En sus libros, Diego Vecchio tiene una inclinación por los personajes no humanos: microbios, osos, ahora museos. Cuando digo “ahora” me refiero a La extinción de las especies, su más reciente novela, publicada por la editorial Anagrama en su condición de finalista del Premio Herralde de ese género. Por supuesto que en Microbios y en Osos –ambos publicados hace algunos años por Beatriz Viterbo– hay personajes humanos, y no solo eso, tal vez hasta podíamos pensar que en Microbios, la figura de Samuel Auguste Tissot, médico y confidente de Rousseau –autor de un célebre tratado sobre el onanismo llamado La salud de los hombres de letras–, es un lejano antecesor de Zacharias Spears, el protagonista de La extinción… Pero es evidente que Vecchio disfruta del trabajo literario con instrumentos materiales, inhumanos, construidos. O mejor dicho: disfruta de experimentar con el modo en que los humanos son influenciados por esos mecanismos materiales y viceversa.
La extinción… es una novela sobre la fundación de los museos de ciencias naturales –puntualmente, uno en Washington bajo el legado de sir James Smithson– entendida como una gran reflexión para pensar la utopía cientificista, racionalista, positivista, y también su anverso dialéctico: la locura. La lucha por el poder. El avance irreversible del capitalismo, que todo lo convierte en mercancía. Y también en ruina: en algún pasaje Spears afirma que “el tiempo transforma el mundo en ruina”, dándole a la novela un sutil y subterráneo tono melancólico. Subterráneo porque en la superficie la novela es por momentos hilarante, irónica, siempre cáustica. No descubro nada si afirmo que hay detrás una lectura aguda de Borges, que es la de Borges procesado por Macedonio. El afán clasificatorio del humanista cientificista rápidamente se trueca por un desastre desclasificatorio, la fe en el progreso desemboca en la tiranía del consumo. Pero Vecchio nunca es cruel. Siempre –en ésta y en sus otras novelas– hay un aire de ternura, de cariño por sus personajes. Incluso en la estupidez, porque de algún modo el talentoso señor Spears encarna la bêtise de la época (habría que reparar en Bouvard y Pécuchet como su otra influencia literaria); Vecchio vuelve humanos a los personajes humanos. E inhumano al museo. La obra del hombre se escapa de sus manos, como un monstruo que se vuelve destructivo de todo humanismo. En Microbios y en La extinción... el humanismo es objeto de una sospecha radical.
¿Es La extinción... una alegoría? No me gustan las novelas alegóricas. Y como creo que La extinción… es una gran novela, me animo a descartar su dimensión alegórica. Pero sí remarco su aspecto de indagación, de reflexión en clave literaria, incluso lejanamente de novela de ideas. La literatura es para Vecchio un modo específico de pensar el mundo. La novela no renuncia a poner en escena saberes provenientes de la teoría, de la historia, del campo de lo social. En esto no hay nada nuevo: viene justamente de Flaubert, o hasta del Cándido de Voltaire. Pero Vecchio lo asume con la naturalidad y el talento de quien escribe una gran novela de ideas contemporánea. Porque si el texto transcurre en los años de la Guerra Civil norteamericana, la mirada de Vecchio es una formidable vuelta de tuerca acerca de lo que la novela contemporánea puede hacer con la historia.