—¡Vamos, dale, corré que tenés que bajar esa panza! –me dice Matías, mi personal trainer, mientras trotamos por los bosques de Palermo.
—Uf, no puedo más –digo, casi sin aliento–. ¿Cuántos kilómetros hice?
—¿Qué kilómetros? –se ríe–. No llegaste a 150 metros. Estás más destruido que el Frente para la Victoria.
—No puedo más –balbuceo–. ¿Y vos querés que me anote en una carrera?
—¡Por supuesto! –se entusiasma–. Eso es lo que hacen los periodistas top de la Argentina. Te anoté en una carrera de 30 kilómetros.
—¿30 kilómetros? –me espanto–. ¡Esa cifra no existe! Lopérfido dice que son seis kilómetros, que los treinta son un invento para cobrar subsidios.
—¡No, vos tenés que hacer 30 kilómetros!
—Vos estás muy atado al pasado –le digo–. Los argentinos tenemos que reconciliarnos con la actividad física. Y esto de 30 kilómetros no hace más que agrandar la grieta.
—Vos tranquilo, que la grieta ya se está cerrando –dice Matías, que sigue corriendo y respira tranquilamente–. Capitanich dijo que estaba arrepentido de haber roto un diario Clarín y que no volvería a hacerlo.
—¡Cuánta autocrítica! Se ve que Capitanich cambió de actitud…
—No sólo Capitanich: Clarín también cambió de actitud y ahora está tan o más oficialista que en 2004.
—¿Y cómo sigue todo esto? –pregunto.
—Me imagino que ahora Capitanich va a aparecer en algún medio haciendo la Claringrilla. O va a decir que no conoce a Cristina Fernández de Kirchner…
—¡Cómo Bossio! –exclamo y siento que pierdo un pulmón–. Miralo vos a Bossio, con esa pinta y ese flequillito de doble de John Lennon en 1964…
—¡Horrible! –dice Matías con un agudo insoportable en la i–. Le hace falta urgente un cambio de look. El que es un bombonazo es Prat-Gay. ¿No me lo podés presentar?
—¿Te gusta?
—¡Es un bombón! –casi grita Matías, y esta vez parece Moria Casán.
—¿Pero a vos no te gustaba Kicillof?
—Sí, es otro bombonazo –admite Matías–. Pero Kici ya fue.
—¡No lo puedo creer! –me quejo y siento que no voy a poder volver a respirar–. Primero Kicillof, ahora Prat-Gay… vos en lugar de botinero sos economiero.
—¡Es que vivimos en una época de economía metrosexual! Hay muchos economistas que están re-fuertes: Kicillof, Lousteau, Prat-Gay…
—…Redrado –agrego, haciéndome el entendido.
—¡Pará, todo tiene un límite! –dice Matías.
—Pero está con Luciana Salazar, estuvo con Amalia Granata…
—Te dije que todo tiene un límite. Además, no te vengas a hacer la mariquita, pedazo de hetero. ¿Qué sabés vos de economía?
—No, está bien –me disculpo–. Pero entiendo, no es lo mismo Kicillof, Prat-Gay o Lousteau que Cavallo, López Murphy y Machinea.
—Veo que vas comprendiendo –dice Matías–. Y no es lo mismo, además, a la hora de negociar con los organismos internacionales.
—Claro, como el acuerdo con los fondos buitre…
—¡Se dice holdouts! –me corrige Matías, enérgico.
—¡Pero si son fondos buitre!
—Corrección: eran fondos buitre. Ahora, con el cambio, son holdouts. ¿O no sabés que vivimos en un nuevo país, de diálogo, de consensos, sin corrupción…
—Pero donde se les paga a los fondos buitre… –agrego.
—¡Te dije que no son fondos buitre! –se queja Matías–. Son holdouts. Pero si querés podemos negociar y llamarlos Fondos Con Capacidades Carroñeras Diferentes.
—Bueno, pero arreglaron pagarles, ¿no?
—Sí.
—¿Y cuánto? –pregunto.
—No sé, pero Lopérfido dice que no les van a pagar 30 mil.
—¿Treinta mil qué?
—¡No, sé, no tengo idea! –se fastidia Matías–. Entonces, ¿me podés presentar a Alf?
—¿A quién?
—¡A Prat-Gay! Y no te hagas el que no lo conocés, que estuvo haciendo campaña con tu mujer…
—¡Pero eso fue hace años! –me enojo–. Y antes fue presidente del Banco Central de Néstor.
—Ja, estás celoso…
—¡No jodas! –me fastidio–. Lo que sí sé es que es hetero. Aunque en el Gobierno está tan solo que capaz hasta te da bola y todo. Son él y la foto de Keynes contra el resto.
—¿Y ése quién es?
—¿Quién?
—Keynes, ¿quién es?
—Un economista inglés, el ídolo de Prat-Gay.
—¿Y está fuerte? –pregunta Matías.
Me detengo, no puedo más. Tomo aire, respiro profundamente.
—No, para nada –respondo–. Te diría que en este momento está más débil que nunca.
—¿Ya vas a parar? –pregunta Matías–. No corriste ni 500 metros.
—No puedo más, y tengo que buscar material para mi columna política en PERFIL.
Agitadísimo, la llamo a Carla, mi asesora de imagen.
—¿Qué te pasa? –pregunta Carla apenas me escucha balbucear.
—No puedo más –respondo–. Creo que voy a perder los pulmones con la misma facilidad con que el Frente para la Victoria pierde gobernadores y legisladores.
—Pará, no subestimes la capacidad política del kirchnerismo –me dice Carla–. Mirá que Boudou y Moreno sí se mantienen fieles al proyecto nacional y popular…
—¡Pero están procesados!
—Justamente –explica Carla–. Imaginate si el kirchnerismo suma a todos los procesados que hay en el país. ¡Van a ser el movimiento político más grande de Occidente! Van a volver al viejo lema peronista del 5 por 1: por cada dirigente que se va, se suman cinco procesados. ¡Así no los para nadie!
—¿Vos decís?
—Por supuesto –continúa–. Desde que Néstor se murió para dejarle servida la reelección a Cristina que no veía una jugada política semejante.
—Mmm… no sé qué decirte. Igual necesito comentarte una cosa. Ando con algunos problemas personales. No digas nada. Problemas… de pareja.
—¿Con Victoria?
—¡¡¡¡Shhhhh!!!! ¡Por favor, no digas nada! Pero quiero mandarle un mensaje romántico.
—A ver, dejame pensar… tiene que ser algo bien moderno, bien actual, bien canchero… Twitter ya fue, Instagram ya fue, Facebook recontra fue… ¡ya sé, la espalda de un manifestante llena de agujeros de balas de goma por la represión!
—¡¿Qué?!
—¿No viste que todo el tiempo salen fotos de gente con agujeros de balas de goma por la represión? Estatales, Cresta Roja, murgueros, despedidos…
—Sí.
—Bueno, puedo hablar con Patricia Bullrich para que, durante la próxima represión, la policía haga con balas de goma un dibujo con forma de corazón en la espalda de un manifestante. Y vos le regalás a Victoria la foto para San Valentín. ¿No te parece romántico?
—¡¡¡¡Nooooooo!!!! ¡Vos estás loca! ¡Es una bestialidad!
—¿Por qué? ¿Tenés algún motivo por el que te parezca mal?
—¡¿Un motivo?! No tengo un motivo, tengo 30 mil.
—Mirá que Lopérfido dice que no son 30 mil…
Me detengo, respiro, sigo agitado.
—Está bien, me rindo, uno o 30 mil motivos es lo mismo –concluyo–. Eso sí, hay que reconocer que somos un país de grandes artistas: antes el Indec, ahora los de-saparecidos, pero siempre hay alguien que dibuja los números.