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Una pantalla gigante

Me gusta escribir sobre fútbol, quizá porque al no ser periodista deportivo me siento un poco impune haciéndolo, o porque como todos los deportes me parecen un poquito absurdos puedo dar un paso al costado y mirar mal eso que pasa, o porque siempre jugué pésimo y en mi tecleo hay algo de revancha contra toda esa testosterona de patadas y humillaciones.

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Me gusta escribir sobre fútbol, quizá porque al no ser periodista deportivo me siento un poco impune haciéndolo, o porque como todos los deportes me parecen un poquito absurdos puedo dar un paso al costado y mirar mal eso que pasa, o porque siempre jugué pésimo y en mi tecleo hay algo de revancha contra toda esa testosterona de patadas y humillaciones. El asunto es que el jueves pasado grité fuerte el tercer gol argentino contra Corea del Sur, pero me pareció que lo gritaba tarde. Pasaba algo extraño en la cuadra. Los obreros de un edificio vecino en construcción festejaban los goles unos segundos antes que yo. Después me di cuenta de que estaban escuchando el partido por radio, que casi no tiene delay. La televisión no es exactamente en vivo. Vemos en Argentina lo que sucedió en Sudáfrica hace tres segundos o más. Me parecía que los gritos populares que llenaban el pulmón de manzana eran la verdadera cosa y los míos eran gritos fríos de goles transmitidos en alta definición y en diferido. Desde mi soledad calefaccionada, desfasado de los goles peronistas, me corría a mí mismo por izquierda y miraba por TV el pasado reciente, todo el glamour futbolístico del estadio Soccer City. Nuestro DT y sus dos adjuntos trajeados de Armani. Esa diablísima trinidad susurrándose palabras a los gritos. ¿Qué le decían a Maradona, actuando al unísono como Rosencrantz y Guildenstern, Mancuso y Enrique? ¿Le recordaba Mancuso que lo rescató a Diego de una racha baja convocándolo al Showbol? ¿Y el Negro Enrique?, ¿le repetía en la oreja: Diego, sin mi pase corto de media cancha no hacías jamás el gol famoso a los ingleses? ¿Qué destilaban en su oído? No se sabe. Algo, consejos desaforados para el patriarca de barba entrecana que parece estar en trance mientras lo asesoran en estéreo. De pronto una pelota desviada llega al mini corralito simbólico del banco de suplentes que no logra contener al mejor jugador de todos los tiempos, una pelota que el Diego recibe y se la devuelve a un mediocampista de taquito o levantándola como si tuviera manos en los pies, como si tuviera un pie prensil. Me obsesiona Maradona, me asombra que su biografía siga teniendo capítulos increíbles por escribirse. Mi obsesión por descifrarlo me lleva muchas veces a caricaturizarlo. Pero hay que decir que los que criticamos alguna vez a Maradona como DT quizá nos vamos a ir convirtiendo cada vez más profundamente en Totis Pasmans. El Mundial lo dirá. Por ahora la Selección funciona con estallidos de genialidad. ¿Cuánto hay de Maradona en esta victoria, así como claramente hay mucho de Bielsa en la victoria de Chile sobre Honduras? Ya llegarán los goles de Messi y es probable que esto dé para más fiesta y para barrer más temas bajo la alfombra. Porque ya que estamos con las preguntas, ¿qué estará pasando mientras tanto detrás de las pantallas gigantes del Gobierno de la Ciudad? ¿Qué estará pasando detrás de los millones de pantallas que el Estado favoreció facilitando las 50 cuotas? No hay que olvidarse que la palabra pantalla significa algo que tapa, que cubre, que oculta.