se opusieron a la dictadura argentina conocieron la dolorosa ofensa que les produjo el régimen cubano que midió con un compás todas sus palabras y actos respecto del dictador Videla. Lo mismo hizo Alberto respecto de Venezuela, al moderar sus críticas hasta que perdieran todo peso. El canciller Felipe Solá, un hombre inteligente pero sin ninguna fuerza propia, tuvo que aprender un nuevo libreto.

El trato no consistió solamente en lotear el número de cargos de alto rango en favor de Cristina

Y en este punto es fundamental la influencia de Cristina en la política exterior. Cristina tiene un mito antimperialista que se realiza en Venezuela. Ella sabe bien que no es un mito heroico, pero conserva las harapos de viejas batallas, que hoy se reciclan en epopeyas inexistentes, salvo que así quiera llamarse a las moderadas idas y vueltas de un ministro ante los acreedores y el FMI.

Más dudas. Otra pregunta: ¿y si la Argentina hubiera comprado la vacuna de Pfizer sin plantear, frente a una urgencia, la discusión sobre una palabra presente o ausente del contrato de venta?

El prolongado episodio de la compra de vacunas, que se extendió durante meses, puso esa operación en las primeras planas. No ha sucedido algo semejante en otros países tan poco

importantes como lo es la Argentina. Chile y Uruguay se vacunaron y puede consultarse la prensa para comprobar que el trámite no se prolongó a lo largo de un año, como sucedió en el caso de Pfizer.

La aceleración del Gobierno responde al plan de que antes de las elecciones se vacunen 25 millones

En el medio, renunció Ginés González García, el ministro de Salud. Todavía no está claro si hay que atribuir esta renuncia al vacunatorio VIP o a los meandros de la negociación con los proveedores de vacunas. Quizá no lleguemos a saberlo. Pero queda en claro que la actual aceleración del Gobierno responde al plan de que, antes de las próximas elecciones legislativas, 25 millones de argentinos hayan recibido la primera dosis.

Argentina ocupa nuevamente un lugar casi en el tope de la tabla: es tercero en el ranking de pacientes gravemente enfermos de covid. Los 80.000 muertos son una prueba de la decadencia nacional. Brasil y la India tienen cifras superiores. Pero nunca pensamos que íbamos a competir con esas dos naciones, que multiplican la población argentina, para ver cuál tiene peores resultados en salud pública.

Buen golpe al infundado orgullo nacional.