El origen del teatro está ligado a los ritos religiosos y, en tanto ritual -entendido como repetición regulada de gestos-, era una forma de celebración periódica dedicada a los dioses con el objetivo de agradecer y al mismo tiempo propiciar la caza o la cosecha. Desde luego, no debería soslayarse en esa descripción el hecho de que, puesto que eran ritos comunitarios, también contribuían a conformar y reforzar la identidad social.
Como en el teatro, los ritos ciudadanos se fundan en algunas repeticiones de gestos esperables que puntualizan la identidad democrática. De hecho, aunque se haya licuado el fundamento religioso, ciertos ritos son definitivamente fundantes y constitutivos de la vida social.
En este rito de la democracia actual que son las elecciones, los tres partidos que lideraron las PASO porteñas –el PRO, el ECO (Energía Ciudadana Organizada) y el FpV (Frente para la Victoria)– suscribieron escenas similares, pero evocaron –como era de esperar– escenarios diferentes.
Para el PRO, con un Horacio Rodríguez Larreta triunfante –aunque tibio– y un Mauricio Macri eufórico saltando sobre el tablado y bailando con su hijita a cococho, la palabra clave fue “juntos”, la mira puesta ya en las elecciones nacionales.
Con alegría evidente pero sin estridencias, Martín Lousteau (el candidato que irá por ECO) destacó la “confianza” que los porteños depositaron en su partido, previendo que estos resultados le abren la posibilidad de pelear una segunda vuelta en las generales de la ciudad.
Mariano Recalde, en nombre de la larga lista de precandidatos del FpV, se concentró en el “proyecto nacional” y recurrió a la figura de la Presidenta Cristina Fernández, quizá la única imagen realmente vigorosa de su partido.
Tres escenas festivas (con música, cánticos y brazos en alto) y tres discursos un tanto cautelosos, porque el rito de la elección se cumple, pero el resultado es todavía incierto.
Aun así, la ceremonia comicial nos convoca al júbilo. Y es que esta fiesta, celebrada en ese altar de la democracia que son las urnas, nos legitima –una vez más– como ciudadanos.