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Una compilación soñada

Primero fue el cierre final de Romano, luego de sucesivas mudanzas. Más tarde el cierre de la de Avenida de Mayo casi Florida.

1-11-2020-Logo Perfil
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Recuerdo ahora una frase rara en ella, por demasiado optimista, de Marianne Moore, en uno de sus poemas sobre elefantes: “Cuando nuestras esperanzas se desvanecen/entonces renacemos”. Algo de eso viene pasando en la ciudad con las librerías de viejo de Buenos Aires. Cuando todo está a punto de empeorar definitivamente, como si estuviera ocurriendo lo que realmente está ocurriendo (el fin de una época: la de los locales a la calle reemplazados por la horrible venta por Internet), imprevistamente sucede algo nuevo. Primero, hace mucho, fue el cierre final de Romano, luego de sucesivas mudanzas y desmembramientos. Más tarde el cierre de la de Avenida de Mayo casi Florida (donde ahora hay una Cúspide en la que, curiosamente, siempre hay buenos libros en la vidriera -como los de la Diego Portales, de Chile. Seguramente trabaja allí un buen librero). Luego la mudanza de 20 metros de Brujas, que en verdad implicó un achicamiento fatal del local, hasta convertirla en poco interesante. Y desde hace años ya el ocaso eterno de la vieja Lucas, que sobrevive no sé cómo, donde tantas veces encontré libros extraordinarios. Y cuando parecía que solo nos esperaba la decadencia (pronóstico que igualmente sigue vigente) apareció Kafka, nombre casi programático para una librería de viejo que, poco a poco, fue mejorando hasta convertirse en, creo, la más atrayente del Centro. Pues hasta allí me dirigí el otro día, y entre otros volúmenes me hice de Al diablo con la cultura, de Herbert Read (Editorial Proyección, Buenos Aires, 1965, traducción de Elbia Leite). Si yo trabajase en una editorial distinta a la que trabajo (revisto en una que publica manuales para encofrados, libros sobre manteles de hule e instrucciones para instalar cenefas) sin dudas editaría un libro con grandes ensayos sobre arte y anarquismo, con textos, entre otros, de Edgard Wind, Úrsula Le Guin, Jean Dubuffet, Murray Bookchin, Lewis Mumford y, por supuesto, Read (de hecho, Al diablo… salió en una colección junto con grandes otros libros anarquistas como Marxismo y socialismo libertario, de Daniel Guérin, Tres ciudades para el hombre, de Paul Goodman, y clásicos como La revolución, de Gustav Landauer y Cataluña 1937, de George Orwell). Agregaría también una edición local de El corto verano de la anarquía, de Enzensberguer, publicado varias veces por Anagrama (incluso en su colección “Compactos”) pero inhallable desde siempre en estos mares del sur. 

En Al diablo con la cultura, publicado originalmente en 1962, leemos frases como: “Es erróneo creer que la democracia lleve en sí una fuerza capaz de alentar el surgimiento del artista. En realidad, la democracia en cuando proceso nivelador, en cuando ideología de la normalidad actúa contra el individuo cuyo trabajo no es vendible según los métodos económicos en uso”. O también: “En varios puntos de estos ensayos procuro demostrar que, desde cierto punto de vista, ninguna diferencia hay entre el fascismo y la democracia (…) las incursiones que contra de la libertad realiza la democracia son muchos más peligrosas porque son mucho más solapadas”. Y finalmente: “Me hago acreedor al calificativo de ‘intelectual ludista’: como Ruskin, Morris, Thoreau (…) yo creo que la revolución tecnológica es una catástrofe capaz de desembocar en el exterminio de la especie”.