Indonesia generalmente ha procurado tomar posiciones de equilibrio en materia de sus relaciones exteriores, acordes con su importancia y con su ubicación geográfica. Sin embargo, mantener este fino equilibrio enfrentará dos niveles de retos internacionales durante 2022. En el primer nivel están los retos geoestratégicos que se presentan y/o acentúan en el contexto de la invasión rusa de Ucrania. En un segundo nivel está la organización de las reuniones del G20 en su territorio, algo complejo a causa del mencionado conflicto. Esta doble tarea la obliga a conducirse con sumo tacto y pragmatismo.
Desde su independencia de los Países Bajos en 1945, Indonesia ha conducido lo que se llama una política exterior independiente y activa –Bebas-Aktif–. Aunque este concepto ha sufrido matices y variaciones en su interpretación, en líneas generales significó su independencia de las grandes potencias mundiales. Si durante la Guerra Fría estas fueron EE.UU. y la URSS, hoy en día estas potencias son EE.UU. y China. Pero la política exterior de Indonesia tuvo sus vaivenes, como lo demuestra la política exterior independiente del presidente Suharto (1968-1998), que se diferenció de las estridencias antioccidentales y antiamericanas del final del régimen del primer presidente Sukarno (1945-1967). Con el advenimiento de la democracia en 1999 se mantuvo una política exterior moderada, siempre evitando inmiscuirse en los conflictos entre grandes potencias y rechazando el comprometerse con alguna de ellas.
En la actualidad, Indonesia está asumiendo una política de “equidistancia pragmática” con respecto a China y a EE.UU. China es el primer socio comercial de Indonesia –representa el 23% de su comercio internacional–, e Indonesia le provee materias primas, como aceite de palma, carbón, cobre y gas natural. China mantiene un superávit comercial con Indonesia y es, además, el principal inversor extranjero. Sin embargo, luego de establecer relaciones diplomáticas en 1950, estas se cortaron en 1965-1966 por la purga que sufrió el partido comunista indonesio (PKI) a manos de los que derrocaron el gobierno de Sukarno. Las relaciones se restablecieron en 1990. En la actualidad, el presidente Joko Widodo fue en julio el primer líder internacional en visitar Beijing, luego de la invasión rusa de Ucrania. Existen interesantes proyectos conjuntos, como el financiamiento de un tren de alta velocidad de Jakarta a Bandung, la capital de la isla de Java. Por otra parte, esta nación-archipiélago está tomando posiciones más firmes contra la pesca ilegal china en sus territorios marítimos.
En el caso de EE.UU., salvo el período “antioccidental” del final de la presidencia Sukarno, las relaciones han sido en general cordiales. Esta relación tuvo una época dorada durante la presidencia de Barak Obama –quien había vivido en Jakarta con su familia cuando era niño–, pero luego disminuyó algo en intensidad. Más recientemente, Indonesia fue uno de los tres países del Asean –junto a Malasia y Filipinas– invitados a la cumbre por la democracia organizada por EE.UU. en Los Angeles, en 2021. A nivel geopolítico, Indonesia y EE.UU. comparten el interés por que exista un espacio Indo-Pacífico libre y abierto.
A nivel regional, Indonesia es miembro fundador de la Asean –Asociación de Naciones del Sudeste Asiático–, agrupación de países creada para tener un mayor protagonismo y control de su área geográfica, y generar en consecuencia más prosperidad. En palabras de la canciller de Indonesia, Retno Marsudi: “Asean se niega a ser un peón en una nueva Guerra Fría”. Con 275 millones de habitantes y un PBI de 1.290 mil millones de dólares, Indonesia es uno de sus miembros más prominentes. La economía de Indonesia está proyectada a convertirse en la cuarta economía del mundo en 2045, evolucionando de ser un exportador de materias primas –como el aceite de palma–, a una economía basada en servicios y manufacturas de alto valor agregado –especialmente en el sector High-Tech–, en adición a sus materias primas. Además, Jakarta es la sede del secretariado de Asean y tendrá la presidencia del grupo en 2023, donde el paradigma de colaborar con todas las naciones guiará su comportamiento.
La relación de Indonesia con su vecino del sur –Australia– no ha estado desprovista de eventos. Más allá del mencionado sentimiento antioccidental al final del gobierno de Sukarno, un elemento notorio de esta relación fue la invasión de Indonesia de Timor del Este, que luego de ser colonia portuguesa, se declaró independiente en 1975. Indonesia ocupó ese territorio desde 1975 hasta 1999, siendo inmediatamente condenada por la ONU (Organización de las Naciones Unidas). Australia fue la primera nación que reconoció a Timor del Este como a una provincia de Indonesia. Luego de 24 años de una dura ocupación, el prestigio de Indonesia quedó afectado, y Australia ayudó al proceso de transición a una Timor del Este independiente, liderando una fuerza internacional. Otro incidente fue el atentado terrorista en dos bares en Bali en 2002, en el que fallecieron 88 australianos y 38 indonesios, un evento doloroso para ambas naciones. Hoy en día, Australia intenta intensificar el diálogo con Indonesia, en busca de reducir su dependencia comercial con China, y actuar en forma conjunta contra un potencial incremento de la presencia china en la región.
Un elemento interesante de la política exterior de Indonesia ha sido su política de adquisición de equipamiento militar, en particular de aviones de combate. Jakarta fue abastecida desde los años 60 por EE.UU., hasta que luego de incidentes en Timor del Este en 1990, EE.UU. le declaró un embargo en materia de repuestos militares. Jakarta optó entonces por adquirir aviones caza soviéticos Su-27 y Su-30. Más recientemente, Indonesia demostró su voluntad de seguir teniendo en paralelo flotas de aviones norteamericanas y rusas, al procurar comprar aviones rusos Su-35. Sin embargo, EE.UU. intervino enérgicamente para que Jakarta adquiriera de una vez 36 aviones caza F-15 –por 13,9 mil millones de dólares–, y 42 aviones franceses Rafale –por 8,1 mil millones de dólares–.
Durante este año, Indonesia está realizando un nuevo y complejo ejercicio de equilibrio internacional al liderar la organización del G20. Indonesia es el único miembro de la Asean del G20, es la cuarta nación en habitantes del mundo, y su tercera democracia más numerosa. A su vez, es el país con más habitantes, de mayoría musulmana. Sus exportaciones están geográficamente bien balanceadas y representan el 21% de su PBI, con China representando el 24% del total; EE.UU., el 12%; Japón, el 8%; India, el 6%; Malasia, el 5%; Singapur, el 5%; y Corea del Sur, el 4%. La agenda de temas que plantea Jakarta tiene en mente representar a las naciones en desarrollo en una era de pospandemia, y el lema de la reunión es: “Recuperarnos juntos, recuperarnos más fortalecidos”.
Pero este evento está siendo afectado por el conflicto ruso-ucraniano. Así, Indonesia condenó la invasión rusa de Ucrania en la Asamblea General de la ONU, pero no apoyó la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de ONU. Aunque la temática de la guerra quizá no afecte la declaración final del G20, seguramente estará presente en reuniones bilaterales y multilaterales en el marco del G20. Así, un ejercicio de balanceo diplomático, el presidente Widodo viajó en junio a Kiev y a Moscú para invitar a los presidentes Zelensky y Putin a la reunión de líderes en Bali el 14 y 15 de noviembre. Mediante esta estrategia de la “doble invitación”, Widodo intenta mantener al G20 como un foro relevante en materia de asuntos globales. Procura también evidenciar un nuevo rol de liderazgo de Indonesia a nivel global e incrementar su prestigio como un “constructor de puentes entre naciones”. n
* Especialista en relaciones internacionales. Autor del libro Buscando consensos al fin del mundo. Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).