A cuanto jugador de River se lo escucha hablar, se expresa con fastidio por las críticas que recibe el equipo. Muchos, con bastante lógica, se justifican apoyándose en los condicionamientos que tiene un equipo que está luchando por escapar de la zona dura de los promedios. Se dice, también y con más irreflexión que pragmatismo, que se terminó la historia del paladar negro. Finalmente, hace poquitos días, el solvente zaguero Alexis Ferrero se lamentaba en el programa radial de Mariano Closs con el argumento de que a River se lo criticaba con “el diario del lunes”, en alusión a cuestionamientos que surgieron después de la derrota contra Godoy Cruz.
Hay varias puntas para surcir. All Boys en el Apertura 2010, Olimpo en este Clausura, tanto como Godoy Cruz o Tigre en su momento, y hasta el Huracán de Cappa son muestras tan recientes como contundentes de que los caminos de la permanencia ni se circunscriben al utilitarismo ni, mucho menos, justifican todo –hasta empates que finalmente no sirven ni a los efectos primarios– con tal de no perder. Está claro que el impacto mediático de un River –o un Boca al que parece que se le viene pronto el asunto– complicado con la Promoción o el descenso no es equivalente al de ningún otro equipo. Sin embargo, no creo que un muchacho de Tiro Federal, Atlético Rafaela o Chacarita Juniors se sienta libre de la angustia de ser “uno de los que se va a la B”. Es decir, ese exacerbado sentimiento de ultraje futbolero que parece ser perder la categoría es humillante para cualquiera: ni el mejor futbolista del equipo se saca de encima el sayo del descenso. Y no vayan a creer que son pocos los grandes jugadores que han descendido con sus equipos en los últimos tiempos. Seguramente los ejemplos de Enzo Pérez y Diego Villar –Godoy Cruz 2006/2007– o de Facundo Parra –Chacarita Juniors 2009/2010– dispararán una larga lista de nombres que ustedes mismos sabrán ampliar generosamente. Es decir, creer que en River duele más que en el Once Caldas perder la categoría es pretender ponerse bajo la piel de los jugadores que sufren y viven ese momento y suponer que lo que a uno humilla, otros lo toman como si tal cosa.
Respecto del paladar negro, es probable que el hincha de River, con lógica rabiosa, sienta que hoy es tiempo de otra cosa. De ahí a que ese mismo hincha no espere la vuelta de las vacas gordas hay una larga distancia. Porque, además, cuando se habla de “paladar negro” no se habla sólo de “la Máquina” de los 40 o del equipo de Labruna de fines de los 70. Ni siquiera se habla sólo del primer River de Francescoli, Alzamendi, Alfaro o Morresi, o del segundo del gran Enzo, de mediados de los 90. También se habla de los equipos de los que participaron desde Angel y Saviola hasta D’Alessandro y el último Ariel Ortega. Me parece que el paladar negro, si se fue definitivamente, no solo no desapareció, sino que se mudó de barrio… y hace poco tiempo.
El River de hoy se admira con Almeyda y sabe que tener pocos goles en contra ayuda mucho a la causa. Pero el mango grande se lo va a seguir ganando en tanto nazcan, crezcan y brillen los Lamela, los Lanzini, los Funes Mori.
Respecto de aquello de analizar las cosas con el diario del lunes… Hay colegas y medios que no tienen más remedio que analizar todo a resultado puesto porque, pese al tiempo transcurrido, lo único que aprendieron fue a leer los resultados en el diario, justamente. Salvo estas excepciones, mi sensación es que los cuestionamientos a los caminos que busca –mas aún los que no busca– el River de Juan José López no se potencian en las derrotas, sino que surgen de lo que se ve aún cuando gana los partidos. Salvo momentos excepcionales que no creo hayan llegado a redondear siquiera un partido entero, este River de hoy hace un culto de aquello de que el resultado es una circunstancia y no una consecuencia. Coincido en que River no juega demasiado distinto cuando gana que cuando empata o pierde. Eso, que es un piropo en el Barcelona, es una asignatura pendiente para los de Núñez.
Los cuestionamientos no son porque sí, sino porque creo que hay un potencial para recorrer de modo distinto el camino de la angustia. Tal como están las cosas, con la paradoja de que viajando entre la angustia se puede terminar con la gloria de un nuevo título.
Para eso necesita sacarse aunque sea para adentro –es obvio y hasta comprensible que los protagonistas y los grupos se guarden para sí los cuestionamientos– este discurso de que hay que salvarse como sea; y si es jugando feo, mejor.
En todo caso, dudo mucho de que un equipo busque especialmente jugar mal y/o feo. Y pongo en primer plano las diferencias entre una cosa y la otra.
Lo que sí me atrevo a cuestionar es cierto discurso y ciertas decisiones que se toman. River ganó varios partidos sin lucirse como puede. Y en esos mismos partidos anotó alguno de los más hermosos goles de elaboración colectiva de los últimos años. Esto quiere decir que tiene un potencial como para jugar muy bien al fútbol. El mismo River fracasó más de una vez a la hora de esa estupidez de los tiempos de hoy que se llama “cerrar los partidos”. Su técnico se deja seducir bastante por meter cambios poco audaces o por plantar al equipo superpoblando el terreno propio. Para empezar, sostiene una formación con siete jugadores de campo con más oficio para contener que para atacar, aunque sabemos de las bondades ofensivas de Paulo Ferrari y, en menor medida, Juan Manuel Díaz. Ese mismo River, a través de su entrenador y alguno de sus hombres, celebró empates como aquel de local contra Argentinos: “Si no se puede ganar, es bueno empatar”. El mismo discurso apareció cuando el 0 a 0 ante Gimnasia en La Plata. Francamente, creer que cuesta llevarse un empate ante el Lobo fuera del Bosque es no revisar las estadísticas recientes.
Como sea, cualquier crítica que pueda hacerle a River la hago convencido de que, cuando decida ponerse el traje de equipo líder capaz de ser protagonista en la cancha y no sólo en la tabla, tendrá muy buenas chances de garantizarse un respiro en los promedios y hasta terminar dando otra vuelta olímpica.