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Un superhéroe en decadencia

Christopher Nolan (Londres, 1970) logró hacerse conocido en Hollywood ocho años atrás gracias a una película narrada de adelante hacia atrás llamada Memento. Quienes la hayan visto recordarán el motivo de esta elección formal: Leonard (Guy Pierce), el protagonista, sufre de pérdida de memoria en el corto plazo, lo que, aparentemente, no deja de meterlo en problemas.

Tomas150
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Christopher Nolan (Londres, 1970) logró hacerse conocido en Hollywood ocho años atrás gracias a una película narrada de adelante hacia atrás llamada Memento. Quienes la hayan visto recordarán el motivo de esta elección formal: Leonard (Guy Pierce), el protagonista, sufre de pérdida de memoria en el corto plazo, lo que, aparentemente, no deja de meterlo en problemas. Poco a poco la película avanza (o retrocede, como se quiera) hasta que en cierto momento se descubre que lo que parecía una condena es, en verdad, la forma que el personaje ha elegido para llevar adelante una vida de penurias. El truco es sencillo, pero el guión y el ritmo narrativo eran tan vertiginosos que Nolan lograba sostener el interés a lo largo de toda la película. Luego de Memento, entonces, todos esperaban ver cuál sería el próximo paso del inglés, que resultó ser un policial lavado como Noches blancas (2002), al que ni siquiera salvaba la actuación de Al Pacino. A pesar de eso, la productora Warner Bros seleccionó a Nolan para filmar Batman inicia (2005), que rastrea los orígenes del nacimiento del superhéroe y tal vez sea la mejor entrega de la saga.
Ahora, con la extraña muerte del actor Heath Ledger (quien interpreta el papel de El Guasón) como campaña de promoción imprevista, Nolan dirige Batman, el caballero de la noche, que a una semana de su estreno se ha convertido en la película más taquillera de la historia. En un artículo del diario El país del viernes pasado, Nolan confesaba sus problemas a la hora de escribir esta secuela, y es precisamente en sus palabras donde pueden rastrearse algunos de los múltiples problemas de la película: “El proceso de escritura fue bastante complejo. Nos dimos cuenta de que debía ser una historia mayor que la primera, pero sin perder el bagaje con el que el público se identifica. Y analizar cuál era este bagaje fue agotador”. ¿Qué es lo peor que puede sucederle a una película como esta? Básicamente, que sea aburrida, objetivo que cumple con creces a lo largo de más de dos horas y media. La impresión es que los guionistas (Nolan y su hermano Christopher) no se pusieron de acuerdo sobre si Batman debía ser una historia de acción, de suspenso o de aventuras, y en cada uno de estos géneros se quedan a mitad de camino. Hay saltos temporales y geográficos absurdos, escenas resueltas de manera abrupta, explicaciones sin sentido, diálogos que le darían vergüenza a un aprendiz y personajes que aparecen y desaparecen sin seguir ninguna lógica. La voz grave e impostada de Batman, que pretende aportarle oscuridad al personaje, mueve más a la risa que al miedo, y el mensaje final es tan moralista (el terrorismo como amenaza permanente, capaz de unir la voluntad de asesinos y criminales con la de los “ciudadanos de bien”) que hace pensar que la película fue filmada durante el apogeo del gobierno de George W. Bush, y no en su ocaso.
En fin, que Batman, el caballero de la noche sólo puede convencer a los fanáticos de la saga y a personas que hayan despertado al cine recién en el siglo XXI. Todo lo que no irá en desmedro de la cuenta bancaria de Nolan, ni del nuevo capítulo de la serie, que seguramente se filmará en un par de años. Pero que habla a las claras del duro momento que atraviesa el cine en general, donde ya no se puede confiar en Hollywood ni siquiera como fuente de diversión.