Me siento a escribir esta columna con otro tema en la cabeza y me entero de que hubo un cambio en la dirección de los Cahiers du Cinéma. El nuevo redactor en jefe será Marcos Uzal, a quien conocí en el último festival de Mar del Plata. Su adjunto será Fernando Ganzo, otro español que vive en Francia. Soy amigo de Ganzo gracias a Alvaro Arroba, un tercer español que vive en la Argentina y a cuyo entusiasmo y generosidad le debemos el descubrimiento de críticos, cineastas y películas. Casualmente cenamos con todos estos gallegos expatriados en Mar del Plata, en una parrilla pretenciosa y guaranga que me hizo avergonzar de haberlos llevado allí.
En noviembre pasado, Uzal escribía en Libération y en Trafic, Ganzo en So Film, medios que heredaron, como tantos otros, la tradición de los Cahiers. Exagerando apenas un poco, diría que la cinefilia, como pasión por el conocimiento y la escritura, es un invento de los Cahiers de los años 50, una publicación mensual fundada en 1951. Su director, André Bazin, fue una figura extraordinaria que combinó como nadie erudición, perspicacia crítica y deseos de transmitir su saber. Bazin murió cuando apenas tenía 40 años, al final de esa década, en la que condujo con singular amplitud y benevolencia una redacción en la que no solo se gestaba la Nouvelle Vague, sino en la que los jóvenes e insolentes Truffaut, Godard, Rivette, Rohmer y Chabrol convertían la crítica de cine en un lugar intelectualmente apasionante y sofisticado, cuyo primer logro fue darle al cine un estatuto de arte mayor y establecer un nuevo canon para juzgarlo.
Desde luego que el cine creció desde entonces en muchos aspectos, aunque nadie apostaría a que hoy está en su mejor momento estético. En cambio, se lo considera un asunto serio y genera no solo dinero, como siempre lo hizo, sino una enorme actividad académica. Hoy se puede estudiar cómo hacer cine, cómo verlo, cómo producirlo, cómo programarlo, cómo escribir sobre él desde cualquier punto de vista y hasta hay historiadores dedicados a las revistas de cine, que en otras épocas eran despreciadas por sospechosas y plebeyas. Sin embargo, es imposible estudiar cómo hacer una revista que recupere el lugar de referencia de los Cahiers. En sus desleídos últimos años, estos formaron parte de la confusión general que reina en el mundo del cine donde la crítica, acorralada entre la burguesía de la actividad académica y el consumo irreflexivo de ese objeto censor de toda reflexión que son las series, ha terminado siendo un apéndice de los festivales, una institución que se concentra en la tarea de hacer circular lo idéntico bajo el disfraz de lo novedoso.
Desde que conozco a Ganzo, me llamó la atención que siempre tuviera en la mente los Cahiers, que siempre pensara que desde la tradición que el nombre de la revista representa se pudiera poner en primer plano un cine más auténtico, más innovador y más noble del que hoy pasa por importante, como hicieron aquellos Cahiers amarillos. Claro que esa es una estrategia que muchas revistas de cine intentaron repetir, aunque sin pasar por lo general de la copia hasta llegar, en los últimos tiempos, a la caricatura, acaso porque la cinefilia es muy propensa a ser autoindulgente. Pero pocas veces me alegré tanto por un nombramiento.