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Verdadero festejo

Esta semana que abrió con un domingo de elecciones fue sumamente rica en celebraciones. Por caer en miércoles, el centro lo ocupó Halloween, recién llegada, comercial, invadiendo desde el Norte con calabazas y calaveras de plástico.

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Esta semana que abrió con un domingo de elecciones fue sumamente rica en celebraciones. Por caer en miércoles, el centro lo ocupó Halloween, recién llegada, comercial, invadiendo desde el Norte con calabazas y calaveras de plástico. El festejo del 31 de octubre se reduciría a un juego de niños si no titilara con un trasfondo oscuro y un ritual más allá de toda banalidad gringa (y si obviamos los memorables Halloween en Manhattan donde la protesta social se manifestaba en ácidos disfraces desfilando por las calles del Village, más allá de Christopher Street hasta Washington Square. Pero ésta es otra historia y lamentablemente pasada).
Siempre conviene recordar que en el repliegue de toda celebración late su verdad, y la verdad del 31 de octubre viene de lejos, del tiempo de los druidas, en un choque de culturas de los buenos. Los celtas preparaban su milenario festejo por la llegada del invierno, ese misterio, cuando los flamantes cristianos, sincretizadores de la primera hora, escogieron el 1º de noviembre para conmemorar a todos sus santos. En su condición de primeros llegados, los celtas retrucaron; y la noche anterior a tanto boato decretaron suelta de demonios, brujas, hechiceros, endriagos y monstruos variopintos para celebrar un aquelarre de órdago: ¡a divertirse, que se viene la represión! Y le dieron por nombre Hallowe’en, All Hallows Eve, Víspera de Todos los Santos.
A raíz de lo cual me pregunto: ¿qué papel jugaron las elecciones argentinas, casi justo en vísperas de la Noche de Brujas? Pasemos por alto las asociaciones fáciles. Aunque no. Mejor asomarse una vez más a la contracara oculta de las obviedades y recordar que el feminismo reivindicó la figura de la bruja y la elevó a su máximo potencial: la mujer madura, sabia, capaz de subvertir el viejo orden. Y así como a las Madres de Plaza de Mayo alguna vez se las tildó de locas, así en el medioevo a las mujeres trasgresoras y posiblemente defensoras de secretos ocultos y de derechos escamoteados se las quemó por brujas. Brujas eran las de antes. Hoy, acá, devienen presidente y primera oposición. A mucha honra.
Y siguieron sucediéndose los eventos calendarios. El 1º de noviembre los cristianos elevaron preces a la bondad y muchos, como yo en aquel ya olvidado momento de consubstanciación con lo divino, habrán tomado la primera comunión para más tarde relegarla al baúl de los olvidados recuerdos, con estampitas y misal con tapas de nácar y rosario incluidos. Y el 2 de noviembre en el Día de los Muertos, México celebró su fiesta cristopagana con mariachis y lloronas al unísono, y nosotros fuimos a los diversos cementerios o nos detuvimos unos minutos para un recordatorio, y después la vida siguió y sigue como siempre, oscilando entre lo sublime, lo incomprensible, lo nefasto y la muerte.
Pero en nuestro sur de sures, en nuestro puntiagudo país que ahora atrae al turismo porque además de no ser caro es cordial, hayamos o no votado por la primera mujer que nos presidirá por elección y no por imposición, tenemos un motivo muy específico para festejar entre tirios y troyanos. Celebramos esta semana un verdadero triunfo de la democracia, porque por primera vez desde hace más de cien años hemos tenido seis elecciones presidenciales consecutivas sin interrupción castrense.