Se necesitaba una muerte dramática para que la sociedad acusara registro de algunos de sus males crónicos. En la percepción de una enorme masa de argentinos siempre hay un contorno marginal de elementos no deseables que mantienen alguna cuota de poder oculto: mafias, espías, agentes secretos, operadores de intereses poderosos, grandes corruptos (porque pequeños corruptos, piensa una mayoría de los argentinos, somos casi todos) o, en palabras de Umberto Eco, “un Poder, un grupo invisible, el círculo de los Verdaderos Incluidos”. Cuando esas percepciones se activan a menudo ocurre lo que estamos viendo estos días: un clima público excitado, un clima político exacerbado.
Al mismo tiempo, la situación desencadenada por la muerte del fiscal Alberto Nisman podría ser una oportunidad propicia para cimentar algunos consensos institucionales, por lo pronto en el Congreso. No es lo que está ocurriendo. El gobierno nacional, denotando el nerviosismo que suele exhibir cuando le estallan problemas inesperados y desagradables, se precipita a tomar iniciativas que profundizan los disensos.
Dejando de lado los problemas inesperados como los que ahora sobrevienen por el caso Nisman, o el shock de la caída del precio del petróleo, el gobierno nacional toma persistentemente un camino que lo lleva a multiplicar sus problemas: la economía sigue en una estanflación de efectos moderados pero inocultables, el clima de opinión se mantiene negativo, el panorama electoral es complicado y la perspectiva es que el ganador de la elección presidencial sea o bien un candidato oficialista a quien si el electorado lo vota es porque ve en él algo distinto, o bien algún candidato opositor.
En China la Presidenta ha aportado nuevos ingredientes al malestar que se detecta en la sociedad. El inoportuno elogio a los productores agropecuarios molestó a muchos; exaltar sus cualidades productivas cuando ese sector atraviesa un momento crítico derivado de las políticas gubernamentales, y cuando todavía no olvidó aquella referencia al “yuyito que crece solo”, sonó más a ironía que a una valoración creíble. Más crítico aun fue responder con la presencia de una delegación de productores argentinos a las inquietudes, totalmente comprensibles, de muchos industriales manufactureros por algunas consecuencias previsibles de los acuerdos con China. Son temas que requieren diálogo y discusión seria.
El problema de este fin de ciclo argentino es que el Gobierno insiste en hacer salir con fórceps distintas medidas que no cuentan con suficiente consenso. Independientemente de cómo eso se traduzca en votos, esas medidas van creando un horizonte de inestabilidad en el corto plazo, porque es previsible que el próximo Congreso o el próximo Ejecutivo intentarán derogarlas. Inteligencia del Estado, atribuciones de los fiscales, y ahora –en otro plano– el acuerdo con China caen en esa perspectiva.
Hay dos ámbitos diferentes que se mueven con dinámicas distintas: el de la política pública y el del proceso electoral. La política pública remite a los problemas reales de la sociedad que los gobiernos deben enfocar y tratar de resolver. Pueden hacerlo orientados ya sea por sus convicciones, ya por sus conveniencias electorales, ya por intereses más personales. En la situación de la Argentina actual, donde gran parte de los problemas se agravan continuamente a través de las décadas, parece claro que debatir y acordar las políticas de gobierno es lo indicado. Es una expectativa generalizada. Gran parte de la sociedad mira el 10 de diciembre como el inicio de una etapa, no porque esté anticipando quién ejercerá el próximo gobierno sino porque espera un ciclo de búsqueda de acuerdos para definir las políticas de gobierno.
La política electoral, en cambio, remite a un plano confrontativo, donde prima el corto plazo. El clima mediático de estos días, así como el clima de la opinión pública que se expresa activamente en la calle, pueden crear la sensación de que hay convulsiones electorales. Pero no las hay. Las tendencias siguen bastante estables, y en la medida en que cambian lo hacen movidas por circunstancias propias de la lógica electoral.
Muchos votantes continúan esperando señales sobre la economía y sobre sus problemas cotidianos antes de definir a quién darán su voto. Observan a los candidatos, sin perder el sueño por eso, y van formando sus juicios sobre a quién votar. Un botón de muestra interesante: la cobertura mediática del acuerdo Macri-Carrió fue amplia, como no podía ser de otra manera. Pero, ¿a cuánta gente le resulta significativo ese acuerdo? Por lo que se está viendo, sobre el total del electorado, a muy poca gente. Desde luego, se capta la señal: Macri da un paso hacia el oposicionismo duro, y eso tendrá algún efecto sobre las tendencias electorales. Pero posiblemente será un efecto marginal, detectable en el segmento de votantes que no se sienten atraídos por la opción “gobierno K, antigobierno K”. Son muchos votos, gente que no vota por o contra éste o aquel candidato ni por o contra el Gobierno; votan por lo que sienten que aporta una mejor respuesta a sus problemas o por quien les despierta un grado adicional de confianza.
Para no pocos de ellos Macri era una opción posible; no es seguro que siga siéndolo, y eso deja ese espacio electoral más disponible para Scioli y Massa. Mientras tanto, los problemas de fondo del país aguardan que una dirigencia responsable, capaz de combinar sentido electoral, instinto político y visión de futuro, se haga cargo de ellos.