La escuela pública del siglo XXI es diferente de la que conocimos. Uno de sus logros fue incluir nuevos sectores sociales a los distintos niveles de la educación obligatoria. Ahora el desafío es enseñar sin expulsar, y retener exigiendo. Recibir a todos los chicos, para que aprendan y egresen con conocimientos.
Son habituales las miradas nostálgicas respecto de la escuela, pero el pasado es tiempo para continuar y superar. La escuela debe postular mejores futuros. La secundaria “de antes” fue símbolo de un sistema educativo selectivo y la calidad educativa fue una posibilidad alcanzada por algunos. Hoy el desafío de la masividad es la calidad social, para todos.
Lo público como lo común, patrimonio de todos, es una idea en crisis, no sólo en la escuela. La escuela pública implica integrar a los que más y a los que menos tienen, en un horizonte de movilidad social.
La “educación de antes” era eficaz cuando se propuso formar dirigentes, apuntó a formar para profesiones específicas (maestros, empleados) o cuando incorporó la relación educación-trabajo. También al incorporar a la ciudadanía a los hijos de inmigrantes. Creía en su potencialidad y tenía una fe productiva en las herramientas que poseía. No anteponía las condiciones críticas de vida de un chico ni que la familia inmigrante balbuceara nuestra lengua.
Debemos recuperar esa eficacia. La educación pública perdió confianza, credibilidad, y legitimidad en algunos sectores sociales. Muchas veces la sociedad no valora el enseñar y aprender como factor de movilidad social, expansión cultural y promoción humana.
La idea de movilidad social asociada a la escuela merece ser recreada, y en eso trabajamos. Pero no para restaurar lo ya conocido. Movilidad social hoy significa la incorporación jerarquizada y más amplia de los derechos de todos los sectores sociales a ser educados, con políticas de atención, acompañamiento y permanencia dentro de una escolaridad valiosa para el mundo contemporáneo.
*Director general de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires.