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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Una pesada herencia para el próximo gobierno

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Posiblemente, uno de los puntos de menor controversia entre economistas, empresarios y políticos refiere a los beneficios que para un país conlleva contar con un importante y creciente flujo de exportaciones. Entre otras ventajas, las exportaciones contribuyen a alcanzar el equilibrio de las cuentas externas, al crecimiento de la economía de la mano de la innovación y la eficiencia productiva, y a la creación de un entorno competitivo en los mercados domésticos.

Pese a esta convicción, la economía argentina viene protagonizando desde el año 2011 un proceso de reducción del valor de sus envíos al exterior.

En efecto, tal como se observa en el gráfico, en la última década las exportaciones argentinas de bienes observaron dos períodos de performance bien diferenciados. El primero comprendido entre los años 2005 y 2011, se caracterizó por ser tendencialmente creciente, incluso con posterioridad al año de crisis internacional 2009.

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De hecho, tras caer el 20% entre 2008 y 2009, las exportaciones se recuperaron, llegando a alcanzar en tan sólo un año su statu quo previo a la crisis. Esta buena performance obedeció tanto a mayores precios internacionales como a superiores volúmenes de exportación. Sin  embargo, mientras los primeros crecieron 80% entre 2005 y 2011, el volumen de exportaciones se incrementó el 15%.

El año 2011 representó el fin de esta etapa de auge de exportaciones argentinas, iniciándose un proceso de reducción de ventas al exterior que perdura hasta la actualidad. Durante este período, los precios internacionales se mantuvieron relativamente estables hasta 2013, con una caída del 20% entre 2013 y 2014. A este factor perjudicial para el comercio internacional del país se sumó un proceso de contracción del volumen de exportaciones argentinas, que significó una reducción de las mismas en 13% entre 2011 y 2014. Más aún, tal como puede apreciarse, las cantidades físicas de exportaciones en el año 2014 han retornado a los niveles del año 2005 (¿década ganada?).

Resulta sumamente esclarecedor analizar qué factores complican la situación del comercio internacional argentino. La intuición no engaña: es bastante difícil vender cada vez más (o lo mismo) con menos compras. Y es así que hemos visto caer las ventas al mundo combinadas con efectos aún más restrictivos sobre las importaciones.

A su vez, el comercio internacional se ha visto complicado por la pérdida de competitividad. A este factor se le agregan las restricciones paraarancelarias (conocidas popularmente como cepo).  A su vez, en el último año hemos visto caer el valor de las commodities, principales productos que exporta el país, sin que sea totalmente descartable alguna caída adicional cuando Estados Unidos finalmente realice el anunciado cambio en su política monetaria, afectando, de esta manera, la tasa de interés de referencia internacional.

Competitividad y tipo de cambio real. Si se considera el tipo de cambio real con el dólar, dado que la inflación en Estados Unidos se mantiene considerablemente baja y estable, el diferencial entre la tasa de crecimiento del tipo de cambio nominal y la tasa de inflación de Argentina es centralmente el que deteriora el tipo de cambio real. De hecho, la situación frente a EE.UU. se encuentra igual que antes del fin de la convertibilidad: se ha erosionado la competitividad cambiaria que se ganó con la devaluación de fines de 2001.

Lo mismo sucede cuando se analiza el tipo de cambio real bilateral con Brasil, principal socio comercial de Argentina. En este caso, se observó a lo largo de los últimos cinco años una paulatina pero sostenida disminución en la competitividad, explicada básicamente por la inflación diferencial entre Argentina y Brasil. A esta situación se le suma la intensificación del ritmo de depreciación del real, lo que acelera notablemente nuestra pérdida de competitividad.

Trabas paraarancelarias. La caída en el tipo de cambio real vuelve muy competitivas las importaciones y resta competitividad a las exportaciones, por lo que la existencia de trabas paraarancelarias a las importaciones parece una consecuencia previsible para evitar la pérdida de empleos en sectores que compiten con los importados en el corto plazo.

Argentina tiene una alta dependencia de insumos y bienes para la producción: más del 80% del total de importaciones son insumos de distinta índole: bienes de capital, piezas y accesorios para bienes de capital y combustibles y lubricantes.

Las restricciones a las importaciones generan, por ende, faltante de insumos tanto para la producción que se destina al mercado doméstico como para la producción de exportables –en particular de manufacturas–. Para la producción, este faltante constituye una complicación adicional a la que ya le ocasiona la pérdida de competitividad. En algunos meses en particular, se han llegado a observar casos paradigmáticos de efectos colaterales negativos de las restricciones, verificándose caída interanual en las exportaciones, conjugada con aumento interanual de las importaciones.

Fin del viento de cola. La evolución adversa de los precios internacionales provoca una disminución del valor total de las exportaciones. Claramente, una caída en los precios de las principales commodities (granos y petróleo) generará un importante deterioro en el valor de las exportaciones.

Aunque el comercio exterior aún detente saldo positivo, enciende una luz de alerta en la economía debido a que muestra caídas tanto en las exportaciones como en las importaciones. A esta situación se le adiciona el hecho de que buena parte de su desempeño depende de variables no controlables endógenamente, como el clima, los precios de las commodities y la performance de Brasil.

De cara al período de gobierno que se iniciará en Argentina el 10 de diciembre, surge como desafío primordial disminuir la tasa de inflación para, al menos, dejar de perder competitividad al ritmo que se lo viene haciendo. Y el punto es que también habría que bajar los impuestos más distorsivos que hoy golpean la actividad productiva. Esto es verdaderamente desafiante, ya que bajar la inflación normalmente implicaría disminuir el déficit fiscal; y reducir impuestos, subir el déficit.

Una economía que hace cuatro años no crece y que tiene una inflación del orden del 27% requiere del consenso mayoritario para salir adelante con una estabilización no recesiva.n

*Director de Investigaciones del Instituto
 Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf).