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Una de dos

Mi mayor fracaso en la vida, que es no haber jugado en Boca, cobró la otra noche por primera vez la inesperada forma de una ventaja: por primera vez fue un alivio, y no la pesada frustración que arrastro desde hace treinta años.

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Mi mayor fracaso en la vida, que es no haber jugado en Boca, cobró la otra noche por primera vez la inesperada forma de una ventaja: por primera vez fue un alivio, y no la pesada frustración que arrastro desde hace treinta años. Fue en el instante exacto en que Riquelme le entregó la pelota a Palermo, Palermo metió el gol y batió el récord, y salieron los dos festejando, pero cada uno por su lado: Palermo por acá, Riquelme por allá; el nueve a tocarse el corazón delante de la tribuna, el diez a aletear un poco a lo largo de la platea baja. De haber estado yo en en el campo de juego, allí donde siempre quise estar, de haber sido yo un Gary Medel (un Gary Medel, un Battaglia, un Marangoni, un Chapa Suñé), ¿detrás de cuál de los dos habría corrido? ¿A abrazarme con Román, a rozar su dicha sombría? ¿A colgarme del Titán, el goleador con apodo de sinfonía de Mahler?
En casos más graves que éste (el fútbol no tiene importancia real), ha habido personas que llegaron hasta a enloquecer por el hecho de tener que enfrentar opciones de resolución imposible. Es nuestra carga más oprimente y más terrible: la libertad. Estamos condenados a la libertad, estamos obligados a elegir, no podemos dejar de hacerlo.
Como el fútbol no tiene importancia real (ninguna importancia real, ¡pero cuánta importancia simbólica!), no hay nadie que yo sepa que haya rozado la demencia de cara a esta alternativa insoluble. ¿Riquelme o Palermo? Qué suerte que no estuve ahí, jugando para Boca en el partido contra Arsenal, en ese campo de juego que de pronto devino jardín de los senderos que se bifurcan. Porque habría tenido que optar: nadie puede correr hacia dos lugares diferentes al mismo tiempo. Repantigado como estaba frente a la tele del bar, componente alejado de ese todos que es el fútbol para todos, me eximí de disyuntivas y me dije: los quiero a los dos. Repudié la libertad y renuncié a la elección; insisto, me dije así: que yo los quiero a los dos. Y sé bien que hay uno que es bueno y que hay otro que no es tan bueno. Pero me niego a decir cuál y cuál. Me niego inclusive a pensarlo.