“Lo malo de las guerras es que casi nadie sabe ganarlas con dignidad.”
Joan Dalmau, en el papel de Miralles. “Soldados de Salamina” (2003), escrita y dirigida por David Trueba.
José Mourinho es arrogante, irónico, ultra pragmático, despectivo con los que no reconocen su trabajo y muy hábil a la hora de planear la estrategia de sus equipos. No me cae nada simpático, debo confesar. Lo veo como un burócrata del éxito, un positivista futbolero, un yuppie tardío, un pedante, un muñequito de torta. Me indigna el tipo, antes de reconocer que es, quizá, el mejor entrenador del planeta. Capaz de reponerse de un tremendo 0-5 con baile y dejar sin sonido a los virtuosos solistas de Guardiola durante los siguientes 180 minutos que jugaron. Chapeaux.
Maldito sea. Odio que me guste lo que hace la gente que no me gusta, pero no lo puedo evitar. Detesto la fascinación que me produce la maldita pluma de Louis-Ferdinand Céline, el colaboracionista. Me incomoda el placer que siento al ver el cine de Elia Kazan, vil soplón del senador McCarthy. Y más todavía, el haber crecido admirando tanto a Vargas Llosa, muchos años antes del Nobel (esa borgeana “superstición escandinava”) y su humillante maracanazo en Perú. ¡Perder con Fujimori, nada menos…! Un Menem oriental, un chinito insignificante y vulgar que ni a cholo llegaba. En fin. A llorar a la iglesia, don Mario. Todo no se puede.
Horror. Mourinho cortó el circuito de los geniecillos de Pepe Guardiola colocando a “tres fierros” alrededor del círculo central, como dice con infinito desdén Lavolpe cada vez que habla del medio campo titular del Checho Batista. Un movimiento simple, obvio, conservador. Quitó al 9, puso a Arbeloa de central, adelantó a Pepe (un defensor que va a cada pelota como el Jason de Martes 13), lo juntó con Khedira-Xabi Alonso y liberó a sus medias puntas: Di María, Özil y el intolerable Cristiano Ronaldo, otro que me encanta aunque, aj, su estilo personal me dé acidez de estómago.
Con eso alcanzó para ganar la Copa del Rey, un premio consuelo para un Madrid con la Liga perdida y las semi de la Champions todavía por jugarse. No importa. Había que terminar de una vez con esa horrible sensación de invulnerabilidad del Barcelona. El inconsciente, santo Sigmund, suele ser implacable en estos casos. El trofeíto real se le escurrió a Sergio Ramos en medio del festejo y las ruedas del micro lo aplastaron. ¡Ops! Casillas, arquero y besuqueador ibérico, a falta de copa y novia periodista, les apuntó a las frías mejillas de la Cibeles. Y todos contentos, igual.
Sutiles como un rinoceronte en una cristalería, algunos forofos del Madrid chicanearon a su odiado rival con una frase digna de quienes convirtieron a Francis Fukuyama en fugaz best seller: “¡Ahora métanse las ideas en el culo!”. Ah, bueno. El fútbol, se ve, funciona igual en todos lados. Es como un radiador de auto yendo a mil, que atrae a cualquier nube de, digamos, insectos que flotan por ahí. No falla, eh…
Es como un virus. Esta semana los jugadores de Argentinos Juniors arruinaron una brillante actuación en la Copa agarrándose a piñas al final, furiosos como colegiales. Lo mismo hicieron algunos “periodistas” que cubrían Vélez-San Lorenzo, un partido jugado a puertas cerradas por una absurda guerra declarada entre hinchadas. Y si algo más faltaba, José Beraldi, un dirigente con aspiraciones políticas en Boca, en lugar de hacer autocrítica y ver quién permanece en su sillón mientras el club fracasa, destroza a los jugadores porque no ganan. Mmm… Si la cosa se limitara a contratar al que sale campeón “allá” para que lo repita “acá”, ¡hasta Ricardo Fort con lobotomía podría ser presidente, Beraldi! En fin. Mejor volvamos al más lejano Barça-Madrid, compatriotas. Duele menos.
Mou se ríe y disfruta cuando Cruyff lo llama “entrenador de títulos” y no de fútbol. Ambos exageran. Mou entrena equipos y los hace ganar, que de eso se trata el juego. ¿Que sus planteos son de dudosa estética, más bien amarretes o fríos? Pues ésa es su forma, su estrategia, su parte del todo. La antítesis, en todo caso. La negatividad que permite la dialéctica y, por ende, la superación. “No existís”, dicen en este tiempo impiadoso de exclusión en lugar de “soy mejor que vos”. Uf. Me hartan esos dogmáticos sin cintura. Suelen tener más miedos que razones.
Seré claro, muchachos: a mí me gusta el Barça. Porque hay que entrenar mucho y bien para jugar así, sin perderla, yendo al frente. Pero aplaudo la inteligencia de Mourihno para romper la idea básica del juego catalán. No entiendo la “indignidad” de replegarse y contraatacar. Por cierto: si quieren un buen ejemplo de esta estrategia repasen una obra maestra: Alí-Foreman. Puro Von Clausewitz en boxeo.
Sé que hoy Guardiola debe estar pensando cómo diablos contrarrestar esa hábil jugarreta de Mou y eso es lo hermoso y didáctico de los grandes duelos de la historia. El saber “ver” al otro. El reconocimiento del valor del adversario. Porque si de verdad el otro “no existe”, estimados energúmenos del fútbol y otros consorcios, lo que deja de existir es el sentido de la victoria.
Y lo que queda es… nada.