El ping-pong entre gobiernos y medios informativos es un lugar común de las sociedades modernas desde –grosso modo– mediados de la primera mitad del siglo XIX, es decir, a partir del momento en que, en los países de Occidente, los grandes diarios se estabilizaron como un muy importante mercado de consumo de discursos. Ese ida y vuelta (siempre polémico, a veces fuertemente conflictivo) se fue convirtiendo en una dimensión cotidiana del funcionamiento social, en particular de las democracias republicanas. A lo largo del siglo pasado, la radio primero y la televisión después no hicieron más que exacerbar y complicar las tensiones inherentes a esa dinámica. Hasta aquí se trata de una constatación banal que todos conocemos. Si me permito agregar que ha habido siempre, tanto de un lado como del otro, intereses económicos y políticos que han marcado el comportamiento de los actores, me hundo aun más en la banalidad. La novedad es que en la última década ciertos gobiernos neopopulistas e hiperpresidencialistas (en Venezuela, en Ecuador, en Argentina) han transformado esa tensión estructural entre sistema de medios independientes del gobierno de turno y sistema político en el obstáculo número uno de su ejercicio del poder, que debe ser eliminado a cualquier precio. Objetivo que no sólo es aberrante desde un punto de vista histórico, sino también –y sobre todo– políticamente estúpido.
Ahora bien, el ritmo de ese ida y vuelta entre gobierno y medios no oficialistas se puede acelerar brutal y sorpresivamente, tal como ha ocurrido estos últimos días. Razón por la cual no puedo evitar que esta columna sea una continuación directa de mi columna anterior (“Un grito de alerta”, domingo 5 de mayo). En ella observé, a propósito de la relación de mirada en la televisión, que en su programa Periodismo para todos Jorge Lanata interpela a un receptor individualizado al que le habla (“te juro”, “fijate”) como a un amigo. “En recepción (me cito) no hay identidades colectivas –ni en el piso, ni allá afuera–, ni siquiera comunicacionales: Lanata jamás interpela al televidente en segunda persona del plural (‘ustedes’) (…) Nada impide interpretar que esa posición de receptor-amigo individualizada está ocupada por un ciudadano (…) Pero ese ciudadano, por el momento al menos, está solo”.
Este último domingo, Jorge Lanata cerró Periodismo para todos con una fuerte ruptura estratégica. Reproduzco lo esencial de sus palabras finales:
“Hemos visto pasar en la vida a cientos de políticos. Ustedes y yo. Y todos siempre pensaron que iban a estar toda la vida ahí. Todos. (…) Y todos se equivocaron. Los únicos que están siempre son ustedes. Ellos pasan. (…) Yo realmente termino el programa de hoy sin saber si el domingo que viene vamos a estar acá, no tengo idea. (…) Yo esta vez quiero pedirles algo. Le quiero pedir algo a la gente, a los opositores, a los kirchneristas honestos, a los funcionarios judiciales, a los abuelos, a los profesores, a los chicos, a la gente con uniforme, sin uniforme, con guardapolvo, sin guardapolvo, a la gente que no tiene nada, les quiero pedir algo a todos: les quiero pedir que si algo así pasa, si nos borran de un plumazo y si nos sacan de todos lados, hagan algo. (Larga pausa mirando a cámara) Les quiero pedir que hagan algo, realmente no sé qué, pero no lo dejen pasar así nomás. Y yo no les pido que hagan algo por mí; yo les estoy pidiendo que hagan algo por ustedes”.
En recepción, el amigo solitario se ha transformado en un colectivo (“los únicos que están siempre son ustedes”). Pero ese colectivo no estaba antes allí; por lo tanto, Lanata tiene que unir sus pedazos explícitamente, en vivo y en directo: opositores, kirchneristas honestos, abuelos, profesores, chicos, etc. Hasta este punto –se podría decir–, colección de televidentes. De golpe, esa suma de categorías socioprofesionales es interpelada como colectivo político: “Les quiero pedir que hagan algo”. Con un reenvío explícito a la identidad social de sus miembros, que es al mismo tiempo un reclamo, un desafío, una exhortación: “Les estoy pidiendo que hagan algo por ustedes”.
La estrategia enunciativa contenida en ese cierre es excepcional: emergencia (siempre frágil) de la política –en el sentido a la vez estricto y noble del término–, en este caso por parte de un profesional de los medios y en la televisión. En perfecta coherencia con la autodefinición del propio Lanata: “Yo soy periodista, no político”.
Ni repetición militante, ni reflejo obediente ni estereotipo esperado. Y nos ha hecho un pedido que no debemos olvidar.
*Profesor emérito, Universidad de San Andrés.