Cómo debe leerse una primera novela? ¿Cómo un libro cualquiera que compite contra todos los otros de nuestra biblioteca? ¿O al contrario, con cierta indulgencia? En ese caso, habría que leer a la novela como una promesa, con la expectativa de una inversión a futuro, de un desarrollo posterior: leemos en esa primera novela lo que imaginamos que va ser su obra siguiente, como un pagaré que cobramos a largo plazo. De uno u otro modo es una pregunta compleja y debo reconocer que no tengo una respuesta segura. En cambio, me resulta claro que disfruto mucho, muchísimo, cuando me encuentro con una primera novela que responde a la primera categoría. Una primera novela no que insinúa, sugiere o apunta a un futuro, sino que expresa una completud, una escritura ya lista para el presente, acabada, definitiva. Por supuesto que eso ocurre de vez en cuando, pero cuando sucede, la experiencia es notable. Recuerdo ahora algunos primeros libros de la literatura argentina reciente que van en esa dirección: La caja, de Gabriel Reches, Opendoor, de Iosi Havilio, La intemperie, de Gabriela Massuh, El tridente, de Diego Sasturain, El ícono de Dangling, de Silvia Maldonado, La vocación filosófica, de Horacio Corti, Sol artificial, de J.P. Zooey. Pues bien, acaba de aparecer otra excelente primera novela: Taper Ware, de Blanca Lema, publicada por la editorial Paradiso.
La novela de Lema tiene, al menos, dos aspectos notables. Primero, vuelve sobre un tema (los desaparecidos, los chicos apropiados, la memoria de la dictadura) sobre los que parecía que ya no había demasiado para decir, que todo había sido dicho, demasiado dicho, dicho en demasía: ¿cuántas de las novelas sobre desaparecidos se sostienen? ¿Cuántas corren, más allá de las intenciones políticas, alguna clase de riesgo textual, de innovación sintáctica? Taper Ware integra esa exigua tradición de novelas sobre la dictadura que se imbrican en un trabajo radical sobre la lengua, el sentido de la frase y el abismo de la lectura. Porque a la vez y sobre todo, Taper Ware es una formidable interrogación crítica sobre el estatuto mismo de la narración, una vuelta de tuerca sobre las preguntas básicas de la literatura contemporánea: ¿Qué significa narrar? ¿Cómo se construye una historia? ¿En qué momento una narración se detiene? ¿Cómo se narra con una larga tradición detrás? Lema da respuesta a estas preguntas de un modo tan singular, tan poco convencional, que se hace difícil encontrar paralelos en la literatura argentina actual.
Porque, en realidad, la experiencia decisiva en Taper Ware es la aparición sin cesar, en nuestra mente, de la pregunta ¿De qué habla esta novela? ¿De qué se trata este libro? Lema coloca al lenguaje en un lugar de incertidumbre, un el sitio de un no saber, que desdibuja los parámetros de reconocimiento, los puntos de referencia y las zonas de certeza. Taper Ware redefine el género fantástico, o incuso la ciencia ficción, pero sin apartarse nunca de un realismo, o mejor dicho, de un pragmatismo extremo. En no resolver nunca esa tensión reside su arte. Y entre tanto, de manera lateral (lo que en Lema significa de manera central) aparece la brutalidad del capitalismo contemporáneo: personajes que son semiólogos contratados por una consultora, expertos en el tema basura, luchas salvajes por obtener (y luego mantener) un trabajo que luego nunca queda claro cuál es, sueños narrados uno tras otro, pero sin adquirir jamás un carácter alegórico o metafórico. Si alguna referencia hay para situar a Taper Ware (¿Pero por qué situarla? ¿Por qué no declarar que la novela no se parece a nada?) hay que buscarla en algunos momentos del cine independiente norteamericano como ¿Quieres ser John Malkovich?, o la extraordinaria y algo olvidada Repo-Man, de Alex Cox; películas que hacen de la perturbación de la sintaxis y de la deformidad del sentido su razón de ser.