Durante el último mes y medio un hemisferio dividido asistió impotente a la muerte de más de tres docenas de personas en Venezuela. En los principales foros de concertación regional, los principales países de la región han reaccionado con extremada cautela, conscientes de que la crisis bolivariana anuncia un fin de ciclo para la política internacional en América Latina. Por un lado, es de esperar que proyectos con el auspicio de Caracas como la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) pierdan impulso. Por otro lado, la pulseada entre la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) definirá si Washington o Brasilia serán garantes de la estabilidad regional en el futuro.
Para bien o para mal, la OEA ha sido exitosamente bloqueada por Maduro. Cuando el embajador panameño ante la organización convocó una reunión extraordinaria de cancilleres para tratar el tema, el canciller venezolano acusó al diplomático de colaborar con el imperialismo y perjudicar la imagen de su gobierno. Coincidiendo con los actos del primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez –a los que sólo asistieron Evo Morales y Raúl Castro–, Venezuela rompió relaciones con Panamá. Sin embargo, Vallarino insistió y convocó a María Corina Machado, líder de la oposición venezolana, a hablar desde su banca en una sesión de la OEA que por voto calificado –pero con la oposición de Chile– se realizó a puertas cerradas.
El drama de la Unasur comenzó cuando la toma de posesión de Michel Bachelet, que obligó a los líderes de la región a verse las caras. Aprovechando la ocasión, el vicepresidente norteamericano propuso a México, Colombia, Perú y Chile –países que conforman la Alianza del Pacífico, rival regional del Mercosur– estudiar en Santiago el caso venezolano. Pero la ofensiva sólo sirvió para despertar recelos y despabilar a la Unasur, cuyos cancilleres sí se reunieron esta vez, formando una comisión para respaldar al gobierno en la consecución de un diálogo. Los ministros de Exteriores de Unasur– excepto los de Chile y Perú– se reunieron en Venezuela el 25 de marzo, pero la reunión de 48 horas lejos estuvo de contribuir a la estabilidad del país. Más bien, evidenció los límites del compromiso suramericano.
Teniendo en cuenta el tratamiento que dio Unasur a las crisis de los gobiernos de Evo Morales (2008), Manuel Zelaya (2009), Rafael Correa (2010) y Fernando Lugo (2012), pareciera claro que la organización se ha convertido en el actor central en la gestión de crisis de gobernabilidad, supliendo el rol que tradicionalmente cupo a la OEA. Sin embargo, el récord de la organización es variado. Cuando las dinámicas domésticas acaban en la destitución de los presidentes –como sucedió con Zelaya y Lugo–, entonces la Unasur no ha aplicado sanciones más allá de la suspensión. Aun con su cláusula democrática en vigor, la acérrima defensa del principio de no intervención parece ser el talón de Aquiles de la organización.
Consecuentemente, el apoyo a Maduro es tímido. En primer lugar, la reacción tardó un mes y medio. En segundo lugar, fueron los cancilleres los que se reunieron, en una región donde, como lo ha demostrado el politólogo Andrés Malamud, los presidentes son el alma de estas instituciones. En tercer lugar, el apoyo de Unasur ha sido vacilante: a diferencia de lo ocurrido con Correa o con Morales, no se ha dado el “más pleno y decidido respaldo al gobierno”, sino que se ha decidido “respaldar los esfuerzos (…) para propiciar un diálogo entre el gobierno, todas las fuerzas políticas y actores sociales”.
La actual crisis en Venezuela ha dejado en evidencia los límites del proyecto suramericano. En un año electoral y mundialista, pocos son los incentivos que tiene Dilma Rousseff para apoyar abiertamente a Caracas. Cristina Kirchner está concentrada en evitar al kirchnerismo un destino chavista. Rafael Correa reorganiza sus fuerzas tras las adversas elecciones municipales ecuatorianas. Evo Morales poco ha podido hacer. Del otro lado, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Uruguay se han mostrado más bien reticentes a apoyar a Maduro. Mientras tanto, Washington sabe que la pulseada continúa y Suramérica se divide más y más. Así, como tantas otras veces en la historia, lo que suceda en el Caribe definirá el futuro de la política internacional en América Latina.
*Docente en la Universidad Católica Argentina. **Docente en la Universidad Simón Bolívar. Ambos son investigadores visitantes en el German Institute of Global and Area Studies (GIGA), Hamburgo.